En Doctor Arroyo nunca padecieron sequía tan intensa como la actual
La talla de lechuguilla ya no deja ni para comer, dicen sus habitantes
Doctor Arroyo, NL. Desde muy temprano, Margarito Cruz Chávez va a las faldas del cerro del Altiplano nuevoleonés a buscar entre matorrales y cactáceas la lechuguilla para tallarla y extraer el ixtle. De eso depende la supervivencia de su familia, que apenas alcanza una comida al día con los 11 pesos obtenidos por cada kilo. La siembra de temporal desapareció hace año y medio por la falta de lluvia: “Nos estamos muriendo de hambre y a nadie le importa. Nunca habíamos estado tan mal”.
En el piso está el banco, el tallador, la arrancadora y la oaxaca, instrumentos que utiliza para la talla a mano por la cual le dan 4 pesos más por kilo. Pero al día, trabajando 10 horas, sólo puede llegar a sacar tres kilos de fibra: “Si talla 50 pesos mi señor no ajustamos ni un almuerzo: 25 el kilo de frijol, la maseca en 13, porque no hay maíz, y el aceite en 30 y tantos... ¿usted cree? En el día damos una comida, con una tenemos”, dice su esposa Cándida Cruz Espinosa.
Con seis hijos y ocho nietos, la familia vive de la talla de lechuguilla, oficio que los abuelos y los padres les trasmitieron y que ahora enseñan a los hijos y nietos: “Voy ajustar 50 años y no conozco otro trabajo. ¿Qué más?: aquí no hay otra cosa”.
Su hija Beatriz Cruz Cruz, de 21 años, lo interrumpe con un bebé en los brazos: “El carro de lechuguilla lo viene uno tallando a la semana, fíjese. De aquí a que salga el ixtle y se seque. Lo compran en la cooperativa, pero ya nos dijeron que dentro de poco ya no lo van a comprar. ¿Qué vamos a hacer? De por sí, ahorita estamos comiendo puro chilito, como quien dice, luego ya ni eso. El pollo o la carne tenemos mucho tiempo sin probarlos.”
Tiene dos niños, ambos enfermos de gripe. Aquí los niños mueren a veces de una simple diarrea: “En el centro médico no tenemos medicinas desde hace meses, ni tampoco doctor, hay que ir a la cabecera municipal, pero cobran 700 pesos. Bien nos muremos (sic) porque no alcanzamos a llegar. Ya han quedado varios en el camino”.
Cándida, su madre, padece diabetes desde hace tres años. Dice que la enfermedad le surgió por una pena. Su nieta Anahí nació con dificultad: “Estábamos en la salita de espera y escuchamos el llorido. Nos dio un brinco el corazón de alegría, pero al rato el doctor salió y nos dijo: ‘ya nació la niña, pero con un pequeño problema para respirar’. No nos dijo nada de que íbamos a batallar”.
Al mes y medio, la bebé lloró sin parar durante días y de pronto dio muestras de su enfermedad: “Le pegaron esas, ¿cómo se llaman?, ¿convulsiones? Le pegaron como diez, yo la agarraba y me la apretaba al pecho porque echaba unos gritos enloquecidos, como cabrito cuando lo matamos. Luego supimos que se llama parálisis cerebral”.
En este desierto donde no crece nada hace años y las vacas van muriendo por falta de agua y comida, la presencia del Estado es casi nula. Cándida llora por la seca y por su pena. Está empeñada en conseguirle una carreola especial a su nieta para que pueda salir de su “encerramiento”: “La pobrecita no mastica, sólo chupa. Nomás vive sentadita. Me juzgan loca porque sólo pienso en ayudarla. Tiene que haber alguien que nos ayude, con el ixtle no nos alcanza ni para comer”.
La fibra de plástico ha ido desplazando al ixtle con el consiguiente deterioro de vida para miles de artesanos que en la región sur de Nuevo León no tienen otra manera de sobrevivir. La falta de industria y de infraestructura gubernamental y ahora la sequía y la hambruna han obligado a cientos de personas a emigrar.
Francisco Javier Alvarado, cronista e historiador del sur, nació en Doctor Arroyo y decidió dejar su pueblo para optar por una mejor vida. Con 16 hermanos sus padres no podían ofrecerle más que el oficio de tallador de ixtle: “La talla de la lechuguilla nunca fue redituable y menos ahora. En otras épocas había oficinas del FCL de la forestal, donde acopiaban todo el ixtle del sur y se enviaba a Matehuala, Tamaulipas, y San Luis Potosí para hacer cordelería, reatas, mecates o cepillos para limpiar los metates, pero la sequía ha afectado todo”.
Francisco Javier vivió tres sequías intensas, pero ninguna como ésta: “En la primera sequía de los 60 nos manteníamos con sopa dorada y papas; en la siguiente, con tortilla y chile del molcajete, directo. Y ahora la sequía con el polvo suelto da como 20 centímetros de altura, los estanques están secos completamente”.
Cuenta que antes por lo menos tenían flores de calabaza y de yuca para alimentarse, ahora ni eso dejo la seca: “En los 40 el sur de Nuevo León fue uno de los grandes productores de maíz y frijol. Las labores de temporal se sembraban en abril, mayo y una segunda vez en septiembre y octubre. Se le llamaba el granero de Nuevo León”.
Poco a poco las políticas institucionales abandonaron el campo. Los silos que almacenaban aquellas grandes producciones han quedado como símbolos de la decadencia y permanecen vacíos: “Se acabó, todo se acabó por falta de estímulo y por el abandono y olvido institucional. Allí están las tierras ociosas con estas leyes agrarias”.
La llegada de la fibra de plástico fue sustituyendo el trabajo de los ixtleros sin políticas públicas que les ofrezcan otra forma de vida. La sequía ha cobrado 10 mil cabezas de ganado y 40 mil hectáreas de maíz y frijol, es la peor en 50 años: “Siempre hemos sorteado las inclemencias, pero ahora la sequía está más terrible y es más difícil de superar. Antes corrías al monte y estaban las tunas y los nopales y teníamos la consistencia del maíz, con calabazas y caña de azúcar. Ahora, ni eso. Antes, en la época de seca, hacíamos calditos de flor de calabaza o de cabuches, la flor de la visnaga e incluso hongos huitlacoche. Pero no ha llovido. Todo se acabó. Después de año y medio así, ahora dicen que el gobierno va a traer despensas. Esos son mejorales, con eso no se arregla la pobreza extrema”.
Con más de 10 mil habitantes y decenas de ejidos en el desierto, el paso del estado en este municipio es casi inexistente y a veces muy ineficiente. María Luisa Lucio Montoya, de Santa Rita, muestra las pocas bondades del proyecto “Vivir Mejor”. Hace meses “unos señores” le ofrecieron el promocionado “piso firme” en un cuarto dejándole el techo lleno de agujeros: “El frío se cuela y con el sereno se me moja todo. Lo del piso firme es puro mugrero”.
La ayuda social en el sur de Nuevo León, como en otros municipios, está sometida a cuestiones electorales. Los que apoyan al PRI, el partido del gobernador Rodrigo Medina, tienen acceso a los pocos programas, y también las que votan por el PAN, partido del alcalde Jesús Lara.
Por eso, María de Jesús Montoya Pineda de 73 años hizo su cocina de “puras lágrimas”, porque está desengañada y no quiere apoyar a ningún partido.
“Siempre vivimos de la talla de la lechuguilla. Ahora estamos desesperados. Con la seca no hay nada y la talla ya no deja.”