lunes, 25 de abril de 2011

Reconocimiento del poder

GERARDO SEGURA
Lunes, 25 de Abril de 2011
Quizá a esta hora a Felipe Calderón aún le dure el bostezo que le producen las marchas pro-paz. Los mexicanos podemos marchar cientos y cientos de veces, vestirnos de blanco, caminar con veladoras encendidas, apostarnos en plazas y jardines públicos en huelgas de hambre, escribir inflamados artículos periodísticos, y nada pasará.
Los colegitas del SME juntaron más de 300 mil simpatizantes en octubre del 2009, y durante horas se conformaron en un inmenso, en un innegable río de personas, de protestas, de gritos, que desde el Ángel de la Independencia y hasta el Zócalo, inundó la Ciudad de México y salpicó al país, y sin embargo Felipe Calderón siguió y sigue maltratándolos. Y eso que se ha demostrado que todo el lío es por la fibra óptica y los intereses televisivos.
Qué podemos hacer los ciudadanos de a pie, con marchitas pinchurrientas. Nada. Los muertos por la violencia se acercan a la media centena de miles, y qué. Continúan los ataques, las balaceras --cada vez más mal negadas, porque ahora resulta que no son ciertas las huellas de balas dejadas en los muros de la ciudad, sino que lo que es cierto es lo que dice el gobierno que sí lo es. Aunque no lo sea--, los asesinados inocentes siguen. Y qué.
Cuántas marchas llevamos los ciudadanos de a pie desde el asesinato del joven Martí. Incontables, ¿y por algunas de ellas se ha detenido la guerra en la que nos tiene Felipe Calderón? La respuesta es dolorosa y la sabemos.
¿Pero por qué no nos hacen caso a los marchistas, ni a quienes protestamos, ni a quienes nos indignamos, aunque sea en la intimidad? La respuesta es muy simple: porque no somos interlocutores. Felipe Calderón habla con quien él que le interesa hablar. Nosotros, los ciudadanos no le interesamos. Tampoco le interesamos a nuestros representantes oficiales: alcaldes, gobernadores, diputados y senadores, quienes constitucionalmente serían nuestros interlocutores ante el poder. En fin ,que estamos en la lona.
Y no sólo estamos en la lona por esa soledad y esa incomunicación en que nos hemos puesto al aceptar que Felipe Calderón nos ignore; también lo estamos porque hasta ahora hemos desconocido o no hemos reparado nuestro potencial, en la única herramienta que nos convierte en entes dignos de tomarnos en cuenta.
Si nosotros, los ciudadanos de a pie, no somos interlocutores para Felipe Calderón, habrá que apretarle el zapato a aquel que sí lo es, para que al defender sus intereses, de pasada a nosotros se nos escuche. Me refiero a que estamos olvidando que somos el segundo país consumidor de refrescos en el mundo. Hasta 2007, según la Jornada, consumíamos 300 millones de cajas de refrescos con valor de 15,500 millones de dólares al año. En vez de ir a la marcha --o a la vez--, dejemos de comprar refrescos un día, el mismo día. Son 42 millones de dólares que no vendería la industria refresquera ese día.
Desconocemos también nuestra capacidad de compra en supermercados. En Internet encuentro que tres cadenas nacionales controlan el 60% de este mercado: Wal-Mart, Soriana, Comercial Mexicana, las que en 2006 vendieron 30, 660 millones de dólares. Dejemos de comprar un solo día, el mismo día, en un supermercado.
A pesar de saber y repetir hasta el cansancio que somos el país que más caro paga este servicio, los mexicanos damos a ganar a las compañías de celulares 225 mil millones de pesos al año. Apaguemos el celular un solo día, el mismo día.
Los mexicanos gastamos, en promedio, el equivalente a 93,300 millones de pesos al año en gasolina y diesel. Dejemos de cargar gasolina un solo día, el mismo día, en nombre de la paz, a ver qué hace Pemex con la producción de ese día, que está obligada a mover.
Sí, nosotros no somos interlocutores del poder. Nosotros sólo alimentamos al poder. Retirémosle un sólo día, el mismo día, nuestro poder de compra, en nombre de la paz; produzcamos una comezón a los dueños del poder en México, que los obliguemos a ser nuestros interlocutores involuntarios ante Felipe Calderón, una y tantas veces como sea necesario, hasta que él diga "¡Estoy hasta la madre!". Mientras él no lo diga y actúe en consecuencia, la nuestra, la Madre Patria, seguirá muriendo.