
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Bueno, ganaron en Grecia las neveras vacías.
Los griegos atendieron durante cinco años las terribles amenazas de los
barones de la Troika y l@s líderes de las potencias europeas –los
largaremos de Europa, les quitaremos el euro, cerraremos sus bancos, los
trataremos de vagos y de ladrones hacia abajo– y luego atendieron a sus
neveras vacías, a los supermercados con productos
inaccesibles, a las
suelas gastadas de sus zapatos, a sus abuelos sin seguridad social, a
sus hijos desempleados, a los cada vez más abundantes mendigos durmiendo
bajo los puentes –y se decidieron por votar por asistir a sus abuelos y
a sus hijos, por darles asilos a sus mendigos y por poder llenar sus
neveras.
Esto es el principio de un cambio de ideología. Un cambio cultural.
Un cambio de narrativa en Occidente. En otras palabras, los griegos
abandonaron la ideología de los números fríos y abstractos de la
macroeconomía y abrazaron la narrativa cálida y humanista, palpable,
donde lo que cuenta es el ser humano concreto y sus necesidades de
sobrevivencia y felicidad. Abandonaron la enajenación que pregona el
capitalismo –usted, ciudadano, no lo entiende, pero la buenaventura del
sistema pasa por su hambre individual, que un día remoto se traducirá en
abundancia– y abrazaron la vida que se come y se bebe, y huele y
respira.
Me dice un banquero:
–Me preocupan en extremo las consecuencias de lo ocurrido en Grecia.
Esto puede ser el principio de un efecto ajedrez. Ahora ganará en España
Podemos y mandará al diablo al capitalismo. Luego sucederá en Italia,
mandarán al diablo al capitalismo. Luego será Francia, ganará la extrema
derecha, y al diablo el capitalismo. Y luego, o mucho antes tal vez, se
desplomarán los mercados financieros. Pero –y acá el banquero toma
aire–, ¿quién esperaba que los griegos aceptaran pagar una deuda que
cifra 180% de su producto interno bruto, una deuda impagable y un
programa de austeridad todavía más violento que el que ahora padecen?
La verdad, lo esperaban muchos. Las mismas encuestas lo
pronosticaban: Los griegos en su mayoría votarían por someterse a nuevas
austeridades. Mencioné antes la palabra enajenación, y a eso apostaban
esos muchos. Enajenación: ser ajeno a sí mismo. Y no lo apostaban sin
fundamentos históricos. La enajenación ha ganado batallas que se antojan
increíbles.
En la Alemania de los años treinta del siglo pasado, por ejemplo,
muchos obreros y clasemedieros se afiliaron al Partido Nazi,
traicionando sus propios intereses, atraídos por Adolfo Hitler, un señor
vociferante, de ademanes enormes y ridículos, de bigotito a la Chaplin,
que les prometía en sus discursos furiosos ni más ni menos que
“disciplinarlos”, dejar de pedirles su opinión a ellos, los ciudadanos,
“para acabar con las vacilaciones del poder político” y en contraste
“tomar un camino rígido para la gloria de la Patria”.
Wilhelm Reich, alumno de Freud y comunista, se asombró de tal forma
al atestiguar el entusiasmo contra sí mismos de millones de alemanes,
que para explicárselo se encerró en un laboratorio a medir la
enajenación en los cuerpos. Descubrió que a mayor rigidez muscular,
menos sensación de vida, y a menos sensación de vida, más proclividad
por un líder autoritario e incomprensible. Otra vez, ahora en términos
de Reich: descubrió que “a mayor rigidez de la coraza muscular, menos
capacidad de placer corporal del individuo y más fascinación por las
grandes explicaciones donde el individuo es sólo una pequeñísima
hormiga”: un ente no considerado en las explicaciones del gran líder,
explicaciones que por lo demás la hormiga tampoco entiende del todo.
El capitalismo democrático ha hecho lo propio con los ciudadanos de
nuestras democracias occidentales. Se ha erigido como la única
explicación, el único método de vida, como el único destino. Se ha
logrado colocar por encima de los procesos democráticos: todo se vota en
las democracias capitalistas, excepto que el capitalismo sea el sistema
idóneo. Y esto mientras las supuestas virtudes del capitalismo se han
ido esfumando de la vida real, esa vida del alimento y del placer.
El nivel de vida de la gran mayoría de las personas ha ido en
declive, el crecimiento de las economías ha disminuido, de un promedio
de 7% en la última década del siglo XX, a un promedio de 2% en nuestros
días, y la desigualdad ha aumentado de forma exorbitante. La cifra es
harto conocida desde que el premio Nobel, Joseph Stiglitz, la publicó:
hoy 1% de la población controla la mitad de la riqueza mundial.
Los ricos del planeta han apretado demasiado. Han mentido demasiado.
Han sido codiciosos en exceso. Han traicionado a la democracia y al
demos, a la mayoría de la gente. Y han corrompido a las clases políticas
al sobornarlas. Se merecen la rebelión de los griegos. Se merecerán la
rebelión de los italianos y de los españoles. Y también se merecen la
sublevación de los ciudadanos de los países que todavía no despiertan,
pero despertarán, a su propia realidad. Como los mexicanos.
Un día no muy distante también acá escalará a la narrativa pública la
protesta contra la falta de mejoría en la vida individual, el recorte
de los servicios sociales, la exagerada ganancia de los bancos, en
México la mayor del planeta, la concentración del poder y la riqueza en
nuestros contadísimos ricos y su corrupción de los mecanismos
democráticos. Habrá un recambio de políticos y de editorialistas. Un
recambio de palabras en el lenguaje y de aspiraciones en la sociedad.
Porque no hay enajenación que dure 100 años, y aunque a veces no lo
parezca, México es parte del mundo.