
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Cuando un presidente pide perdón es para
despedirse, no es para disculparse de una falta ética o de conducta,
sino porque cometió un error tan grave que no puede seguir manteniéndose
en su puesto.
De ahí que en realidad al pedir perdón, Enrique Peña Nieto no fue
sincero, pues esta declaración sólo es para aparentar arrepentimiento y
forma parte de una estrategia de reparación de daños del PRI rumbo a las
elecciones de los próximos dos años.
El presidente Enrique Peña Nieto en realidad no ofreció perdón arrepentido por la equivocación de comprar una casa para su esposa Angélica Rivera que era propiedad del constructor preferido de su gobierno, Armando Hinojosa, al que ha enriquecido con las concesiones de obras públicas.
No, lo que hizo fue iniciar una campaña de recuperación de su propia
imagen y para su partido que en las elecciones pasadas recibieron los
efectos de la animadversión social en las urnas por los casos de
corrupción en su gobierno.
Porque el caso de la llamada “Casa Blanca” no ha sido el único que
refleja el tráfico de influencias y la corrupción en su gobierno. Ahí
está también su casa en el club de golf de Ixtapan de la Sal; la casa de
campo de Luis Videgaray en un resort de golf en Malinalco, Estado de
México, también propiedad de Armando Hinojosa ; lo mismo que la casa del
secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, en la zona
residencial de Bosques de las Lomas.
Y más atrás, el saqueo de su mentor Arturo Montiel a las arcas del
gobierno del Estado de México que Peña Nieto solapó cuando fue
gobernador de esta entidad.
Enrique Peña Nieto no está siendo honesto ni sincero en esta disculpa
pública que ofreció al encabezar la promulgación de las leyes
anticorrupción. Si en realidad lo fuera, este perdón lo habría emitido
hace más de un año cuando estalló el escándalo de la “Casa Blanca” y
habría presentado de inmediato su renuncia. Pero no fue así.
Hoy que su imagen es la más alicaída de los últimos tres presidentes,
que el PRI pierde elecciones como nunca y que se aproxima la elección
presidencial, Peña Nieto ha iniciado una campaña de recuperación de la
confianza social y una restructuración de la imagen del gobierno y su
partido.
El presidente sabe bien que hoy la sociedad mexicana no está en la
condición de perdonar y olvidar, que ya no cree en los discursos fáciles
ni en las promesas. La sociedad mexicana ha sido muy lastimada en las
últimas décadas por la clase política de todos los colores la cual se ha
ido alejando de las necesidades populares para enriquecerse.
Por eso este perdón por una equivocación que le ha costado mucho es
falsa de entrada pues las palabras no están acompañadas de hechos, sino
que forma parte de un plan de recuperación política dentro del cual no
se descarta que vayan a enjuiciar a algunos gobernadores como César
Duarte en Chihuahua, Javier Duarte en Veracruz o Roberto Borge en
Quintana Roo.
En política nada es casual, sino causal. Por eso la renuncia de
Virgilio Andrade de la Secretaría de la Función Pública es parte de esta
estrategia de reparación de daños y de protección a los cómplices de
solapamiento, pues este funcionario fue quien bloqueó la investigación
de la “Casa Blanca” y fue quien dictaminó que no hubo nada irregular ni
ilegal.
Muy probable es que en esta estrategia política electoral del
gobierno peñista veamos acciones al parecer inusitadas como acuerdos con
la SNTE-CNTE, el enjuiciamiento a funcionarios de media legua
relacionados con casos como Ayotzinapa, Tlatlaya, Apatzingán y Tanhuato.
Pero nada de esto será un acto de justicia, sino parte de una
estrategia de Peña Nieto para que su partido sea el ganador en el 2018.
A eso huele este perdón presidencial. A pura apariencia y ficción política.