Napoleón Gómez Urrutia* - Opinión
Como orgulloso
ciudadano de México, encuentro racistas y ofensivos los comentarios de
Donald Trump sobre los inmigrantes mexicanos. Pero, como líder sindical
que ha pasado mucho tiempo en Estados Unidos, entiendo la forma en que
los argumentos de Trump han repercutido en los trabajadores
industriales.
La producción estadunidense ha sido devastada a causa de los llamados acuerdos de
libre comercio, por el subsidio ilegal del acero y neumáticos chinos que compiten de manera desleal en el mercado de Estados Unidos; así como por los países que deliberadamente manipulan el valor de su moneda para reducir el precio de sus exportaciones.
Los trabajadores de la industria automotriz y del acero que alguna vez lograron tener una vida digna, no pueden hacerlo más. Y es peor aún, ya que a los jóvenes estadunidenses se les paga menos de lo que ganaban sus padres. Y el gobierno ha hecho muy poco por ayudarlos. Sin embargo, esto no es culpa de los desesperados mexicanos que Donald Trump ha difamado.
El gobierno mexicano está comprometido a mantener salarios bajos. Las leyes mexicanas permiten que las empresas firmen contratos con sindicatos falsos a fin de evitar que sus trabajadores se organicen adecuadamente para obtener mayores salarios. Los negocios sucios entre sindicatos falsos y empresas son conocidos como
contratos de protección, porque protegen a la empresa en su misión de pagar bajos salarios a los trabajadores. Las juntas laborales corruptas refuerzan este sistema.
Los pocos sindicatos democráticos, como el que presido –el Sindicato Nacional de Trabajadores Mineros, Metalúrgicos, Siderúrgicos y Similares de la República Mexicana– ha sido brutalmente atacado. Nuestros miembros han sido asesinados, encarcelados y perseguidos. Tuve que dejar México debido a que mi familia fue amenazada.
Veinte años después de la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), los trabajadores manufactureros en México ganan menos de la quinta parte de lo que ganan sus homólogos estadunidenses. Esa discrepancia estimula a algunos mexicanos a ir hacia el norte en busca de mejores oportunidades en Estados Unidos. Las empresas hacen lo contrario. Los bajos salarios en México atraen a las empresas a trasladar sus fábricas hacia el sur. Sólo en este mes, Ford anunció que transferiría la producción de dos líneas de automóviles fuera de Michigan, probablemente a México, justo cuando las negociaciones contractuales entre los United Auto Workers y los fabricantes de automóviles estadunidenses se habían programado para iniciar. Ford dijo que no cerrará la planta de Michigan, pero sólo la amenaza de cierre permite a las empresas conseguir concesiones de los trabajadores.
Seamos claros: la gran mayoría de mis compatriotas mexicanos
son gente decente y trabajadora que están intentando mantener a sus
familias. Ellos tienen mucho más en común con los trabajadores
estadunidenses que lo que cualquiera de nosotros pudiera tener con un
multimillonario como Trump.
Juntos, los trabajadores estadunidenses y mexicanos debemos rechazar
la retórica racista, provocadora y divisoria que venga de cualquier
parte. Los estereotipos destructivos únicamente debilitan la posición de
todos los trabajadores en su búsqueda de una vida mejor.
Juntos, también debemos adoptar una posición común frente a China y
otros países que están compitiendo de manera desleal con el subsidio
ilegal del acero y otros productos tanto en Estados Unidos como en
México a costa de decenas de miles de empleos.
Más importante aún: debemos permanecer unidos para exigir que México
transforme sus juntas laborales corruptas y modifique sus leyes para
permitir que los trabajadores se organicen y aumenten sus salarios,
antes de que tenga un mayor acceso a los mercados de Estados Unidos en
el marco del Acuerdo de Asociación Transpacífico.
Esto no es una fantasía. A pesar de los ataques masivos, en los
últimos 10 años mi sindicato ha duplicado el salario que nuestros
miembros llevan a su hogar. Nuestros miembros tienen una oportunidad de
unirse a la clase media. Sus hijos lo harán aún mejor. Lo que significa
que no migrarán a Estados Unidos. Ellos estarán comprando productos
hechos por estadunidenses, así como por trabajadores mexicanos.
Mientras, nuestros miembros aún competirán con los trabajadores
estadunidenses, pero será una competencia más justa basada en nuestras
habilidades y la productividad, y no en salarios artificialmente bajos.
Si esto pudiera ocurrir a lo largo de México, les quitaría a los
trabajadores estadunidenses mucha presión y los mexicanos serían
significativamente mejores. Existen señales de que esto puede lograrse.
En marzo, decenas de miles de trabajadores agrícolas mexicanos que
cosechan productos frescos para el mercado de Estados Unidos se
declararon en huelga y ganaron compromisos de mejores salarios,
prestaciones en seguridad social y pago de horas extras.
Si permitimos que el miedo y el odio nos dividan, vamos a continuar
en una carrera hacia el fondo. Pero si permanecemos de pie y luchando
juntos –contra la intolerancia y el racismo, así como por mayores
salarios y mejores oportunidades para nuestros hijos–, creo que todos
juntos veremos un futuro mejor.
*Artículo publicado el 22 de julio en el blog Huffington Post
Traducción: Karla Vázquez