Tras el escándalo de los Vatileaks, Benedicto XVI tomó medidas para evitar filtraciones de información durante el cónclave que elegirá a su sucesor. So pena de excomunión, exigió a sus participantes guardar ‘secreto absoluto y perpetuo’ y ordenó el uso de sofisticados sistemas electrónicos para bloquear cualquier tuit o llamada por celular. El ritual para elegir al nuevo Papa mantendrá sus formas, pero Benedicto XVI busca acelerar la votación y que ésta no se entrampe.
Para ello introdujo una nueva norma: si después de varios días ningún candidato reúne dos tercios de votos, los electores deberán elegir entre los dos cardenales que obtuvieron el mayor número de sufragios.
domingo, 03 de marzo de 2013 | Anne Marie Mergier | Proceso
PARÍS, FRANCIA (Apro).- El 28 de febrero a las ocho de la noche Benedicto XVI dejó de ser Sumo Pontífice pero no volvió a llamarse Joseph Ratzinger. Como él mismo lo determinó, se convirtió en Papa emérito o pontífice romano emérito y sigue siendo Su Santidad Benedicto XVI.
Aunque viste la misma sotana blanca inmaculada, debe renunciar a la muceta y los zapatos rojos, prerrogativa exclusiva de los Papas. De ahora en adelante calzará los mocasines marrón que le regalaron los artesanos de León, Guanajuato, anunció solemne Federico Lombardi, principal vocero del Vaticano.
El mismo 28 de febrero, Benedicto XVI entregó su anillo del Pescador a Tarcisio Bertone, cardenal camarlengo que funge como cabeza de la Iglesia católica mientras se elige nuevo Papa.
La tradición exige que debe destruirse esa joya de 35 gramos de oro, en la que se encuentran grabados la escena de la pesca milagrosa y el nombre latino de Su Santidad: Benedictus XVI.
Antaño, el anillo también servía como sello del pontífice y debía desaparecer a la muerte del Papa. Pese a que desde hace tiempo dejó de utilizarse como sello, fueron inútiles los ruegos del joyero romano Claudio Franchi para evitar la destrucción de "su obra". En la Santa Sede los rituales son los rituales y el implacable Bertone no bromea con ellos.
El pontífice romano emérito planea pasar los próximos dos meses en la residencia papal de verano de Castel Gandolfo. Luego vivirá en un convento en el Vaticano, lo cual no deja de ser una situación insólita y quizás embarazosa para su sucesor.
Al cierre de esa edición corrían todo tipo de rumores acerca de la fecha en que se iniciará el cónclave.
Es evidente que el pontífice emérito hace hasta lo imposible para que el evento comience cuanto antes. El Ordo Rituum Conclavis de la Constitución Apostólica prevé que el cónclave se efectúe 15 días después del primer día de la sede vacante. El pasado 25 de febrero, Benedicto XVI publicó un motu proprio (decreto) que permite convocar el cónclave con mucho mayor rapidez si así lo desean los cardenales. Sin embargo, la iniciativa incomodó a una parte de éstos, que se sintieron presionados.
Es difícil conocer el número exacto de cardenales que participarán en la elección del nuevo Papa. Oficialmente hay 117 en edad de hacerlo, pues tienen menos de 80 años. De ellos 61 son europeos, 19 latinoamericanos, 14 de Estados Unidos y Canadá, 11 africanos, 11 asiáticos y sólo uno es oriundo de Oceanía. Cabe recalcar que 67 cardenales, en su mayoría italianos, fueron elevados a esa dignidad por Benedicto XVI.
Es imposible descartar inasistencias de última hora. De hecho, la primera ocurrió el pasado 22 de febrero cuando el cardenal Julius Riyadi Darmaatmadja, de 78 años, oriundo de Indonesia, anunció que por razones de salud no acudiría al cónclave. La del cardenal escocés Keith O’Brien se difundió al día siguiente. Se dio por motivos muy distintos y causó gran revuelo. Oficialmente se dijo que O’Brien se jubiló y renunció ir a Roma por su edad (74 años). En realidad, el más alto responsable de la Iglesia católica en el Reino Unido fue acusado de agresiones sexuales en contra de cuatro sacerdotes en los años ochenta.
