miércoles, 13 de abril de 2016

Contaminación: el futuro alcanzó a la CDMX

Carlos Martínez García - Opinión
A Miguel Ángel Mancera le explotó una bomba que él no fabricó del todo. La contaminación sufrida en la Ciudad de México tiene un caudal de antecedentes que explican por qué el futuro alcanzó, para perjuicio de quienes la habitan o por ella transitan, a la capital del país.

Cuestiones estructurales mal decididas por quienes antecedieron en el cargo al actual jefe de Gobierno ocasionaron el desastre que es el llamado transporte público concesionado, principalmente los miles de microbuses que saturan la ciudad. Por todo el mundo, en las urbes que tienen por objetivo servir a las necesidades de la ciudadanía, el transporte es administrado y operado por el gobierno de la metrópoli. No ha sido así en la capital mexicana, sino que gran parte de la transportación de millones de personas está en manos de concesionarios cuya principal lógica es hacer negocios.
De acuerdo con Antonio Suárez Bonilla, académico de la Facultad de Arquitectura, la presente coyuntura debería llevar a un cambio estructural en la forma de transportación citadina. El especialista nos recuerda que 70 por ciento de la población se mueve en transporte público de baja calidad. No hay de otra que diseñar un programa de inversión masiva en distintas modalidades: extensión y construcción de líneas del Metro, nuevas rutas de Metrobús, sustitución del pulpo microbusero por un organismo público que preste servicio eficiente y con unidades que no sean torturantes como el hoy padecido cotidinamente por los usuarios.
En cuanto al Hoy no circula, tiene que rediseñarse de forma transparente. Es impostergable que las autoridades de la ciudad intervengan para terminar con la corrupción que campea en muchos centros de verificación. En esos lugares le encontraron la forma de sacarle provecho a la resolución de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, dada en julio del año pasado, cuando determinó que automóviles de más de ocho años de antigüedad podían circular todos los días, siempre y cuando cumplieran con los niveles de emisión de contaminantes establecidos para el holograma cero. Otorgaron los anhelados hologramas a infinidad de autos que no cambiaron el convertidor catalítico, ni tuvieron el mantenimiento adecuado.
Respecto de los niveles de contaminación presentes, es necesario conocer lo que dice sobre el tema Mario Molina, premio Nobel de Química 1995: Se debe aclarar que ha mejorado la calidad del aire, y que los niveles a los que se disparan contingencias hoy en día son bastante menores a los que se disparaban hace por lo menos 10 años. De todas maneras el aire que respiramos es malo, por lo cual se hacen necesarias las medidas de emergencia tan impopulares que ha debido tomar el gobierno de Miguel Ángel Mancera.
Tiene razón Mario Molina cuando sostiene que no hay soluciones mágicas para disminuir los niveles de contaminación en la Ciudad de México. El problema requiere un conjunto de medidas, la mayoría de las cuales son responsabilidad del gobierno, el que debe instrumentarlas como acciones de una nueva política pública para poner en el centro el derecho de la ciudadanía a un ambiente sano. El diagnóstico de Mario Molina es puntual y debiera ser conocido masivamente; aquí puede leerse íntegramente.
Es de comprender la ira de ciudadanos y ciudadanas que se sienten afectados por el doble Hoy no circula; también de quienes han sido afectados con mayores tumultos en el transporte público. Buen número de unos y otros arguyen que la medida restrictiva es ineficaz para contener la contaminación, por lo que de una vez debería terminarse con el Hoy no circula, argumento que pudiera encantar a los propietarios de automóviles, pero que es letal para la salud de millones de quienes vivimos en la Ciudad de México.
La proliferación de conjuntos habitacionales en la zona connurbada de la capital del país, jugoso negocio para funcionarios públicos que dieron los permisos y constructoras que edificaron casas y departamentos sin la infarestructura que respondiera a las necesidades de movilidad, empleo, servicios médicos y otros de los habitantes, obliga a millones de personas a desplazarse a la ciudad de México. Es urgente cesar esta política infernal, prohijada por sucesivos gobernadores del estado de México.
Si bien a Miguel Ángel Mancera le explotó una bomba que él no armó, sí tiene incumbencia en la catástrofe ambiental de la ciudad que gobierna. La contaminación es multicausal, y cada factor que la provoca debiera ser controlado por la instancia correspondiente. No ha podido meter al orden al pulpo microbusero, que hace bases y paradas donde y como quiere, causando congestiones que en algo aumentan los contaminantes. Los vehículos del gobierno de la ciudad, o que prestan servicios al mismo, no cumplen lo que se exige a los propietarios de automóviles particulares. Hay infinidad de nudos de tránsito, en buena medida por vueltas y altos mal diseñados. Proliferación de obras públicas en horarios de alto tránsito. Calles y avenidas como zonas de guerra, con baches insólitos. Y la joya del horror, que es transportarse en la ciudad de México: el constante deterioro del Metro, que castiga de manera creciente a los usuarios y provoca peligrosa crispación entre ellos. Mancera aseguró que el aumento en la tarifa sería para mejorar las instalaciones, mejoría que no ha tenido lugar. Tal vez si la ciudadanía percibiera avances en la calidad del servicio del sistema toral de transporte en la Ciudad de México, el Metro, tendría otro ánimo para sobrellevar medidas como el doble Hoy no circula.

Fuente: La Jornada - Opinión