domingo, 15 de junio de 2014

Circo sin pan y pagado por la plebe

Guillermo Almeyra | Opinión-La Jornada
En la antigua Roma las clases dominantes distribuían pan a la plebe para tenerla tranquila y le ofrecían en el circo cruentos espectáculos de gladiadores y matanzas colectivas o carreras de cuadrigas en las que los espectadores desahogaban su odio reprimido y apoyaban al carro adversario del equipo del emperador oponiéndose así a éste, pero de un modo inofensivo. Quien ofrecía el espectáculo gratuito obtenía en cambio popularidad y prestigio.
El capitalismo actual sabe utilizar la industria del espectáculo como herramienta para la dominación. Tal es el papel para nada ingenuo de la industria cinematográfica y de la televisión estadunidenses, que refuerzan y promueven los valores de los explotadores, deforman y ocultan los problemas reales, conquistan las mentes y moldean los gustos y consumos de los explotados y oprimidos.

Ese papel culmina con el futbol como negocio que llegó a ser motivo de una guerra entre El Salvador y Honduras y, particularmente, en el Mundial de futbol. Éste atrae la atención de las mayorías, tengan o no equipos representados en el torneo y, mientras dura, coloca en segundo plano los problemas realmente importantes, permitiendo así que el sector dominante del capitalismo haga pasar sus planes y medidas mientras la inmensa mayoría de la población mira y comenta los resultados deportivos.

Para colmo, las víctimas del capital, a diferencia de la antigua Roma, pagan este nuevo circo alienante bajo con sus impuestos y financian la construcción de los estadios que absorben el dinero que debería ser destinado a viviendas populares, mejores transportes, servicios de drenaje o eléctricos que no se hacen porque el presupuesto estatal es desviado para confundir a la gente común y permitir grandes negociados turbios a una minoría. Además, mientras la desocupación, la subocupación y la pobreza alcanzan cifras enormes, los escasos fondos presupuestarios se despilfarran en la construcción de verdaderos elefantes blancos, absolutamente inútiles en la mayoría de las ciudades una vez que termine la Copa Mundial de Futbol.

Hay, por consiguiente más circo pero menos pan no sólo durante el Mundial sino también en el futuro previsible. ¿Se ha olvidado que un factor importante que precipitó a Grecia en una crisis terrible fue el costo enorme de la organización de la Olimpiada en 2004?

Aclaro que no confundo el deporte con el negocio de una mafia internacional del futbol, el cual sirve antes que nada para hacer aceptar la ideología capitalista y hacer grandes negocios a costa de la ingenuidad popular. En mi adolescencia practiqué boxeo, judo, natación, equitación, rugby, futbol. Fui además amigo del gordo Osvaldo Soriano, que unía sus cualidades como escritor con la pasión por San Lorenzo. Sé también que Eduardo Galeano tiene un corazón de buen uruguayo que palpita a doble ritmo por la camiseta celeste. Opino, por consiguiente, que se puede ser aficionado al futbol como espectáculo sin abandonar la categoría de ser pensante. Pero lo que sucede es que no se crean polideportivos donde todos puedan practicar gratuitamente el futbol o algún deporte como parte de su formación integral, sino que, por el contrario, los mafiosos que controlan el futbol mundial hacen construir inmensos templos para voyeurs, para gente pasiva que va al estadio o que, peor aún, cerveza en mano, sigue los partidos desde el sillón de su casa. El deporte hay que practicarlo, no sólo observarlo a distancia.

¿Qué es el futbol profesional? Ju­gadores con sueldos enormes –muy superiores a los de los científicos más especializados–, dirigentes de clubes y federaciones mafiosos, dueños de los clubes que invierten en ellos el dinero que exportan ilegalmente de sus países respectivos, como los oligarcas rusos, o las sumas obtenidas de la explotación del trabajo semiesclavo, como los jeques de Qatar, Arabia Saudita o los Emiratos. Ese es el deporte que se presenta a las multitudes humilladas, apaleadas, desocupadas, que desean éxitos, aunque sean ficticios, y quieren ver lujo, aunque sea ajeno, y se endeudan para entrar siquiera a una de las misas negras de un deporte que nació popular y se transformó en un negocio arreglado.

Tienen razón los trabajadores brasileños que aprovechan que la atención de la prensa mundial está concentrada sobre su país para plantear sus reivindicaciones y hacer sus huelgas, demostrando así que el desarrollo se obtiene en la lucha contra los criterios capitalistas de distribución de los ingresos estatales. Ellos levantan una esquina de la capa de plomo de la dominación capitalista y que oculta una forma de explotación que se presenta a los pueblos como fiesta y, con sus luchas, revelan los problemas reales que aquejan a todos los países. Quienes ven una maniobra política de la derecha contra el gobierno petista en esas huelgas de protesta de los desalojados, los trabajadores del transporte o de la educación y otros sectores, mienten descaradamente y simulan olvidar que las opciones del gobierno podrían haber sido otras, cercanas a las que exigen las bases naturales del mismo Partido de los Trabajadores, es decir, mejores condiciones de salud, de transportes, de educación, mejores salarios para la gente que es tratada como los emperadores trataban a la plebe romana. Al mismo tiempo, los gobiernos progresistas, como el argentino, que pasan gratuitamente todos los deportes por la televisión pública con el resultado de que las noticias sobre los problemas reales son mínimos o no existen, cavan su propia fosa con esa demagogia, porque sólo pueblos informados e instruidos podrán organizarse para resistir la ofensiva del gran capital financiero mundial.

Con Juan Gelman tratamos en su momento de sabotear el Mundial organizado por la dictadura argentina para ocultar, entre otras cosas, los miles de desaparecidos. Vuelvo a oponerme a és­te, que oculta los niños esclavos, los muertos por hambre, los asesinatos del capitalismo.

Fuente: La Jornada