
Contralinea / Flor Goche
Ayotzinapa, Tixtla, Guerrero. Esta entidad, considerada entre las más pobres de México, se convulsiona. La ejecución de tres estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos, de Ayotzinapa, Guerrero, y la desaparición forzada de otros 43, hechos que datan del 26 de septiembre pasado en el municipio de Iguala, Guerrero, destaparon la cloaca: un conducto infestado de represión.
Ayotzinapa, Tixtla, Guerrero. Esta entidad, considerada entre las más pobres de México, se convulsiona. La ejecución de tres estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos, de Ayotzinapa, Guerrero, y la desaparición forzada de otros 43, hechos que datan del 26 de septiembre pasado en el municipio de Iguala, Guerrero, destaparon la cloaca: un conducto infestado de represión.
En Guerrero, luchadores sociales,
ambientalistas y defensores de derechos humanos son blanco de constante
ataque. La represión es tan natural como la tradición de lucha y
resistencia de sus comunidades. Defienden el territorio y el derecho de
los pueblos indígenas a tener sus propios sistemas normativos; se
organizan frente al problema de inseguridad pública y de colusión entre
gobernantes y grupos delictivos. A cambio, son criminalizados y
ultrajados.
En el siglo XXI, el Guerrero de la Guerra Sucia
no ha quedado sepultado. Peor aún, refiere Vidulfo Rosales Sierra,
asesor jurídico, integrante del Centro de Derechos Humanos de la Montaña
Tlachinollan, cuando parecía llegada la noche de masacres “tan
burdas”, “tan a mansalva”, como las de la década de 1960 (la masacre
estudiantil del 30 de diciembre de 1960 en Chilpancingo, la del 18 de
mayo de 1967 en Atoyac, o la de los copreros del 20 de agosto de 1967 en
Acapulco), la aurora simplemente ennegreció. De nada sirvió la “transición democrática”: el cambio de colores en el Ejecutivo local.
Durante la gestión de Ángel Aguirre
Rivero, gobernador de Guerrero de abril de 2011 a octubre de 2014, 18
activistas fueron asesinados, 53 detenidos-desaparecidos y 17 se
encuentran presos por motivos políticos: integrantes de organizaciones
estudiantiles, ecologistas, campesinas, de defensa del territorio,
policías comunitarios.
Otro gobierno represor precedió al de Rivero. Se trató del de Zeferino Torreblanca. Y antes de él, el de René Juárez Cisneros…
La ola de represión se desató a 8 meses
de iniciado el encargo de Aguirre Rivero (el segundo, pues antes, entre
1996 y 1999, ya había sido gobernador interino ante la caída de Rubén
Figueroa, luego de la masacre de Aguas Blancas).

El 7 de diciembre de 2001, Eva Fe Alarcón Ortiz y Marcial Bautista Valle, integrantes de la Organización Ecologista de la Sierra de Petatlán y Coyuca de Catalán, fueron detenidos-desaparecidos por un grupo de hombres armados, quienes presuntamente contaron con la protección de elementos del Ejército y de la policía ministerial. Apenas 5 días después, Jorge Alexis Herrera Pino y Gabriel Echeverría de Jesús, alumnos de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos, de Ayotzinapa, fueron ultimados por policías estatales cuando se movilizaban por la resolución de sus demandas estudiantiles.
En entrevista con Contralínea,
Vidulfo Rosales Sierra explica que esta “historia trágica de represión”
es la conjunción de tres factores: el hecho de que Guerrero esté en el
“sótano del desarrollo,” dados los altos índices de pobreza y
marginación que reporta; que la clase política que lo conduce conserve
el “viejo cuño priísta de corte caciquil” y, por tanto, carezca de las
coordenadas de los derechos humanos, la democracia y el uso
proporcionado de la fuerza; y que su población sea, por tradición,
movilizada y, así, dadora de importantes próceres de lucha: “Una
sociedad que no se queda callada ante la injusticia y opresión, que
cuestiona a los poderes públicos”.
En este contexto, acota el abogado, la
represión vira en dos sentidos. Por un lado, los asesinatos y
desapariciones forzadas en contra de luchadores sociales, cuya
característica común es la impunidad. Por el otro, el injusto
encarcelamiento de líderes sociales con la inminente fabricación de
expedientes.

