Guillermo Almeyra
Según el sistema heredado de los gobiernos del PRI, México vive en un proceso electoral permanente, pues las elecciones en los estados o en el DF, los procesos de renovación parlamentaria y los comicios para elegir presidente de la República no son simultáneos, sino se escalonan para que el presidente –el gran elector– pueda mediar entre los diversos grupos, cooptar a unos y separarse de otros, dosificar su política sexenal. Eso da también un amplio margen al electoralismo, el clientelismo político, las alianzas sin principio de todo tipo, y dificulta en extremo el control de la sociedad sobre los llamados representantes de la misma, que no rinden cuentas a nadie.
Aparentemente, la vida política se reduce a ese juego de sombras. Pero la verdadera vida bulle al margen de los procesos electorales. En ella toman forma y se define la relación de fuerzas ente las clases y subsectores en pugna y, de modo indirecto, incluso las tendencias electorales. Por consiguiente, actuar en la sociedad y apoyarse en los oprimidos e impulsar su autorganización y sus iniciativas para modificarla es fundamental para quienes aspiran a desplazar al establishment conservador y reaccionario y, mucho más aún, para los que esperan cambiar el sistema.
En todo el mundo rural serpentea la protesta social y el descontento. Si las regiones autónomas zapatistas en Chiapas subsisten, a pesar de su debilidad, la miseria y sus problemas con otros grupos indígenas de la zona, es porque cuentan con un respaldo social en todo el México rural. Pues desde el sureste hasta el norte, desde Guerrero hasta Veracruz, aparecen experiencias autónomas, policías comunitarias elegidas en asamblea, formas de democracia directa y de solidaridad comunitaria, resistencias a la violencia oficial y la del capital, incluyendo la del narcotráfico, que es una parte importante del mismo, tanto en el sector financiero como en el productivo, y ayuda poderosamente a aumentar las ganancias de todos los capitalistas, reduciendo los derechos y el nivel de vida de los trabajadores de todo tipo.
Ese soplo democrático de abajo es lo que impulsa a los estudiantes de las normales rurales o de las mismas universidades y lo que da y dará un punto de apoyo a quienes la migra estadunidense devuelve por centenares de miles a nuestro territorio o impide ingresar a la economía gringa, en crisis profunda.
El aumento de la miseria y de la pobreza y el impacto de la crisis mundial sobre la economía de los países latinoamericanos, en particular de la mexicana, tan dependiente de Estados Unidos, impulsan por otra parte a una radicalización política de un sector de los trabajadores urbanos y de sus sindicatos –expresada en el movimiento encabezado por el SME y en la OPT creada sobre esa base– y a su confluencia con las organizaciones campesinas. El debilitamiento de los charros “obreros” o “campesinos” tradicionales es una cara del mismo proceso que lleva a estallidos del militantismo y la democratización de los movimientos sindicales y sociales, como en Oaxaca. La barbarie en Otula y la costa michoacana o en los territorios triques y mixes oaxaqueños y en Guerrero es la expresión de una disgregación del Estado y de una guerra civil larvada y no declarada de éste contra los explotados y oprimidos de las zonas rurales del país. El país tiembla bajo los pies de todos.
Pero las luchas son defensivas y están desunidas entre sí, dispersas en todo el territorio, mientras el bloque banqueros-narcos y banqueros-gobierno está en cambio concentrado y es sostenido por Estados Unidos, que quiere crear los condiciones de una desestabilización tal que pueda servir de pretexto a una intervención militar, como en tiempos de la Revolución mexicana.
Tanto el que vota contra un futuro gobierno de los mismos, como Peña Nieto, que reprimieron tan ferozmente a los campesinos de Atenco y violaron, mataron, encarcelaron, como el que piensa abstenerse pues no confía en nadie ni ve una alternativa, deben enfrentar el empeoramiento de la vida cotidiana, buscar defenderse, ahora mismo, sin esperar que un papelito en una urna dé mágicamente voluntad y luces a un señor para que resuelva los problemas de todos desde la cumbre de la pirámide de este aparato gubernamental que se derrumba. Es más: los que siguen a Andrés Manuel López Obrador no pueden asegurar que los que perpetraron el fraude en 1988 y en 2006 van a respetar esta vez la voluntad popular si el voto les es desfavorable. Tampoco pueden excluir que el PRI gane sin necesidad de un gran fraude aprovechando el apoyo del oligopolio televisivo, más un alto nivel de abstencionismo (que favorece a los aparatos y a los más ricos) y la desmoralización y despolitización sembradas por la dirección del PRD, así como el desprestigio de muchos de los nuevos aliados de López Obrador. ¿Cómo prepararse, pues, para enfrentar esas dos posibilidades?
Hoy mismo es necesario coordinar las luchas, desarrollar solidaridades, impulsar la autorganización, las policías municipales, el funcionamiento en asambleas populares de las comunidades para asegurar su autodefensa, la creación de comisiones territoriales obrero-campesinas para encarar democráticamente los problemas. Es necesario impedir suspensiones y despidos, rechazar la represión, manifestar el hartazgo y la decisión popular ante la arbitrariedad y la violencia. Sin demora hay que elaborar colectivamente, mediante asambleas en cada lugar de trabajo o de estudio, las grandes líneas de un programa alternativo al del capitalismo en crisis, basado en la expropiación de los bancos, la anulación de las deudas usureras, cimentado en un amplio plan nacional de creación de empleos que solucione las necesidades locales (casa, agua, servicios cloacales, educación, sanidad, seguridad) en todo el territorio. Sin esperar a nada ni a nadie, los que deben ser protagonistas de la regeneración mexicana deben elaborar colectivamente sus cuadernos de exigencias populares, los esbozos de los planes territoriales que podrían ser reales si los respaldase la autorganización democrática popular.