viernes, 10 de enero de 2014

En acto con tufo salinista, EPN promulga la reforma financiera

9 enero 2014 | Carlos Acosta Córdova | Proceso
MÉXICO, D.F. (apro).- Fue presentada oficialmente en mayo pasado, con mucha pompa, en el alcázar del Castillo de Chapultepec, con el Consejo Rector del Pacto por México en pleno y la plana mayor de la élite financiera del país como invitada especial. En septiembre la aprobaron los diputados. En noviembre, los senadores. Y este jueves, apenas, la promulgó el presidente Enrique Peña Nieto.

Arranca, pues, la reforma financiera, que modificó 34 ordenamientos contenidos en 13 leyes, y con la que se pretende impulsar el crédito, de manera masiva y a bajo costo, para detonar el crecimiento económico del país… según el gobierno.

El de hoy, en Los Pinos, para la promulgación presidencial de la reforma financiera, fue un acto sin brillo, con una presencia discreta de los hombres y mujeres de la banca privada –rostros serios, sin ninguna emoción, sin nada qué celebrar–, muy pocos líderes empresariales, ningún presidente de partido y nadie que hiciera recordar al Pacto por México.

Pero resulta que, aun antes de entrar en vigor, la reforma financiera ya ha hecho maravillas, particularmente en uno de sus pilares, que es el fortalecimiento de la banca de desarrollo, para convertirla “en un verdadero motor de desarrollo”, según dijo Luis Luis Videgaray en su turno.

Al staff de Presidencia se le ocurrió hacer un acto tan teatral como los que hacía hace más de 20 años el entonces presidente Carlos Salinas de Gortari con los actos y las ceremonias del Programa Nacional de Solidaridad, el instrumento emblemático de la época para el combate a la pobreza.

En ese entonces se trataba de que en medio de las intervenciones oficiales, alguna persona de la localidad, beneficiaria de Solidaridad, contara al público –a lágrima suelta, con una bien ensayada actuación, con discurso elaborado en las oficinas de la Presidencia– cómo era de desgraciada su vida antes de Solidaridad y cómo este programa había traído “luz y esperanza” a sus vidas, con mejores caminos, más alimentos, salud y educación.

Y el de hoy fue una mala copia de aquellos actos teatrales.

Habló primero el secretario de Hacienda, Luis Videgaray, como cabeza del sector financiero. No varió su discurso: los bancos están bien capitalizados y bien manejados, pero prestan muy poco y muy caro.

Le siguió Agustín Carstens, gobernador del Banco de México, al que la reforma le confiere más atribuciones. Le puso mesura al asunto: sí, hay que impulsar el crédito y es cierto que la banca presta poco. Pero tampoco se puede incrementar el crédito si no se acompaña de un aumento similar del ahorro interno. Aumentar el crédito a lo loco, sugirió, llevó al país, entre los años setenta y mediados de los noventa, a “una secuencia devastadora de crisis financieras recurrentes”.

Mientras Videgaray y el propio presidente Peña Nieto ven a la banca de desarrollo como la panacea, Carstens pidió velar “porque la banca de desarrollo delimite claramente su papel complementario, no sustitutivo de la intermediación privada”.

Y por último, antes de que el presidente Peña Nieto hiciera uso de la palabra, tomó el micrófono la señora Silvia Rosario Figueroa Hotel, presidenta de la Concentradora Nacional de Plantas Ornamentales (Conaplor). En el programa distribuido a periodistas e invitados, su participación no estaba incluida.

En un discurso que mostró mucho lo poco o nada de su autoría, contó la señora que en Cuautla, Morelos, un centenar de productores de plantas ornamentales se unieron “con la idea de incrementar el valor agregado de nuestra producción y cubrir diferentes nichos de mercado, en busca de mayores ganancias”.

Y se les apareció la luz: “Con esta idea –siguió– nos acercamos a la banca de desarrollo, en donde apoyaron nuestro proyecto”.

Y luego, un relato amplio de las bondades y maravillas que la banca de desarrollo ha hecho con los productores de plantas ornamentales que hoy forman Conaplor. “La banca de desarrollo ha confiado en nuestro proyecto”, dijo, sin mencionar nunca una institución un particular.

Gracias a los créditos generosos, asesoría y asistencia técnica de la banca de desarrollo, dijo, “Grupo Conaplor es una de las principales productoras y comercializadoras de plantas ornamentales en Latinoamérica”.

Y no sólo eso, sino que están en proceso de certificación “para incursionar en el mercado internacional y convertirnos en una de las principales comercializadoras no sólo en Latinoamérica, sino en el mundo”.

Y el colofón “solidaridesco”:

“Hoy puedo decirles que gracias al acompañamiento de la banca de desarrollo, Conaplor es una historia de éxito. Les recomiendo a quienes quieran desarrollar proyectos productivos que se acerquen a esta banca de desarrollo”.

Aplausos.

Pero éstos, como todos los que se escucharon en el acto, sin el menor entusiasmo.

Y ya, por último, el presidente le agradeció su testimonio y dijo a los presentes que eso es lo que busca la reforma financiera: replicar en todo el país las historias de éxito.

El acto concluyó con la promulgación formal de la reforma financiera. El presidente estampó su firma en el documento correspondiente. Lo mostró sonriente, por un buen rato, para la foto.

Previamente elementos del Estado Mayor Presidencial (EMP) le habían llevado un abultado montón de hojas –la reforma aprobada en el Congreso contenía poco más de mil 600 hojas–, amarrado con listón tricolor a manera de regalo, con moño al centro.

“Es un regalo para México”, dijo el presidente, lejos del micrófono.

Pero al término, ya cuando el presidente bajó del presidium para despedirse de los invitados, y se multiplicaban los grupitos, el dichoso paquete que supuestamente contenía la reforma quedó en el olvido.

Ya nadie había en el presidium ni en el estrado. Cuando se retiró el presidente a sus oficinas y se vaciaba el salón Adolfo López Mateos, el personal del EMP fue por el paquete. Pasaron por donde estaban varios reporteros.

Unánime la coincidencia de éstos: el paquete era de utilería, con hojas que seguramente irían… al reciclado.

Fuente: Proceso