Víctor Flores Olea - Opinión
Aunos cuantos días de
las elecciones, buena parte de la ciudadanía se pregunta aún si es o no
acertado presentarse a las urnas el 7 de junio para emitir el voto.
Antes que nada el hecho mismo de esta pregunta, o de esta vacilación,
que se extiende ya a buena parte de la sociedad, es la mejor prueba del
clima o estado de ánimo en que se encuentre hoy buena parte de nuestra
sociedad, la profunda desconfianza hacia los procesos electorales, sobre
los que habría una gravísima sospecha acerca de su rectitud, es decir,
de su legitimidad.
Más allá de que la duda se concentre en simplemente no asistir a las urnas, o en emitir un voto nulo, que equivale al rechazo directo a las elecciones, lo importante es que tal vez nunca en las últimas décadas se había planteado de manera tan abierta, militantemente, esa duda entre votar o no. En todo caso es ésta una prueba más del desprestigio generalizado a que ha llegado el sufragio en México, en que no hay confianza en los partidos políticos y en el gobierno mismo, pensando que es casi imposible esperar una votación
limpiaen estricto sentido, de lo cual resulta un desprestigio mayúsculo para nuestro sistema político, en el no parece haber seguridad alguna. Éste es tal vez uno de los más importantes signos de la descomposición política y social por los que atraviesa el país. Si a esto sumamos ilícitos y hasta los asesinatos ocurridos recientemente en torno a las elecciones, podremos percibir la magnitd del problema que vive México. (En el periódico Reforma se informó la semana pasada que suman ya 70 los ataques a las elecciones, con 19 asesinatos.)
A ello habría que agregar las cifras en dinero no controlado que de manera ilegal se invertirán sin duda en la compraventa de votos, lo cual añade dudas bien justificadas sobre la rectitud de las elecciones. Para muchos que llaman ya a la abstención o a expresar un voto nulo, tal acto sería, en caso de que se diera en escala significativa, un voto de castigo al actual régimen. Por otro lado, se interpretaría la asistencia a las urnas como un acto que consolidaría al actual régimen de gobierno. Para quienes llaman al voto en todo caso sería la ocasión para expresar la pluralidad política existente ya en la sociedad mexicana, que correspondería a los muy variados partidos políticos que han surgido en los últimos tiempos. Las opiniones contrarias son múltiples y cada una invoca a su favor argumentos nada deleznables.
Pero aun considerando la relativa legitimidad de las diferentes opiniones, el argumento central de quienes aconsejan el ejercicio del voto es que sólo por ese camino, en nuestros tiempos, se llegaría a una auténtica democracia. Muchas otras condiciones se requieren, pero sin duda la práctica del sufragio limpio, la educación política del voto, es una de las fundamentales. Sí, es verdad, no sólo es suficiente esa práctica, pero unida a otras condiciones el voto resulta una condición necesaria para la democracia, un supuesto previo e ineludible. Por ese camino, más tarde o más temprano, los países debieran llegar a una auténtica democracia. Incluso si se piensa en algo parecido a una
democracia radical, que sería una democracia participativa del conjunto social, la práctica o la cultura del voto se convierte entonces en un principio esencial.
Por supuesto, la cuestión es mucho más general en la medida en
que el desprestigio parece haber penetrado en prácticamente todos los
aspectos de la vida política: los partidos políticos, el régimen
político en su conjunto, que probablemente sea lo más grave, desde luego
encabezado por los dirigentes. Permítanme formular la opinión de que el
problema no es fácil y de que se llevará buen tiempo remontar la muy
mala opinión generalizada que existe ahora sobre nuestro sistema
político, que deberá remontar incontables fallas que han demeritado y
minado gravemente su prestigio.
Por supuesto, la estricta rectitud de los procesos electorales en
todos sentidos es tal vez la condición más importante y necesaria. En
este sentido, la vuelta del PRI a la primera línea del poder
partidarista sea tal vez el hecho más negativo, ya que es precisamente a
los más de los 70 años de ese partido en el poder que se atribuye la
mayor causa de ruptura y descomposición de la vida democrática en
México; otra de las causas indudables de ese desprestigio se debe al
bien ganado por el Partido de la Revolución Democrática (PRD), que entre
su abandono de la izquierda (por ejemplo, su activa participación en el
Pacto por México, formulado y comandado por el PRI) y su renuncia a
muchos aspectos democráticos centrales de la vida democrática
partidarista echó por la borda muchas de las posibilidades de que la
izquierda encabezara una real democracia partidaria en México.
En cuanto al PAN, sus 12 años de gobierno demostraron rotundamente su
carácter de derecha irreductible en México, sin que su función
gubernamental mostrara virtud alguna, sino más bien torpeza y la
cortedad de miras que muchos anunciaron previamente. Sin duda,
históricamente el PAN hace el papel de un corifeo más, de importancia,
al neoliberalismo económico implantado por el PRI.
Sobre los partidos llamémosles satélites no habría demasiado que
decir, porque en realidad lo son del PRI. Por eso, difícilmente puede
pensarse que de allí surgirán vientos de real renovación.
La excepción parece ser precisamente Morena (dirigido por Andrés
Mnuel López Obrador), que se presentó desde el inicio como un partido
que no sólo renunciaba al mal manejo de los partidos y a las prácticas
más condenables del sistema, sino que estaba dispuesto a limpiar
radicalmente la vida política de México. Tal cosa, y la rectitud de su
dirigente principal, lo han llevado en poco tiempo a posicionarse, según
dice alguna de su publicidad, como el partido del futuro en México. ¿Es
posible? Pensamos que sí y creo que no sale sobrando, en estas
elecciones intermedias, jugar esa apuesta de esperanza que parece
consistente.