
Flor Goche / Contralinea
Cuando el pueblo de Tixtla festeja a
algún santo, él siempre está ahí, azotando los pies sobre la tarima. Tan
extrovertido. Su habilidad lo ha llevado incluso a participar en
competencias de danza folclórica celebradas en la Ciudad de México.
Su padre se siente orgulloso de esa
soltura, de la electricidad que impulsa cada contoneo. “Yo lo he ido a
ver y la verdad no tiene miedo, pena. Eso a mí me hace sentir orgulloso,
de que mi hijo tenga capacidades para eso”.
A este joven bailarín le “rompieron el
camino”. Él es uno de los 43 muchachos que desaparecieron la noche
trágica de Iguala. Aquella en la que los policías arremetieron a
mansalva contra los estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro
Burgos, de Ayotzinapa, una escuela para pobres.
¿Cuál de los 43 rostros que ya circulan a
nivel mundial es el de este danzante de la música popular? ¿El de cara
alargada? ¿El de cejas pobladas?, ¿El de labios delgados? ¿El de ojos
hundidos? ¿Aquél con el rostro aún de niño?…
Su padre no dice su nombre. Tampoco el de
su hijo. Prefiere que en estas líneas conste, simplemente, que es “un
padre de familia que tiene a su hijo desaparecido”. Y es que considera
que identificarse puede poner en peligro a su vástago: “En donde lo
tengan le van a decir, ‘sabes qué, te vamos a dar una pinche calentada porque tu padre se está metiendo mucho en los medios’”.
A este hombre de huaraches de ixtle, su
corazón le habla. En forma de presentimientos, le comunica que su hijo
está con vida, que volverá al hogar, a “la Ayotzinapa” gratuita, la única escuela que, dada su cuna humilde, le permitiría concretar la ilusión de superarse, de ser profesionista.
Aun así, veterano de la lógica de vida,
este repartidor de agua sabe que es muy probable que los muchachos no
volverán como se fueron: “a la mejor lleguen maltratados o
sicológicamente dañados…”, pero para qué pensar en ello ahora, lo
primero es la vida, que vuelvan con vida.
El 24 de septiembre, es decir, 2 días
antes de que ya nada se supiera de este joven, su padre estuvo con él.
Un encuentro de amigos. Lo encaminó hasta la puerta de “la Ayotzinapa”,
“cuna de la conciencia social”, como se lee en uno de los pilares de su
fachada principal. Un fuerte apretón de manos, un abrazo, un hasta
pronto. “Todo iba normal hasta que después del 26 de septiembre
sucedieron estos lamentables hechos”.
Fue esa noche, alrededor de las 21:00
horas, que este hombre recibió una llamada telefónica. Eran los
compañeros de escuela de su hijo, quienes le comunicaron los hechos de
Iguala. De inmediato, toda la familia se trasladó a las instalaciones de
la Normal para aguardar noticias. Nunca se imaginaban lo que estaba por
venir, la incógnita detrás de la desaparición.

Al día siguiente, en medio del caos que
desató la represión, este papá con estudios de bachillerato fue a Iguala
a hacerla de investigador. Recorrió hospitales, separos… Pidió,
incluso, apoyo al Ejército, pero “fue un fracaso”. El gobierno le pidió
que dejara pasar 15 días para levantar la denuncia e iniciar la
búsqueda.
El único delito de los 43 jóvenes
desaparecidos por policías “fue el estudio”, las ganas de conocer más
libros, de prepararse, dice. En esa etapa juvenil, cuando el hambre de
aprendizaje es insaciable, su hijo empezó a interesarse también por la
agricultura y la ganadería, actividades que practicaba en “la
Ayotzinapa”.
A sus 19 años, todo lo tenía previsto
este joven. Estudiar otra carrera, tal vez para abogado. Y en caso de no
obtener una plaza como maestro, poner unas granjas para sacar adelante a
sus progenitores y sus tres hermanas menores y que no padezcan
carencias.
