sábado, 24 de octubre de 2015

“Reformas” sin resultados / Mexicanos “insatisfechos” / Latinobarómetro, 20 años

México SA-Carlos Fernández-Vega
De acuerdo con la versión oficial, las interminables “reformas” que se han hecho en México se justifican por dos razones fundamentales: porque “así lo han pedido” los habitantes de este país y “por el bien de la nación”. La ecuación perfecta, pues: los gobernados ordenan al gobierno; éste puntualmente atiende las instrucciones; y de la mano trabajan por el engrandecimiento de la patria (fin de la cita). Pero, como siempre, entre aquella idílica versión y la cruda realidad existe una distancia infinita, la cual se constata no sólo por el estancamiento del país y la creciente irritación de la población, sino por la ausencia de los resultados prometidos en cada una de las decenas de “reformas” oficialmente llevadas a cabo.

Treinta y tres años al hilo de “reformas”, seis gobiernos “modernizadores”, miles de promesas incumplidas y el barco cada día está más cerca del fondo. ¿Cuál es la evaluación de esos gobernados que (versión oficial) “pidieron” y giraron instrucciones al gobierno para que procediera como lo ha hecho? Rotundamente desastrosa.

Tantas han sido las “reformas” y tantos sus “logros”, que los habitantes de esta República “modernizada” ubican a su gobierno (el mismo, con seis caretas distintas a lo largo periodo citado) en el último lugar latinoamericano en lo que se refiere a satisfacción con la democracia a la mexicana, y en el penúltimo regional en lo que toca a satisfacción con los resultados económicos, producto de “reformas” y “modernizaciones”.

El balance anterior es resultado de dos décadas de permanente medición y seguimiento de Latinobarómetro (1995-2015), una corporación sin fines de lucro, con sede en Santiago de Chile, dedicada a investigar y evaluar el desarrollo de la democracia, la economía y la sociedad de América Latina, mediante el levantamiento periódico de encuestas e indicadores de opinión pública en 18 naciones de la región, México entre ellas.

Y de esa medición y seguimiento, a 20 años de distancia el balance para el gobierno que –según él– recibe y acata las instrucciones de sus gobernados es devastador: 81 por ciento de los mexicanos se muestra insatisfecho con los resultados de la democracia, con lo que ocupa el último lugar entre las 18 naciones en las que Latinobarómetro realiza su trabajo.

Por el lado de los resultados económicos, producto de “reformas” y “modernizaciones”, en esos mismos 20 años el gobierno mexicano (que incluye los sexenios completos de Zedillo, Fox y Calderón, y lo que lleva Peña Nieto en Los Pinos) registra la segunda peor evaluación en la región (sólo superada por Brasil), pues 87 por ciento de los mexicanos se manifiesta abiertamente inconforme. No es casual que más de la mitad de los pobres en América Latina se concentre en México y Brasil.

Último lugar en satisfacción con la democracia y penúltimo en economía son resultados concretos que ni lejanamente rozan la idílica versión oficial, que machaconamente se repite día tras día, sexenio tras sexenio. La cantaleta es similar en el contexto latinoamericano, donde hay gobiernos de chile, dulce y manteca, pero ninguno de ellos registra el nivel de rechazo (insatisfacción le llama Latinobarómetro) que reporta el mexicano.

En sentido contrario, los que mejor evaluación obtienen son los de Uruguay, Ecuador y Bolivia, en el caso de la satisfacción por los resultados económicos, y los de Uruguay, Ecuador, Argentina y República Dominicana, en lo que a satisfacción con la democracia se refiere.

Y lo mismo sucede cuando a los mexicanos se les consulta sobre su satisfacción en torno al progreso que registra su país: 82 por ciento de ellos rechaza tal situación, lo que coloca a México en igual nivel que Honduras y El Salvador, apenas por arriba Brasil y Venezuela, y no alejado de Paraguay, que ocupa el último peldaño regional en la citada materia.

Entonces, con todas las “reformas” y “modernizaciones” que se han llevado cabo en México, la satisfacción con la democracia, la economía y el progreso es prácticamente nula. Por el contrario, Bolivia, Uruguay y República Dominicana son las naciones en las que sus respectivas poblaciones consideran que el progreso se puede ver y tocar.

Sobre este punto, Latinobarómetro detalla que “al comparar la percepción del progreso (en 2015) vemos una caída importante en 10 países, donde hay un deterioro en este indicador, mientras que en ocho se siente mayor progreso respecto a 2013. El total neto para la región es de 7 puntos porcentuales. El aumento de la percepción de progreso (Panamá pasa de 31 a 52 por ciento; Bolivia de 45 a 63; Perú, 19 a 29; Uruguay, 50 a 59; Argentina, 18 a 27) es una cosa, y el nivel de percepción de progreso es otra. Panamá y Bolivia aumentan en casi 20 puntos porcentuales, siendo los países que más perciben y aumentan entre 2013 y 2015, al mismo tiempo Perú aumenta cerca de 10 puntos porcentuales, lo mismo que Argentina, pero con un nivel muy inferior de percepción de progreso. En República Dominicana y Nicaragua el aumento es más modesto, pasando de 50 a 54 y de 49 a 53, respectivamente, aumentando en ambos casos sólo cuatro puntos porcentuales”.

¿Qué pasó en México? Lo mismo que en todo lo demás: de 2013 al presente año se desplomó nueve puntos porcentuales, y en 2015 la imagen de progreso entre los mexicanos se encuentra en su nivel más bajo desde 2008, el año que comenzó el “catarrito”.

Latinobarómetro puntualiza que en el promedio de los 20 años entre 1995 y 2015, la economía de América Latina creció como promedio anual 3 por ciento (2 en el caso mexicano). Estos dos decenios representaron un periodo muy volátil en el desarrollo económico de la región, con años de crisis junto con el periodo de crecimiento económico más dinámico desde los años 70. El periodo se inició con la llamada crisis del tequila de 1995 que, si bien afectó sólo a pocos países de la región, tuvo su origen en una de las principales economías de la región: México. Y, “reformado” y “modernizado”, de allí para adelante.

Las rebanadas del pastel


Tanto les gustan las “reformas”, que para hacerlas cumplir “reforman” lo ya “reformado” para pregonar que tal “reforma” fue lo mejor que le pudo pasar al país. Allí está el caso del apagón, el cual ahora necesita otra “reforma” para poder continuar con la “reforma” aprobada. Y apenas semanas atrás la subsecretaria de Comunicaciones, Mónica Aspe, aseguraba que (y no es un mito genial) “el programa (del apagón) avanza en tiempo y forma”. Y en este contexto resulta enternecedor el mensaje de Emilio Azcárraga: “defiendo el derecho de la gente a ver televisión”.