
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Todos tenemos un amigo como Trump.
Simpaticón, pendenciero. Irremediablemente narcisista. El fanfarrón
cuyos excesos de ego nos hacen reír (qué ganas ser un antisocial como
él) y deplorarlo a un tiempo (qué vergüenza ser ese patán). El machín
que en medio del cocktail grita: “¡My cock is bigger than yours!” O
bien: “I am veeeery rich”. Sus palabras textuales más socorridas.
El hablador que sentencia: Nombre, “Putin me amaría”. Ignorando que Putin a sus adversarios los asesina o encarcela o invade con ejércitos. O bien: “Dejemos que se maten entre sí (los árabes) y luego nosotros vamos por el petróleo.” Ignorando el genocidio atroz que está ocurriendo en Medio Oriente.
El narcisista, otra vez el término que es su diagnóstico
total, que vive de atacar la apariencia ajena para que no se vea la
suya. El gordito que no puede controlar su pelo pero quiere controlar al
mundo.
El bully que muestra su poderío precisamente contra
aquellos que por una razón u otra no pueden replicarle. En el caso de
Trump, las mujeres, educadas como estamos, contra la agresión. “La
verdad basta que aparezcas junto a un pedazo de buen culo.” “Si mi hija
no fuera mi hija, andaría con ella.” “Por favor, ¿cómo puede querer ser
presidente (Carly Fiorina) con esa cara?”
Y los
mexicano-estadunidenses, los más pobres entre los habitantes de Estados
Unidos, que Trump confunde continuamente con los inmigrantes
indocumentados, que por cierto no son todos de origen mexicano. “Son
violadores, narcotraficantes, ladrones.” “Lo peor de su gente nos lo ha
enviado el gobierno mexicano.” Y a quienes promete desterrar, según un
acólito suyo, “Juan by Juan by Juan.”
Lo que harán las mujeres
norteamericanas para parar al gordito machín, es su problema. Pero lo
que puede hacerse para que lo paren los mexicano-estadunidenses, nos
involucra también a los mexicanos. ¿Por qué? Porque el odio de Trump es
contra todo lo que deriva de México, y sobre todo porque, carambas: ¿hay
que decirlo?, los mexicano-estadunidenses son nuestros hermanos.
Y esto no es figurativo. Cada familia mexicana tiene al menos un
miembro allende la frontera. En mi caso, tengo mi hermana del alma y mis
sobrinos allende la frontera. Mexicano-estadunidenses leales a nuestra
cultura tanto como a la de su hogar gringo. Orgullosamente bilingües y
biculturales.
Esta es una propuesta para parar a Trump que nace
de conversaciones con mi hermana mexicano-estadunidense y de los datos
duros que ella, experta en la comunidad mexicano-estadunidense, de la
que ha escrito más que nadie, maneja.
Los mexicano-estadunidenses
deben parar a Trump donde realmente importa. No en el discurso. ¿A qué
discutir con un fanfarrón que miente como respira? No en la elección del
candidato del Partido Republicano. Todo indica que ahí los dados están
echados y la ganará arrasando. Si no en las urnas de la elección
nacional para presidente.
Veamos los números que respaldan esta propuesta y también indican qué acciones previas son necesarias.
El número de mexicano-estadunidenses legales en Estados Unidos es de 35
millones. Nada menos que el 11% de la población de ese país. Más que
los negros. Más que los asiáticos. Muchos más que los judíos.
Sin
embargo, según advirtió en un reciente artículo Fey Berman, dos tercios
de esos mexicano-estadunidenses legales no se han naturalizado. Es
decir, no han pasado por el proceso de adquirir plena ciudadanía, y en
particular el derecho al voto. Por tanto esas dos terceras partes de
mexicano-estadunidenses no han votado en otras elecciones, lo que
explica su poca influencia política, y en segundo nivel, el desdén que
se permite Trump contra ellos.
Pero podrán votar en las del año
2016, si se naturalizan. De naturalizarse esos cerca de 24 millones de
mexicano-estadunidenses en el próximo año, un nuevo panorama se
inaugura: podrían votar contra Trump y entonces sencillamente lo
mandarían al demonio.
Todavía más, si se naturalizan y sólo 70%
de ellos vota contra Trump, lo mandarían igual al demonio. Y si además
se movilizan para lograr la solidaridad de la mayoría de los otros
hispanos no mexicanos, otros 20 millones, lo mandarían al último rincón
del infierno.
¿Cómo lograrlo?
La clave, y acá es donde los
mexicanos de este lado somos necesarios, es involucrar a los medios
masivos que atienden estos votantes posibles. A decir, los canales de
televisión abierta de México y Univisión y Telemundo.
Hablar
públicamente de la urgencia de que los mexicano-estadunidenses hagan lo
necesario para votar y luego vayan en efecto a votar, así como hablar de
que apelen a la lealtad de los otros latinos, puede encender la mecha.
Pero sería espléndido, y por cierto natural, que las direcciones de
estos medios tomen el estandarte de la causa. Así como el canal Fox es
descaradamente pro republicano, los canales en español deberían ser
descaradamente contrarios Trump.
Ayudaría también que el gobierno
mexicano igual se mueva de su tradicional diplomacia de abstención y
levante el estandarte. Que use sus embajadas y consulados para asesorar y
acompañar a nuestros hermanos de allende la frontera en el proceso de
adquirir el voto.
Serviría tanto para derrotar a Trump como para
afirmar públicamente el vínculo entre México y los mexicanos que han
salido de nuestro país pero conservan su lealtad a la cultura que nos
hermana.
Aunque por fortuna no es indispensable la participación
del gobierno mexicano, siempre renuente en la arena internacional a
tomar posturas inéditas y decisivas. Bastan los medios masivos, cuyo
mensaje debe ser sencillo y directo.