“Yo les pediría a los 43 jóvenes que me
lleguen a escuchar, que le echen ganas. Que todos los padres de familia
los estamos buscando. Todo México. Otros países”, pronuncia este padre
de familia. Las gotas de lluvia resbalan sobre su piel canela; los
grillos y los tordos han cesado su cantar.
Ya concluida la entrevista, la grabadora
de voz apagada, el hombre se lleva ambos puños al pecho y dice, bajito,
“es muy doloroso hablar de esto”.

Padres y madres de familia, incrédulos ante la versión oficial
Han pasado casi 2 meses desde la
desaparición forzada de 43 normalistas rurales. Días duros para los
familiares de estos muchachos, no sólo por los estragos propios del
hecho, sino por el manejo gubernamental y mediático de la situación.
En este tiempo, los jóvenes que se
preparaban para ser maestros han sido asesinados en cada oportunidad.
Versiones cojas que, en su momento, se difunden como verídicas.
El plan macabro ha traspasado los
hechos de violencia en Iguala. En una especie de tortura, tal como los
familiares lo han denunciado. De los 43 muchachos
detenidos-desaparecidos se ha dicho de todo: que fueron ejecutados, destazados, quemados, asfixiados; sus restos, calcinados, enterrados en fosas clandestinas o arrojados a un río.
Las hipótesis, manejadas como verdades,
poco a poco han sido desmontadas. Apenas el 11 de octubre pasado, el
Equipo Argentino de Antropología Forense confirmó que los restos humanos
hallados en las fosas clandestinas de Cerro Viejo no son de los
estudiantes desaparecidos por policías.
La última versión oficial del hecho,
difundida por televisión en el día 42 de ausencia apunta a que los
jóvenes de Ayotzinapa habrían sido ejecutados, calcinados hasta por 15 horas en el basurero de Cocula y, posteriormente, sus restos arrojados al Río San Juan.

El mensaje es confuso. La narración, en
voz de Jesús Murillo Karam, procurador general de la República, se
presenta como verídica. Incluso es reforzada con fragmentos de
testimonios y supuestas fotografías de los hechos. Sin embargo, al final
se aclara que, en tanto no se identifiquen los restos humanos –cenizas
que podrían ser incluso inidentificables–, los jóvenes conservarán el
estatus de desaparecidos.
Frente a ese panorama, los padres y las madres de familia de los 43 estudiantes arrancados se han construido un caparazón colectivo. Juntos han aprendido a dudar de cada palabra de la autoridad, de cada nuevo montaje.
Han conocido tan desnudamente al poder público que incluso han logrado
descifrar por anticipado el contenido de cada nueva embestida. Es así,
por ejemplo, que previo a la difusión de esta última versión, los padres
y las madres de familia habían advertido públicamente que el gobierno
saldría a anunciarles la muerte de sus hijos.
—¿Qué sienten cada vez que se enfrentan a una nueva versión institucional sobre la supuesta suerte de sus hijos?
—La verdad ya no sentimos nada. A mí ya
no me causa nada de temor. Pero sí hay temor en mi familia porque se
creen lo de la televisión. Se ponen llorar –dice el hombre que ha pedido
que se le identifique únicamente como “un padre de familia que tiene a
su hijo desaparecido”.
Y agrega: “Yo no le tengo confianza al
gobierno de que diga ‘aquí están sus muertos, ya se acabó todo’. El
gobierno da testimonio de que encuentran fosas y no dan un certificado
médico que diga ‘aquí están los cuerpos de sus hijos’”.
La tristeza y el dolor, transformados en coraje y rabia
Estas dos mujeres, residentes de Tixtla,
nunca han dado una entrevista a los medios de comunicación. No han
tenido motivo. Antes del 27 de septiembre pasado se dedicaban por
completo al cuidado de su hogar. Reunidas en la cancha de basquetbol
techada de Ayotzinapa, las mujeres cruzan miradas, ninguna quiere ser la
primera en iniciar el relato.

