lunes, 8 de agosto de 2016

El Presidente en su pesadilla

Víctor Flores Olea - Opinión
Enrique Peña Nieto: parecía tener la pinta, el estilo, el carácter, los modales y el desparpajo de quien poseía una vocación política que se desarrollaría. Sí venía de un estado no enorme, pero prácticamente conurbado a la Ciudad de México, lo cual le daba ventajas gigantes en cuanto inversiones, comunicaciones y centralidad política. Para colmo, a su favor se casó con La Gaviota, popular heroína en las pantallas chicas. La edad le favorecía también, así como una cierta apariencia de arrojo físico. Pues bien, todo esto y muchos otros atributos podrían añadirse al comenzar la segunda parte de su sexenio; lo inicia con una popularidad de 70 por ciento, o más, de rechazo, según algunas encuestas de importancia.

Naturalmente, se han avanzado muchas explicaciones de la anomalía, sobre lo cual resulta muy difícil la originalidad, pero, resumiendo, mucho hemos de aludir a algunas. Desde luego, un carácter resbaladizo –unos dicen jabonoso– en que casi nunca la ciudadanía sabe si es sí o no; es decir, una cierta vocación o tendencia a dejar las cosas en el aire, flotando, sin respuesta final. De aquí han surgido una tremenda desconfianza y falta de credibilidad, puesto que la ley lo dice –con la ley estaremos hasta la muerte–, sin ver que las normas se hacen para adaptarse y ser verdaderamente actuales y satisfactorias; de otra manera hay que transformarlas por las mismas vías y procedimientos que señala la propia ley.
El caso de la reforma educativa se ha convertido en un prototipo del empecinamiento de la autoridad, que ya lleva en su haber varias decenas de muertes, injusticias y violaciones a los derechos humanos.
Por supuesto que un buen número de empleados del Presidente, con esta tradición del automático sí, señor han contribuido al descalabro presidencial en materia de popularidad. Pero no nos quedemos en la superficie. Si los funcionarios son incapaces de poner los asuntos en su justa perspectiva ante el Presidente, son ineficaces por necesidad, pero entonces tenemos el derecho de preguntarnos cuál puede ser su utilidad, y sobre todo, sus reflexiones de fondo ante asuntos verdaderamente serios. Por lo visto, no resulta fácil descubrir la posibilidad de buenos consejos ante tanta incompetencia mostrada, pero hay, claro, sus excepciones; las hay, sin duda... debe haberlas.
El entorno del Presidente y su propia figura parecen estar marcados por la incompetencia. De ahí ese 70 por ciento del rechazo ciudadano. Pero habrá que decir también que su ciclo sexenal cayó de lleno en el apogeo de la globalización neoliberal, lo cual, como sabemos bien, significa un sistema o una fase del capitalismo en que la ampliación de los negocios favorece de manera contundente y más que abusiva a las clases ya adineradas y en perjuicio de los pobres, también de manera contundente. Por supuesto, de Enrique Peña Nieto no podían esperarse, ni se esperan, medidas que mínimamente pudieran suscribirse en una óptica contraria al ciclo dominante.
La mejor prueba es que en materia económica, aparte de logros que pudieran considerarse no fundamentales, como el monto de la reserva o, en los mejores tiempos, un cierto control de la inflación, la privatización de los hidrocarburos y su comercialización han resultado, para la ciudadanía, engañosos y aun tramposos, ya que sin mediar aviso alguno el gobierno ha elevado varias veces el precio de las gasolinas y la energía eléctrica, no obstante lo que parecía un compromiso solemne y serio de no mover sus precios. Si nos adentramos en mil y una decisiones del gobierno encontraremos multiplicadas estas mentiras y engaños, que son sin duda causa también del bajísimo índice de popularidad por el que pasa el Presidente.
Si a estos fracasos de la administración sumamos los bien conocidos malos manejos y la corrupción que anidan en el corazón de la economía mexicana, no es tan difícil explicar el fracaso de la actual Presidencia mexicana, que ya no se puede ocultar para nadie. El destino se cumple: si se elige el camino del neoliberalismo, entonces se elige gobernar para el beneficio de unos cuantos y en perjuicio de la mayoría. No cabe duda al respecto, y tal es el caso de Enrique Peña Nieto, a pesar de sus frecuentes y no cumplidas promesas en contrario.
Hemos, pues, entrado en un mecanismo en que fatalmente se ahondan las diferencias entre la ciudadanía y en que los pobres perciben la acumulación creciente en manos de los más ricos y en el que son incapaces de contemplar un futuro mínimamente promisorio; al contrario, en que fatalmente, por decirlo así, se sienten engañados y traicionados por sus gobernantes. Tal es la situación actual de México que no podremos corregir por el camino elegido; al contrario, que lleva a un agravamiento de la situación y que nos coloca a todos al borde de enfrentamientos y luchas entre grupos y clases que pudieran ser cada vez más graves.
No hay, pues, otro camino que el de un cambio sustancial de la línea política y económica, hacia una democracia genuina en toda la extensión de la palabra, en lo político y económico, so pena de enfrentamientos sectoriales cada vez más graves que nos llevarían a terrenos sin duda delicados para unos y otros, terrenos en los que probablemente todos perderíamos.
Aquí debemos decir (otro de los efectos seguramente no deseados por el gobierno), que el conjunto de la situación descrita ha sido también un factor indudable de que, según multitud de encuestas, Morena, el partido fundado por Andrés Manuel López Obrador, haya cobrado la importancia que ya le asignan las mismas encuestas, y que no sería en absoluto remoto que cumpliera con sus propósitos en las elecciones de 2018, ya que su popularidad se hace cada vez más amplia. Con una enérgica llamada de atención: si el gobierno visualiza derrotar a este partido por la vía del fraude en alguna de sus maneras, pudiera encontrarse con otro país en que las clases populares no permitieran más otro fraude electoral de esas dimensiones, generándose entonces un motivo más de enfrentamiento o enfrentamientos que serían perfectamente válidos, y en que el gobierno parecería correr desde ahora con la peor suerte.