18 activistas asesinados
Luchaban por el derecho a la educación,
por la justicia y por los derechos de los pueblos indígenas y
campesinos. Se oponían al saqueo y despojo de los recursos naturales y,
por tanto, a la construcción, en sus territorios, de megaproyectos. Este
camino los llevó a la muerte.
Daniel Solís Gallardo, Julio César
Ramírez Nava, Julio César Mondragón Jorge Alexis Herrera Pino y Gabriel
Echeverría de Jesús, alumnos de la Normal de Ayotzinapa; Luis Olivares
Enríquez y Ana Lilia Gatica Rómulo, de la Organización Popular de
Productores de la Costa Grande; Rocío Mesino Mesino, de la Organización
Campesina de la Sierra del Sur; Raymundo Velázquez Flores, Samuel
Vargas Ramírez y Miguel Ángel Solano Barrera, de la Liga Agraria
Revolucionaria del Sur Emiliano Zapata; Arturo Hernández Cardona, Félix
Rafael Bandera Román y Ángel Román Ramírez, de la organización campesina
Unidad Popular; Juventina Villa Mojica, de la Organización de
Campesinos Ecologistas de la Sierra de Petatlán y Coyuca de Catalán;
Fabiola Osorio Bernáldez, de la organización Guerreros Verdes; Javier
Torres Cruz, defensor de los bosques de la Sierra de Petatlán; Ascensio
Villa Santana, ambientalista.

En total suman 18 los activistas asesinados durante la gestión de Ángel Aguirre Rivero. Cinco de ellos fueron ejecutados directamente por policías; seis, torturados antes del último aliento.
Juventina Villa Mojica, Rocío Mesino
Mesino y Luis Olivares Enríquez contaban con medidas cautelares debido a
amenazas previas, pero el gobierno incumplió en otorgarlas. A menos de 2
meses de que ocurriera su asesinato, Luis Olivares citó a conferencia
de prensa para denunciar el hostigamiento del que era objeto por parte
de presuntos paramilitares; esto no lo salvó de la muerte.
Marco Vinicio Dávila Juárez, integrante
del Partido Comunista de México, conoce de cerca los detalles de los
asesinatos de Raymundo Velázquez Flores (egresado de la Normal de
Ayotzinapa), Samuel Vargas Ramírez y Miguel Ángel Solano Barrera, pues
ellos también formaban parte de las filas del Partido Comunista.
Refiere que aunque el brazo ejecutor
de estos crímenes fue, efectivamente, la delincuencia organizada
actuando como grupo paramilitar, hay elementos que configuran la
participación del Estado en los mismos.
El también miembro de la Comisión
Política Nacional del Frente de Izquierda Revolucionaria relata que
estos tres hombres habían gestionado y logrado un acuerdo con el
gobierno de Guerrero para bajar recursos por más de 1 millón de pesos para los damnificados por las lluvias. “La maña
[el crimen organizado], no por casualidad”, se entera de la fecha en
que Raymundo recibe el monto del cheque y lo intercepta para quitárselo.
El hecho culmina con una amenaza de muerte que se cumple el día en que
los tres hombres regresaban de una reunión en Cuernavaca.
Dávila Juárez detecta una semejanza entre
el asesinato de Raymundo Velázquez Flores, Rocío Mesino Mesino y Luis
Olivares Enríquez. La califica de “sistematización” y “política de
Estado” y no de circunstancia. Las tres muertes, ocurridas entre agosto y
noviembre de 2013, estuvieron precedidas de diversas filtraciones a los
medios de comunicación de supuestos informes de inteligencia que
vinculan a estos activistas con grupos armados.

