Soledad Loaeza - Opinión
Hace todavía unos
cuantos meses, la participación del multimillonario Donald Trump en la
competencia por la candidatura del Partido Republicano parecía una
broma. Sin embargo, en las últimas semanas se ha ganado un espacio
sorprendente en la lucha sin cuartel en que se ha convertido la
competencia por la candidatura presidencial. El avance ha echado por
tierra todos los cálculos y las especulaciones que presagiaban que su
carrera sería una llamarada de petate.
El estilo de Trump se ha impuesto al público. Ha hecho del cuerpo de votantes una masa vociferante de resentidos que responde a los gritos del magnate con sus propios gritos. Lo importante es que nos ha mostrado el rostro amenazante de seguidores que ni piensan ni reflexionan, simplemente reaccionan con el estómago; aprueban el diagnóstico de Trump de que su país está en decadencia, según él inducida por los demócratas, y apoyan la embestida que ha sufrido el presidente Obama desde que llegó al poder en 2008, cuestionando su nacionalidad, o más bien su lealtad a la “democracia americana”. Las sospechas que ha despertado nacen del prejuicio racial que carcome a la democracia en Estados Unidos:
¡Traidor!, lo llamó la prensa conservadora cuando decretó el retiro gradual de tropas que ocupaban territorio iraquí.
En estos momentos la situación es tal que un semanario neoyorquino ha iniciado una columna titulada La Pesadilla, en la que diferentes expertos discuten las previsibles consecuencias del triunfo de Trump. Algo así deberíamos hacer nosotros: prepararnos para el mundo que se formaría en caso de que Trump llegara a la Casa Blanca. Al menos dos distinguidos expertos estadunidenses me recomendaron la semana pasada que empezáramos a pensar lo impensable, que imaginemos la pesadilla que sería el triunfo de Trump, que preparemos por lo menos un plan de contingencia.
¿Ya sabemos qué vamos a hacer si Donald Trump gana la elección
presidencial? Una de las primeras preguntas que se me ocurre es: ¿cómo
va a felicitar Enrique Peña Nieto a Trump por su triunfo? Porque, como
lo dicta la etiqueta, tendrá que hacerlo, aun después de haber dicho que
era un racista. ¿Qué tendrá que hacer la secretaria de Relaciones
Exteriores, Claudia Ruiz Massieu, para que la reciban en la Casa Blanca
una vez que lo ha calificado de
racista e ignorante?
Cortesías y autohumillaciones aparte, ¿qué haríamos si efectivamente,
una vez elegido presidente, pone en pie la campaña antimexicana que
muchos temen? ¿Lo ha pensado el gobierno? ¿Se ha preguntado el
presidente cómo va a tratar con la contrapartida, en caso de que sea
Trump, problemas de seguridad, de tráfico de drogas, de fronteras
inseguras en el norte y en el sur? ¿Podremos contratar créditos con
agencias estadunidenses? ¿Habría programas de intercambio académico? Y
si construye una muralla en la frontera, ¿qué vamos a hacer?
En otros tiempos, cuando se acercaba la elección presidencial en
Estados Unidos, la Secretaría de Relaciones Exteriores, o la oficina
misma de la Presidencia de la República, se acercaban al Departamento de
Estado para expresar su interés en mantener la continuidad de programas
y procesos bilaterales. Se planteaba la posibilidad de que, en un
momento apropiado, empezara a discutirse la visita oficial entre los
mandatarios. Sin embargo, lo más importante eran los expedientes, las
carpetas que se le preparaban al presidente con la información que
necesitaba para familiarizarse con la historia y el personaje de quienes
podían convertirse en su nuevo vecino. Me pregunto si ahora, como
antes, el secretario de Hacienda entrega al presidente algo parecido a
los pulcrísimos memorandos que Ramón Beteta elaboraba para el presidente
Alemán, en los que planteaba respuestas alternativas a las diferentes
promesas de los candidatos en campaña en Estados Unidos.
Me pregunto si ya se pusieron a pensar qué hacer en caso de que como
presidente Trump en serio intentara construir la barda que ha prometido
en la frontera. ¿Se lo vamos a permitir? Pero, como ni siquiera nos va a
pedir permiso, y como este gobierno, al igual que sus antecesores
inmediatos, lo único que quiere es quedar bien con Washington, por si
acaso ya podemos empezar a ahorrar para sufragar los gastos. Hay quien
dice que para eso son los recortes que se han anunciado…
Fuente: La Jornada - Opinión
Fuente: La Jornada - Opinión