
Lubia Ulloa Trujillo - Contralinea
La dimensión del humanismo de Fidel
Castro es infinita, pero tiene su base en la batalla que ha mantenido
durante toda su vida por la salvación de la Tierra ante los graves
peligros que la amenazan, no sólo a ella, sino también al hombre como
especie.
En fecha tan temprana como el 19 de marzo de 1962, la hoy desaparecida Unión Soviética le entregó el premio Lenin de la Paz.
Aunque la mayor parte de su obra estaba por hacerse, el líder revolucionario dejaba bien claro cuál sería su camino.
Desde niño Fidel observó hechos que, grabados en su mente, le ayudaron a comprender realidades del mundo, tales como ver a soldados golpeando con las culatas de sus fusiles a otras personas, y siendo joven, ya en la Universidad, sus experiencias le sirvieron para un largo y difícil camino que emprendería como martiano y revolucionario cubano.
Como dijo en la más reciente de sus
reflexiones, fechada el pasado 14 de febrero: Luchar por la paz es el
deber más sagrado de todos los seres humanos, cualesquiera que sean sus
religiones o país de nacimiento, el color de su piel, su edad adulta o
su juventud.
Y esa ha sido, precisamente, su línea de
pensamiento: salvar a la humanidad de una destrucción apocalíptica que
provocaría cientos de millones de inválidos, de mutilados, de lesionados
por una guerra atómica.
Para el líder histórico de la Revolución
Cubana luchar por la paz también significa no cejar en el empeño de
libertad de las colonias, de librar a los pueblos de la explotación y el
dominio imperialista, no con una actitud pasiva sino activa a favor de
la verdadera independencia.
Fidel ha sabido definir bien y denunciar
en diferentes escenarios, que el imperialismo necesita del peligro de
guerra para justificar el uso de las armas e imponer a las masas de sus
territorios enormes cargas de impuestos con el objetivo de mantener sus
monopolios, sus privilegios, amparados en el chantaje, la opresión y el
saqueo.
Mientras gobiernos de otros países
trabajan por incentivar los conflictos bélicos en distintas partes del
orbe, el comandante en jefe siempre se ha caracterizado por su amor al
prójimo al llevar la salud y la educación hasta los más apartados
lugares del planeta, para que no sólo sonrían los hombres y mujeres sino
también los ancianos y los niños.
Hasta naciones como Venezuela,
Nicaragua, Bolivia, Brasil, Ecuador, Haití e islas tan pequeñas como
Jamaica, llega la solidaridad que Fidel durante más de 55 años ha
inculcado a su pueblo, que junto a él aprendió a amar la vida y a
dignificar al ser humano.
Misiones como “Barrio Adentro”, la
“Operación Milagro” y el método de alfabetización “Yo sí puedo”, son
algunas de sus contribuciones a la Alianza Bolivariana para los pueblos
de Nuestra América (ALBA) por lograr un mundo mejor, consciente de que
es posible.
Para muchos Fidel fue el conductor
estratégico de la vieja revolución continental y de los desafíos de la
nueva que se impulsa a través de la Comunidad de Estados
Latinoamericanos y Caribeños (CELAC).
El contenido ético y humanista de su
pensamiento deviene una invitación a los líderes políticos a que asuman
la responsabilidad que reclaman estos tiempos complejos para reducir la
pobreza extrema, el hambre, el analfabetismo, la insalubridad y la
desigualdad, algo únicamente alcanzable con la aplicación de programas
de desarrollo económico y social en beneficio de los pueblos.
Fidel es un símbolo viviente de ese
esfuerzo integrador, es expresión de continuidad del ideario de José
Martí al demostrar que patria es humanidad y sus sueños de justicia
representan la luz de paz, que como sol gigante se eleva al infinito
para iluminar a todos.
Fuente: Contralinea
Fuente: Contralinea