COMPLICIDADES
En Estados Unidos la asociación Catholics United mueve cielo, mar y tierra para impedir que Roger Mahony, exarzobispo de Los Ángeles (1985-2011), acuda a la elección del Papa. Acusado de encubrir a sacerdotes pedófilos de su diócesis, se le relevó de sus funciones el pasado 2 de febrero.
Catholics United cuenta con el apoyo de organizaciones europeas que aglutinan a víctimas de sacerdotes —entre ellas la italiana Caramella Buena—, y denuncian cada día con más fuerza a cardenales que permanecieron pasivos ante crímenes sexuales cometidos por clérigos a su cargo, o incluso se convirtieron en sus cómplices.
En esta situación se encuentran Sean Brady, de Irlanda; Godfried Danneels, de Bélgica; George Pell, de Australia, o Thimoty Dolan, de Estados Unidos, sin hablar de los altos prelados de la Curia Romana que protegieron a Marcial Maciel.
Y mientras más se espera para iniciar el cónclave, aumenta la presión en contra de los religiosos incriminados.
El artículo 40 de la Constitución Apostólica que Benedicto XVI acaba de modificar es una respuesta ambigua a esa tensión creciente: el pontífice emérito deja a la conciencia de cada cardenal la decisión de participar o no en la elección de su sucesor; sin embargo, en otra parte del texto subraya que votar es el primer deber de los cardenales, así como su principal responsabilidad.
Mucho más claro y categórico se mostró Benedicto XVI cuando exigió "secreto absoluto y perpetuo" en torno a los debates del cónclave. Ello significa que los cardenales no podrán revelar nada relativo a este evento que se realizará a puerta cerrada y bajo la vigilancia estricta de la gendarmería del Vaticano.
Todo el personal involucrado en la organización de la ceremonia o al servicio de los cardenales también debe someterse a esa "ley del silencio". Benedicto XVI fue tajante: cualquier persona laica o religiosa que filtre información será excomulgada.
¿Cómo aislar del mundo a casi 150 personas durante varios días en la era de la telefonía celular?
La gendarmería del Vaticano se mantiene en pie de guerra. Durante las congregaciones —asambleas preliminares— los cardenales se hospedarán en Roma, pero mientras dure el cónclave se albergarán en la Casa Santa Marta, ubicada muy cerca de la Basílica de San Pedro, en el corazón del Vaticano.
Esa residencia hotelera, administrada por las Hermanas de la Caridad de San Vicente de Paúl, sólo acoge a visitantes especiales de la Santa Sede. Tiene 129 recamaras, 109 de las cuales son suites que cuentan con un dormitorio y un estudio. Como el número de las suites es inferior al de los cardenales electores, su repartición se confiará a la Divina Providencia; es decir, se efectuará mediante sorteo.
Durante el cónclave la Casa Santa Marta sólo será frecuentada por los cardenales, que no tendrán acceso a teléfonos, computadoras, radio, televisión o periódicos.
Los prelados no podrán tener contacto con gente externa al procedimiento de elección en sus trayectos de ida y vuelta entre la Casa Santa Marta y la Capilla Sixtina, donde se juntarán para debatir y votar.
SECRETISMO
Controlar los celulares de los participantes en la elección papal será la obsesión de la gendarmería pontificia. Para lograrlo dispone de sofisticados sistemas para la interferencia de señal que impedirán el uso de celulares en la Capilla Sixtina y en la Casa Santa Marta. ¿Pero cómo luchar contra teléfonos desechables utilizados en lugares a prueba de interferencias?
Los nueve cardenales conocidos por su adicción a los twitts, entre los que destacan dos italianos papables Gianfranco Ravasi y Angelo Scola, no preocupan tanto a los servicios de seguridad del Vaticano como los colaboradores del cónclave.
Todos prestarán juramento sobre el Evangelio. Se comprometerán a no filmar ni grabar los debates de los cardenales y aceptarán que se les hospede en lugares específicos. No obstante, después del escándalo de los Vatileaks, muy poca gente confía en los juramentos solemnes.
