Se afana en concluir su periodo presidencial, pese a que también, con un mínimo de lucidez, se dará cuenta del daño que le está haciendo a la nación con su permanencia
Por Jesús González Schmal
Felipe Calderón padece el síndrome “Echeverría”, necesita aparecer en las pantallas y en la prensa para confirmar que existe, que la posición que detenta no es un sueño sino realidad.
Los psicólogos tendrán que definir de qué tipo de patología se trata, pero la voz popular bien sabe que esta conducta compulsiva hacia la presencia pública proviene de una inseguridad crónica que puede tener orígenes remotos en la infancia, pero que en la actualidad tiene explicaciones objetivas que son la necesidad de autoengañarse o de ocultarse del reclamo de conciencia al saber en lo íntimo la verdad del robo electoral que lo llevó al sitio donde está.
Se afana en concluir su periodo presidencial, pese a que también, con un mínimo de lucidez, se dará cuenta del daño que le está haciendo a la nación con su permanencia.
Pascual Ortiz Rubio fue el mexicano que llegó a la Presidencia por los vericuetos fraudulentos del PRI de entonces, pero prefirió patrióticamente renunciar antes de concluir el periodo porque fue sensible al daño que estaba causando al empeñarse en concluirlo.
Era obvio que ya no podía seguir supeditado y pagando los favores de quienes lo llevaron al poder empezando por Plutarco Elías Calles por delante. Prefirió el sacrificio personal al mayor daño a la nación (1930-32).
En Calderón no existe ese escrúpulo. Sus manejadores publicitarios seguramente le aconsejan que día tras día salga, viaje, haga declaraciones aun a sabiendas de los desaciertos y disparates con su amplia dosis de mentiras, aceptando las consecuencias de la crítica ciudadana que bien sabe que ésta tiene una duración limitada al darse nuevos acontecimientos o declaraciones que sepultarán las anteriores con sorprendente rapidez.
Esta mecánica de gobierno mediática le permite sobrevivir y el hiperactivismo que despliega seguramente no le da tiempo más que para pasar los pocos ratos libres en el sótano de los Pinos con amigos o cómplices que no le dirán nunca algo de lo que a él no le guste oír.
Entre las últimas salidas al aire buscando efectos de popularidad están dos que rebasan cualquier límite de tolerancia. La primera fue la de presentar una iniciativa de ley para incentivar entre los ciudadanos las denuncias de corrupción y enriquecimientos ilícitos de servidores públicos, ofreciendo un pago en efectivo a los denunciantes.
La segunda apenas el pasado lunes 14 fue la que lanzó ante la comunidad judía de México, en donde tomó vuelo para censurar: “...a las fortunas inmensas que se han hecho al abrigo del poder y lo sabemos...”.
No se puede saber si estas propuestas están bien calculadas para ser distractoras o compensatorias de las graves noticias cotidianas sobre la inseguridad y las últimas revelaciones de WikiLeaks o se trata de ocurrencias espontáneas que, en todo caso, acusan por parte de Calderón un avance de su padecimiento psicológico en el que es cada vez más notoria su falta de autocrítica o de una franca mitomanía.
Cómo puede creer Calderón que los mexicanos olvidemos que, después del pasado familiar modesto que tuvo y de su trayectoria laboral casi exclusivamente en cargos burocráticos dentro del PAN, amén de otros desempeños en el servicio público, tenga ahora la capacidad de adquirir media manzana en la colonia las Águilas y diversas fincas rústicas en el Estado de México (como lo reportó Proceso).
Es también ridículo que crea que hay amnesia pública cuando todo México se enteró que su efímero paso por Banobras le sirvió para conseguir un préstamo de 3 millones de pesos como prestación sin intereses para el director.
Seguramente tampoco desconoce que en el libro de Ana Lilia Pérez, ‘Camisas azules, manos negras’, que, por cierto, ya dio lugar a la creación de una comisión investigadora en la Cámara de Diputados, se denuncian las tropelías y atracos de los panistas en Pemex y de los que era parte Calderón en la Secretaría de Energía, desde donde operaba Juan Camilo Mouriño en conexión con César Nava en el jurídico de la paraestatal.
Es evidente entonces que si Calderón concertó el traslado de Daniel Cabeza de Vaca a la Consejería de la Judicatura Federal, no ignoraba que este señor fue procurador general de la República con Vicente Fox y, también, el encargado de tapar todas las averiguaciones previas que se enderezaron contra el enriquecimiento ilícito de Marta y Vicente Fox, así como de sus hijastros, hermanos y socios.