Es el día 45 desde la desaparición forzada de sus hijos, alumnos de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa.
A estas alturas, refieren, la tristeza y el dolor se han transformado
en coraje y rabia. La autoridad ha provocado tal mutación. Sus versiones
manipuladas, sus mentiras, su ineficacia, la manera en que manejan la
información, el cómo juegan con su dolor…
“Ya estamos cansados, pero no
físicamente. Estamos cansados de que este gobierno no dé resultados. Es
inepto. No actúa como debiera. Nosotros vamos con todo hasta
encontrarlos y a lo que venga. Estamos preparados para luchar contra el
gobierno porque ellos se los llevaron: fueron policías. Ahorita tenemos
coraje y rabia, ya no nos detiene nada”, dice una de ellas.
La otra mujer ayuda a entender el porqué
de tal determinación. Refiere, por ejemplo, que en la última reunión que
tuvieron con el procurador, el pasado 7 de octubre, éste se
comprometió, a petición expresa de los padres y las madres, a no dar por
sentado que los restos humanos encontrados en Cocula eran los de los
muchachos, así como a no difundir públicamente las imágenes de éstos.
Los engañó.
Su petición no era un capricho, explica
esta mamá. Buscaba contener la angustia que tal revelación de bases
endebles podría generar entre sus familiares. Y bueno, lo inevitable
pasó. A las pocas horas de la difusión de esta información, su hija de
21 años de edad le llamó con el llanto atravesado. “Tranquila. No es
nada. No es cierto lo que está pasando. No hagas caso”. Con estas
palabras, esta mujer intentó tranquilizar primero a su hija, luego, a
una decena de familiares y conocidos a los que, igualmente, los embargó
el desconcierto.
Que las búsquedas no estén precedidas de
un trabajo de inteligencia; que a los muchachos los buscan muertos y no
vivos; que no se emplea tecnología para encontrarlos; que el Estado
mexicano demorara el trámite de petición de asistencia técnica a la
Comisión Interamericana de Derechos Humanos; que el gobierno encomiende a
funcionarios de bajo nivel la resolución de los asuntos relacionados
con el caso son sólo algunas de las quejas que los familiares de los 43
estudiantes de Ayotzinapa detenidos-desaparecidos han manifestado.
—¿Anteriormente habían atravesado por alguna situación que les permitiera mirar esta cara del gobierno? –se les pregunta.
—No. Pero aunque no nos había tocado, ya veíamos que el gobierno actuaba mal. No le dábamos tanta importancia, pero ahorita que se trata de nuestros hijos, vamos contra ellos.
La fe en Dios, la esperanza de que
sus hijos regresen vivos, así como la unión que han forjado son el
origen de la fuerza para seguir en pie y alertas, no obstante su pesar,
cometan estas mujeres.
En palabras de una de ellas: “Aquí es mi
segunda casa [la Normal de Ayotzinapa] porque aquí estamos y todos
pasamos por el mismo dolor. Ya somos una segunda familia, yo así lo
siento. Yo soy de aquí, de Tixtla, y cuando voy a la casa no me siento
bien, me siento más triste, nomás estoy pensando, se me vienen ideas a
la cabeza. Cuando llego aquí ya me encuentro con las amiguitas y como que nos comprendemos, y ya me siento bien. Lo que hago es sólo ir a dormir. Tempranito, cuando amanece, ya estoy aquí”.
La mujer más delgada, la de ojos
redondos, hace un llamado a toda la población mexicana, particularmente a
todas las mamás del país, a que las comprendan y las apoyen para que
“juntos encontremos a nuestros hijos”, porque “ahorita somos nosotros,
pero otro día pueden ser ellos”.
Al final, se dirige a la reportera. Le
habla con la mirada empapada de esperanza; le lanza una promesa: “Ahora
que aparezca mi hijo, ahora sí nos tomamos muchas fotos”.

