miércoles, 9 de noviembre de 2016

Qué candidatura y cuál campaña necesita México

Guillermo Almeyra - Opinión
La posibilidad de la candidatura anticapitalista de una indígena es un paso importante: en efecto, los derechos indios (territoriales, culturales, laborales, étnicos) deben ser defendidos o reconquistados, y lo que hoy está en juego, debido a las políticas extractivistas, destructoras del ambiente y el aumento de la explotación de los trabajadores, es la supervivencia misma de los pueblos y naciones indígenas, compuestos, en su mayoría, por campesinos y obreros no calificados y en pésimas condiciones económicas.
Los derechos indios atañen nada menos que a uno de cada 10 mexicanos.Además, los indígenas, como todos los trabajadores de este país, están siendo despojados de los recursos naturales –aire, agua, tierra, bosques y subsuelo–, ganan (cuando consiguen trabajo) salarios infames que hay que triplicar para poder vivir decentemente; sufren la anulación de las leyes laborales conquistadas; presencian la entrega del país a Estados Unidos y su sumisión a la política exterior de Washington; soportan la violencia del Estado y de la delincuencia, apañada desde el gobierno; los feminicidios y la brutal discriminación a las mujeres, las desapariciones y los asesinatos; el robo organizado de los bienes públicos y un sistema impositivo que grava a los más pobres y sus alimentos, y permite el fraude de los poderosos.
Una política anticapitalista exige, por tanto, luchar contra la delincuencia y la militarización del país, por aumentos masivos de salarios, trabajo decente y decentemente pagado; por la autoorganización y la autodefensa para enfrentar la delincuencia armada, que está protegida por policías y jueces ineptos o corruptos. Exige poner fin a la siembra de ignorancia y al envenenamiento por Televisa y Tv Azteca y plantear la sustitución de esas cloacas por una red de información democrática y comunitaria, regida por una ley antimonopólica sobre la información.
Una política anticapitalista requiere apoyar a los maestros en su lucha contra la reaccionaria reforma educativa, que sólo es antisindical. Exige un combate para dar fondos a la educación bilingüe, a la investigación científica y a las universidades, a las cuales deben poder acceder los indígenas.
Todas estas luchas no plantean, es cierto, metas socialistas, porque no cuestionan la propiedad de los medios de producción ni exigen la expropiación y socialización de las principales palancas de la economía. Son, sin embargo –aunque parezcan sólo reformas–, esenciales para la plena vigencia de la democracia, que el capitalismo no puede aceptar y en la lucha social de masas refuerzan los sectores que protagonizarán el combate consciente por superar el sistema capitalista en México y en una federación de Estados socialistas de América Latina.
La discusión sobre la candidatura indígena, para ser anticapitalista, no puede abarcar sólo a los indígenas ni limitarse sólo a los problemas indígenas y rurales, por importantes que estos sean. Es necesaria una discusión en todo México sobre los grandes problemas nacionales, con la participación de la izquierda anticapitalista y los movimientos sociales.
La candidatura indígena, si se concreta, participará en unas elecciones viciadas desde hace años por la ocupación militar del país, la violencia ilegal del Estado, la muerte de miles de mexicanos. Esto afecta igualmente a quienes, como los simpatizantes de Morena, creen, a pesar de todo y todos los fraudes anteriores, que este mismo semiEstado corrupto y asesino de la oligarquía podría entregar el gobierno a López Obrador o a otro candidato honesto.
Esto establece una gran diferencia entre la candidatura del EZLN-Congreso Nacional Indígena y la de López Obrador. Eso es un obstáculo real para la unidad, pero no impide la unidad de acción entre fuerzas diferentes con objetivos distintos. Es posible siempre, si hay voluntad política, golpear juntos pero marchar separados, unir en un frente único tras la defensa de los derechos democráticos y de la legalidad a quienes creen posible reformar un sistema irreformable con los anticapitalistas que creen en la posibilidad de construir en la lucha y desde abajo las bases de un sistema más justo, se llame éste como se llame.
Si en Estados Unidos ganara la presidencia el fascista Donald Trump, la crisis en México aumentará. Tampoco con Hillary Clinton vendrán tiempos mejores, y las tensiones bélicas aumentarán constantemente.
Las cosas, pues, no mejorarán mágicamente con una ceremonia electoral y metiendo un papelito en una urna.
Es urgente e indispensable organizar el poder popular desde abajo en cada pueblo y colonia, en asambleas y discusiones, y crear comités locales de autodefensa, policías comunitarias y organismos de autogobierno en todo el país que preparen las postelecciones al tiempo que impidan el fraude electoral.
En 2017, aunque ya es tarde, todavía hay tiempo para organizar un frente único entre la posible candidatura indígena y Morena, y para que ambas crezcan y convenzan a muchos a salir de la abstención, que ha favorecido siempre al poder capitalista. Como dicen los italianos: el que tenga más saliva que coma más harina, en una competencia leal en la que el enemigo común es el PRI-PAN-PRD y sus achichincles.
Si una vez llegados a la víspera de la votación se ve una clara diferencia en el apoyo popular a una u otra postulación, la que tuviera menos posibilidades de vencer en las urnas debería respetar un pacto que estableciera el respaldo a la candidatura mejor colocada.
De todos modos las elecciones nos han sido impuestas y son secundarias, y la lucha real no será electoral, sino poselectoral, contra la imposición fraudulenta de un candidato de la oligarquía o por hacer respetar la voluntad popular. Los resultados electorales serán un subproducto de una lucha no electoral por construir un poder rebelde, alternativo, para los tiempos que vendrán.