Trece presos políticos de la CRAC, cuatro del CECOP
Los guerrerenses organizados también padecen otro tipo de embate: la prisión como escarmiento político.
“Ella es una mujer muy luchadora; tiene
mucha facilidad de palabra; es muy valiente”, así describe Cleotilde a
su hermana Nestora Salgado García. Sin duda, estas cualidades llevaron a
la mujer indígena a ser electa comandanta de la Policía Comunitaria de
Olinalá y, posteriormente, a ser aprehendida como consecuencia de su
labor.
Hoy, y desde hace casi 15 meses, se
encuentra recluida en el Centro Federal de Readaptación Social de Tepic,
Nayarit, penal de alta seguridad, acusada de secuestro agravado.
Los juzgadores mexicanos son omisos al
mandato del Artículo 2 de la Constitución Política de los Estados Unidos
Mexicanos que consagra el derecho de los pueblos indígenas al
autogobierno y a la autodefensa.

La detención de Nestora, consumada el 21 de agosto de 2013, fue apenas el inicio. Después serían aprehendidos otros miembros de la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias (CRAC), 12 de los cuales aún permanecen en prisión. Son acusados de delitos como secuestro, portación de armas de fuego de uso exclusivo del Ejército, terrorismo y lesiones.
Se trata, en orden de detención, de
Bernardino García Francisco, Ángel García García, Eleuterio García
Carmen, Abad Francisco Ambrosio, Florentino García Castro, Benito
Morales Justo, Rafael García Guadalupe, José Leobardo Maximino, Antonia
Cano Morales, Samuel Ramírez Gálvez, Gonzalo Molina González y Arturo
Campos Herrera.
Como le ocurrió a Nestora, Gonzalo Molina
y Arturo Campos Herrera también fueron llevados a una prisión de máxima
seguridad con sede en otro estado de la República: al Centro Federal de
Readaptación Social Número 1, Altiplano, ubicado en el Estado de
México.
Al respecto Vidulfo Rosales Sierra,
asesor jurídico del Centro de Derechos Humanos de la Montaña
Tlachinollan, apunta que “hay un uso desviado del derecho penal y
también del sistema de justicia. Se ajustan figuras legales para
aplicárselas directamente a los policías comunitarios y hay un uso
desproporcionado de la fuerza y de los sistemas penitenciarios. Así se
va creando un patrón represivo que deja en indefensión, que obstaculiza
la defensa: el ajuste de figuras legales para aplicarlas a los líderes
sociales, seguido de la privación de la libertad y el envío a los
penales de máxima seguridad, con lo cual también se quita toda
posibilidad de forjar movimientos de exigencia de libertad, pues al
llevarlos a otro estado se desmoviliza a los grupos de base”.
La CRAC, explica Tori, comandanta
regional de la Casa de Justicia La Patria es Primero, surgió el 15 de
octubre de 1995 en la Costa Chica de Guerrero como consecuencia de los
altos índices de criminalidad y de inseguridad que privaban en la zona
(robos, abigeo, violaciones, homicidios, entre otros ilícitos), mismos
que no eran atendidos por las corporaciones oficiales.

