El profesor tzotzil saboreó en el DF la libertad recobrada
Hermann Bellinghausen | Periódico La Jornada | Domingo 3 de noviembre de 2013, p. 11
Y cuando Alberto Patishtán Gómez salió por primera vez a la calle en entera libertad y caminó a través del barrio de El Carmen hacia el centro del pueblo de Coyoacán, vio que muchos, muchísimos, se habían convertido en zombis. Paseantes con él. Con cabelleras fosforescentes, rostros maquillados en blanco y negro, sangre abundante, dientes horrorosos. (No sólo a Brad Pitt le pasan estas cosas en Guerra mundial Z.) Y los que no, eran brujas, demonios, diablos medievales, catrinas y catrines. Ríos de gente se dirigían al Parque Centenario convocados por el Día de los Muertos. Claro, también había gente normal, como él y la joven familia de su hija Gabriela. Pero de que aquello era una romería, era.
Después de 13 años y cuatro meses cumplidos, pisó por primera vez las calles, sin guardias ni esposado, dispuesto a ir a donde le diera la gana, que de momento equivalía a cualquier parte. Apenas la víspera lo habían envuelto nubes de cámaras, reporteros, simpatizantes, personalidades y compañeros en la conferencia de prensa que dio la tarde de su liberación. Cuenta que en los apretones del tumulto ya estaban aplastando a su nieta Génesis, de cinco meses. Ahora los zombis no los aplastan, hasta eso.
Sostiene que no tiene miedo de su enfermedad ni de nada, pero ciertamente necesita pensarla dos veces antes de cruzar en las esquinas, le falta la costumbre, y luego este congestionamiento de tarde de viernes.
Así recibe la ciudad de México, con festiva indiferencia, a un hombre que declara que se sintió libre desde el primer día en prisión porque se sabía inocente. Algunos transeúntes lo reconocen. Toda una familia le estrecha la mano. Otros lo fotografían con sus celulares. Le expresan admiración. En cambio ningún zombi lo saluda, pero tampoco lo muerde.
El jardín coyoacanense se encuentra poblado de ofrendas, calacas de tamaño natural y espectros sonrientes entre cempasúchiles, veladoras y pan de muerto. El fantasma de José Guadalupe Posada y sus creaturas sonríe desde el mural portátil de El Fisgón desde una fachada. A ratos resulta imposible avanzar entre el gentío, pero nadie se queja, cuál es la prisa. En algunos balcones asoman elegantes Catrinas de cartón. La nueva fusión de Halloween naturalizado y la euforia carnavalesca de Muertos no saca del azoro al profesor tzotzil. Y por si fuera poco, además hay muchachas en las bancas decorándole el rostro a quién se ofrezca, así que los zombis (calaveras, espantos) proliferan. Como debe de ser.
Mientras se abre paso entre la multitud y los puestos de atole, tamales, café y dulces regionales, por asociación de ideas, el profe refiere algo que sí es escalofriante. Por informaciones que le trajeron los de su pueblo que llegaron a la capital a recibirlo, se enteró que allá en San Juan El Bosque, al norte de los Altos de Chiapas, en esta fecha hay un grupo de adeptos a la Santa Muerte celebrando en grande ésta que también es la fecha mayor de su culto. “Pero andan preocupados. Tienen que darle muchas ofrendas a la Santa Muerte porque lo que habían pedido no se les cumplió y tienen miedo de que se les voltee lo que desearon.” ¿Y qué desearon? Tener a Patishtán en la cárcel. Sus viejos acusadores se han hecho fieles de la Santa Muerte, empezando por quien era alcalde en 2000, Manuel Gómez Pérez; éste lo convirtió en chivo expiatorio como venganza política, y sirvió a los gobiernos de Zedillo-Albores y Fox-Salazar Mendiguchía para encubrir el grave crimen contra siete policías cometido entre Simojovel y El Bosque en junio de 2000. De no ser por su denodada resistencia, apoyada siempre por sus paisanos, seguiría cumpliendo los siguientes 47 años de su condena. Aquel “Halloween” sombrío no suena tan divertido. Pero él sabe que en su pueblo lo respaldan los católicos y los de las demás iglesias, sin importar organizaciones ni partidos políticos. También le mandaron decir que lo esperan con alegría.
Patishtán refiere que tras su liberación recibió una llamada de la ex primera dama Margarita Zavala, quien cuando su marido era presidente se comprometió en promover su liberación, mas la contradijeron un dictamen de la Suprema Corte y otro de la Judicatura Federal.
Han sido una larga caminata y un buen rato descansando en un café de esos a los que vamos los intelectuales. Conversa sin orden, a ratos en tzotzil con su hija y su yerno. Observa a la pintoresca multitud. En la plática revela que en los días finales de su cautiverio, ya relajados, sus custodios federales lo llevaron a la Basílica de Guadalupe y a la Alameda Central; en este segundo lugar le cubrieron la cabeza con una chamarra, “no me fuera a reconocer alguien y me fuera a querer arrebatar de los agentes”, dice riendo. Hubiera sido una liberación anticipada. A Xochimilco en cambio no lograron llegar porque, patrulla y todo, toparon con una manifestación popular muy grande y no hubo modo.
Pero no se iba a quedar con las ganas. A instancias de su hijo Héctor decidió ir a Xochimilco este sábado. Sabe que necesita cuidarse del sol y la intemperie, pues se encuentra en radioterapia por el tumor hipofisiario que lo aqueja. Pero ni eso, ni la contaminación, ni las peloteras, ni el tráfico le impiden saborear la libertad por la que tanto luchó sin claudicar.
Fuente: La Jornada
Fuente: La Jornada