jueves, 10 de marzo de 2016

La pesadilla

Soledad Loaeza - Opinión
Hace todavía unos cuantos meses, la participación del multimillonario Donald Trump en la competencia por la candidatura del Partido Republicano parecía una broma. Sin embargo, en las últimas semanas se ha ganado un espacio sorprendente en la lucha sin cuartel en que se ha convertido la competencia por la candidatura presidencial. El avance ha echado por tierra todos los cálculos y las especu­laciones que presagiaban que su carrera sería una llamarada de petate.
La posibilidad de que Trump sea el candidato republicano a la Casa Blanca se fortalece conforme pasan las semanas. Se aproxima la elección del candidato y él es hoy el contendiente con más probabilidades de ganar la candidatura que le disputaban figuras que fueron prometedoras, pero a las que la confrontación ha achicado. Los senadores Ted Cruz y Marco Rubio, ambos jóvenes hijos de inmigrantes, no han tenido oportunidad de crecer, entre otras razones porque la insolencia de Trump es de tal catadura y de tal calibre, que le ha impuesto a la competencia un sabor de pleito callejero que deja poco espacio a la discusión de ideas y de programas de gobierno.
El estilo de Trump se ha impuesto al público. Ha hecho del cuerpo de votantes una masa vociferante de resentidos que responde a los gritos del magnate con sus propios gritos. Lo importante es que nos ha mostrado el rostro amenazante de seguidores que ni piensan ni reflexionan, simplemente reaccionan con el estómago; aprueban el diagnóstico de Trump de que su país está en decadencia, según él inducida por los demócratas, y apoyan la embestida que ha sufrido el presidente Obama desde que llegó al poder en 2008, cuestionando su nacionalidad, o más bien su lealtad a la “democracia americana”. Las sospechas que ha despertado nacen del prejuicio racial que carcome a la democracia en Estados Unidos: ¡Traidor!, lo llamó la prensa conservadora cuando decretó el retiro gradual de tropas que ocupaban territorio iraquí.
En estos momentos la situación es tal que un semanario neoyorquino ha iniciado una columna titulada La Pesadilla, en la que diferentes expertos discuten las previsibles consecuencias del triunfo de Trump. Algo así deberíamos hacer nosotros: prepararnos para el mundo que se formaría en caso de que Trump llegara a la Casa Blanca. Al menos dos distinguidos expertos estadunidenses me recomendaron la semana pasada que empezáramos a pensar lo impensable, que imaginemos la pesadilla que sería el triunfo de Trump, que preparemos por lo menos un plan de contingencia.
¿Ya sabemos qué vamos a hacer si Donald Trump gana la elección presidencial? Una de las primeras preguntas que se me ocurre es: ¿cómo va a felicitar Enrique Peña Nieto a Trump por su triunfo? Porque, como lo dicta la etiqueta, tendrá que hacerlo, aun después de haber dicho que era un racista. ¿Qué tendrá que hacer la secretaria de Relaciones Exteriores, Claudia Ruiz Massieu, para que la reciban en la Casa Blanca una vez que lo ha calificado de racista e ignorante?
Cortesías y autohumillaciones aparte, ¿qué haríamos si efectivamente, una vez elegido presidente, pone en pie la campaña antimexicana que muchos temen? ¿Lo ha pensado el gobierno? ¿Se ha preguntado el presidente cómo va a tratar con la contrapartida, en caso de que sea Trump, problemas de seguridad, de tráfico de drogas, de fronteras inseguras en el norte y en el sur? ¿Podremos contratar créditos con agencias estadunidenses? ¿Habría programas de intercambio académico? Y si construye una muralla en la frontera, ¿qué vamos a hacer?
En otros tiempos, cuando se acercaba la elección presidencial en Estados Unidos, la Secretaría de Relaciones Exteriores, o la oficina misma de la Presidencia de la República, se acercaban al Departamento de Estado para expresar su interés en mantener la continuidad de programas y procesos bilaterales. Se planteaba la posibilidad de que, en un momento apropiado, empezara a discutirse la visita oficial entre los mandatarios. Sin embargo, lo más importante eran los expedientes, las carpetas que se le preparaban al presidente con la información que necesitaba para familiarizarse con la historia y el personaje de quienes podían convertirse en su nuevo vecino. Me pregunto si ahora, como antes, el secretario de Hacienda entrega al presidente algo parecido a los pulcrísimos memorandos que Ramón Beteta elaboraba para el presidente Alemán, en los que planteaba respuestas alternativas a las diferentes promesas de los candidatos en campaña en Estados Unidos.
Me pregunto si ya se pusieron a pensar qué hacer en caso de que como presidente Trump en serio intentara construir la barda que ha prometido en la frontera. ¿Se lo vamos a permitir? Pero, como ni siquiera nos va a pedir permiso, y como este gobierno, al igual que sus antecesores inmediatos, lo único que quiere es quedar bien con Washington, por si acaso ya podemos empezar a ahorrar para sufragar los gastos. Hay quien dice que para eso son los recortes que se han anunciado…

Fuente: La Jornada - Opinión