El objetivo de la CRAC, sin embargo, no sólo recae en la seguridad, sino en el tema de justicia, “debido a que cuando haces una denuncia ante el Ministerio Público no te toman en cuenta o, incluso, hasta te discriminan.
“Sí detenemos –continúa la mujer de
pantalones de mezclilla, camisa color caqui– pero también hacemos
juicio. Nuestro juicio es con la persona. Se aportan pruebas pero no se
aceptan abogados. Una vez que se le dicta al muchacho que tiene
culpa, su castigo, por así decirlo, es que tiene que asumir su
responsabilidad. Los consejeros hacen ese trabajo de hablar con los
presos para hacerlos entender. Es reeducarte para ser un ciudadano de
bien. Finalmente no queremos tenerlos encerrados; queremos que salgan,
que sigan su vida, y que la sigan bien.”
Respecto de la capucha que le cubre el
rostro, la comandanta Tori detalla que se trata de una medida de
protección adoptada en Asamblea, luego de las detenciones de los 13
policías comunitarios.
A los presos políticos de la CRAC se
suman los del Consejo de Ejidos y Comunidades Opositoras a La Parota
(CECOP). Juntos suman 17.
Sobre Marco Antonio Suástegui Muñoz,
Emilio Hernández Solís, Julio Ventura Ascencio y Maximino Solís
Valeriano pesan cargos como robo calificado, lesiones y tentativa de
homicidio.
Suástegui Muñoz está preso en el Centro
Federal de Readaptación Social de Tepic, Nayarit, penal de alta
seguridad. María de Jesús Pérez Hernández, su esposa, denuncia las
condiciones inhumanas de esta prisión: les dan comida podrida, lo que
les produce constantes molestias e infecciones estomacales; les niegan
la atención médica; les dan a beber el agua que se utiliza para el
riego…

Cincuenta y tres activistas, víctimas de desaparición forzada
La atención del mundo se posa en la
desaparición forzada de los 43 normalistas de Ayotzinapa, por tratarse
de un crimen tumultuario que confirma lo que diversas organizaciones
sociales y civiles han denunciado desde varios años atrás: que en México
la línea que divide al narcotráfico y al gobierno es invisible.
No obstante, la historia de las
desapariciones forzadas en Guerrero es añeja. De 1969 a 1979, durante la
Guerra Sucia, se habrían perpetrado al menos 600 desapariciones de
este tipo.

A la fecha no hay indicios del paradero
de 46 de estas 53 personas. Se trata, además de los 43 alumnos de la
Normal de Ayotzinapa detenidos-desaparecidos en Iguala, de Eva Fe
Alarcón Ortiz y Marcial Bautista Valle, de la Organización Ecologista de
la Sierra de Petatlán y Coyuca de Catalán, y de Longino Vicente
Morales, activista indígena.
De quienes sí se supo el paradero fue de
Arturo Hernández Cardona, Félix Rafael Bandera Román, Ángel Román
Ramírez, Héctor Arroyo Delgado, Efraín Amates Luna, Gregorio Dante
Cervantes y Román y Jimmy Castrejón, de la organización campesina Unidad
Popular. Ellos fueron detenidos-desaparecidos el 30 de mayo de 2013 por
un grupo armado que se presume actuaba bajo las órdenes de José Luis
Abarca Velázquez, exalcalde de Iguala. Tres días después, los cuerpos
sin vida de los primeros tres fueron localizados con huellas de tortura
en la carretera federal México-Acapulco. Los demás lograron librar la
muerte.
De 2005 (cuando el Partido de la
Revolución Democrática asumió la gubernatura de Guerrero) a la fecha,
han ocurrido en la entidad cerca de 700 desapariciones forzadas que ya
no sólo afectan a luchadores sociales, sino a la población en general:
pastores, amas de casa, estudiantes, trabajadores, refiere Isabel
Rosales Suárez, integrante del Comité de Familiares y Amigos de
Secuestrados, Desaparecidos y Asesinados en Guerrero. Éste se conformó
en 2007 a raíz de la desaparición del promotor social Jorge Gabriel
Cerón Silva.
Ahora, familiares, deudos de represiones
anteriores, integrantes de movimientos sociales de las siete regiones
del estado han reactivado la Asamblea Popular de los Pueblos de Guerrero
y el Movimiento Popular Guerrerense. La propia normal se ha convertido
en sede natural de sus trabajos. Junto con representantes de
organizaciones sociales de todo el país construyen la Asamblea Nacional
Popular. Los partidos están vetados. Los gobiernos federal y estatal
tienen que empezar de cero para contar con interlocutores en un
movimiento que crece semana a semana.
Flor Goche, @flor_contra / enviada
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Fuente: Contralinea