La traición de Paolo Gabriele, mayordomo de Benedicto XVI, quien robó y entregó a periodistas documentos confidenciales de la Santa Sede en torno a corrupción, malversaciones de fondos y sórdidas luchas internas que sacuden al Vaticano, sigue obsesionando a su servicio de inteligencia.
La paranoia se agudizó aún más a raíz de la publicación, el pasado 22 de febrero en el diario italiano La Repubblica, de un informe acerca de la existencia de un supuesto grupo de cabildeo homosexual, muy activo en la Santa Sede. El reportaje se basó en documentos secretos de la investigación de la Santa Sede sobre los Vatileaks.
En un intento por poner punto final a tantas filtraciones, Benedicto XVI convocó el pasado 25 de febrero a los autores del informe: el español Julián Herranz, el eslovaco Joezf Tomko y el italiano Salvatore de Giorgi; estos tres cardenales jubilados participaran en el proceso de elección papal, pero no votarán.
El objetivo del pontífice emérito era convencerlos de que no hablaran de su misión confidencial con sus homólogos del cónclave. Pretendía que ese documento permaneciera en secreto. Planeaba entregarlo a su sucesor y dejar que éste decidiera si merecía ser difundido.
El cardenal francés Jean-Louis Tauran reaccionó de inmediato. En entrevista con el diario La Repubblica, el pasado 27 de febrero aseguró que era imprescindible que los cardenales electores tuvieran acceso a ese informe. Expresó: "Los cardenales electores no pueden decidir por quién votar si no conocen el contenido de estos documentos".
Benedicto XVI tuvo que dar marcha atrás. Los tres investigadores podrán comentar su trabajo con sus colegas.
Acelerar la celebración del cónclave no es la única preocupación de Benedicto XVI; también parece inquietarlo la posibilidad de que se trabe el proceso de votación. Eso lo llevó a introducir una nueva norma en la Constitución Apostólica.
En caso de que después de varios días de votación ningún candidato reúna dos tercios de los votos, los electores deberán escoger entre los dos cardenales que acaparen más sufragios. Y en este caso específico los dos candidatos no tendrán derecho de votar.
HUMO BLANCO
El ritual de la votación es largo y muy codificado. Antes de abrir la sesión de votos se procede a la elección de tres cardenales escrutadores, tres cardenales revisores y tres cardenales enfermeros. Luego empieza el procedimiento que excluye toda posibilidad de abstención.
Los votantes escriben el nombre de su candidato en una papeleta rectangular en la que figura la mención Eligo in Summum Pontificen, la doblan dos veces y la depositan en la urna que se encuentra en el majestuoso altar de la Capilla Sixtina.
Al hacerlo todos pronuncian en voz alta: "Pongo por testigo a Cristo Señor, el cual me juzgará, que doy mi voto a quien, en presencia de Dios, creo que debe ser elegido".
Escrutadores se encargan de recoger las papeletas de los cardenales que no pueden caminar hacia el altar. Se dan a veces casos de votantes enfermos que no pueden salir de su habitación de la Casa Santa Marta. Es responsabilidad de uno de los tres cardenales enfermeros el ir a buscar su papeleta.
Los cardenales escrutadores cuentan las papeletas. Si su número no corresponde con el de los electores, se queman todas y se vuelve a empezar la votación.
Cuando todo está bajo control empieza el recuento de votos en voz alta. Se perfora cada papeleta con una aguja y un hilo a la altura de la palabra Eligo, luego se le ata con las demás papeletas para mantenerlas unidas.
Si ningún candidato logra juntar la mayoría de dos tercios, se queman las papeletas y se vuelve a votar. Puede haber dos rondas de votación por la mañana y dos por la tarde.
Hasta el siglo XIX, la quema de las papeletas se hacía en la Capilla Sixtina, pero el humo amenazaba con deteriorar los frescos de Miguel Ángel. Para evitarlo se decidió usar una estufa especial cuya chimenea exterior se alcanza a ver desde la Plaza San Pedro. Se agregan sustancias químicas para obtener humo negro mientras no se llega a ninguna decisión, y blanco cuando culmina el proceso y se elige al pontífice.
Fuente: Proceso
Fuente: Proceso