La PGR busca quitar legitimidad a la protesta
Dar carpetazo al caso Iguala.
Analistas e integrantes del movimiento social advierten esta intención
en las declaraciones del titular de la Procuraduría General de la
República del pasado 7 de octubre. Resuelto el caso, al menos en
apariencia, la protesta social perdería razón y, en consecuencia, la
represión nuevamente se instalaría en Guerrero y en el resto del país.
Apenas 3 días después del anuncio oficial de que los jóvenes de Ayotzinapa desaparecidos habrían sido ejecutados,
calcinados y, posteriormente, sus restos arrojados a un río, la policía
volvió a hacerse presente en una manifestación pública. Algunos
llevaban consigo balas de goma.

A partir del 10 de octubre, durante la
protesta que culminó con un bloqueo en el Aeropuerto Internacional
General Juan N Álvarez, ubicado en la ciudad de Acapulco, el panorama
cambió. A la altura del centro comercial La Isla, se registró una
trifulca entre manifestantes y policías estatales.
Un día después, los integrantes de la
Coordinadora Estatal de los Trabajadores de la Educación en Guerrero,
quienes prendieron fuego a la sede del Partido Revolucionario
Institucional con sede en Chilpancingo, también se enfrentaron con
agentes de la policía estatal.
Felipe de la Cruz, representante de los
padres y las madres de los 43 estudiantes detenidos-desaparecidos,
comenta que este punto fue abordado durante el encuentro que sostuvieron
la tarde del pasado 11 de noviembre con funcionarios encabezados por
Miguel Ángel Osorio Chong, secretario de Gobernación.
Al respecto, dice, las autoridades
federales se justificaron diciendo que “es la reacción del estado, no de
la federación”, es decir “que ellos no tienen nada que ver con lo que
determine el gobernador de Guerrero porque el enfrentamiento que se ha
dado es con estatales”.
—¿Por qué recurren a protestas como la
quema de las instalaciones de gobierno? –se le pregunta a una madre de
un joven desaparecido, que tampoco accede a dar su nombre.
—Si pasamos a esto es porque el gobierno
se debe dar cuenta de que estamos protestando en nuestra lucha de buscar
a nuestros hijos. Queremos invitar a los papás a que nos comprendan
porque, si el día de mañana un hijo se les desaparece, van a sentir lo
que nosotros.
“Tienen que ser muy fuertes”, mensaje de San Salvador Atenco a padres de familia
Una representación de San Salvador
Atenco, el pueblo que defendió sus tierras ejidales de la construcción
de un aeropuerto, estuvo presente en la normal de Ayotzinapa. Fueron a cerrar filas. A apoyar a los estudiantes que nunca los abandonaron cuando ellos fueron blanco de represión.
Felipe Álvarez, quien por 4 años fue
preso político en El Altiplano, penal de máxima seguridad, fue parte de
esta representación. Desde la cancha techada de básquetbol de la
escuela, el líder campesino envía un mensaje a los padres y a las madres
de los 43 estudiantes detenidos-desaparecidos.
Les pide, en primera instancia, que se
llenen de energía, que sean más fuertes y que asimilen mejor las cosas. Y
es que, explica, aunque la esperanza es muy buena y jamás debe
renunciarse a ella, uno también debe estar preparado para lo peor.
Les aconseja, asimismo, no creer en la
palabra de la autoridad en tanto no les presenten evidencia clara de su
dicho, además de no dejarse intimidar, pues “por muy humildes que
seamos, no podemos soportar esa humillación”.
Sobre todo, les dice, “nunca claudiquen
en la búsqueda de los muchachos”. Y agrega: “Sépanse que estamos aquí y
vamos a estar. Desde aquí, desde lejos, desde nuestro corazón, desde
nuestro espíritu”.
Flor Goche, @flor_contra/Enviada
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Fuente: Contralinea