MÉXICO, D.F. (apro).- Seguramente el próximo domingo 7 el presidente
Enrique Peña Nieto estará viendo en Los Pinos, en pantallas especiales,
el desarrollo de las elecciones intermedias. Y es muy probable que ante
sus ojos se presenten imágenes de violencia en algunos estados donde
personas inconformes con el sistema de partidos buscarán obstaculizar
los comicios como una expresión de hartazgo ante la corrupción,
impunidad e inseguridad en todo el país.
Los actores, pues, parecen estar listos para actuar. De una parte
está el Ejército, intentando a toda costa que se instalen todas las
casillas, principalmente en zonas de alto riesgo. Del otro lado, miles
de maestros tratan de frenar las elecciones por lo menos en cuatro
estados: Michoacán, Guerrero, Chiapas y Oaxaca, aunque sus
movilizaciones alcanzan al menos 20 entidades.
En otra parte del escenario tendríamos a diferentes grupos del crimen
organizado haciendo valer su fuerza con algunos de sus candidatos,
mediante amenazas de muerte y la propaganda de terror. En tanto, los
partidos políticos estarían movilizando su estructura electoral para
conseguir los votos de muchos ciudadanos que ya no están interesados en
participar y que serán mayoría.
Expertos en organizar elecciones, como José Woldenberg, afirman que
este será un ejercicio democrático para que los ciudadanos elijan a sus
representantes, y que de nada sirve la campaña para acudir a las urnas y
anular los votos como muestra de rechazo ciudadano a los partidos
políticos.
Otros señalan lo contrario y miran en la anulación (no abstención)
del sufragio una forma de expresión pacífica y legal de rechazo a
quienes ya no miran como representantes populares.
Nada augura un proceso electoral tranquilo para el próximo domingo.
El sistema de partidos, el gobierno reformista de Enrique Peña Nieto,
las instituciones electorales, los candidatos, y en general las formas
de representación políticas, van a estar a prueba.
La violencia que ya se prevé en el escenario podría rebasar a todas
las fuerzas del orden, y el intercambio de responsabilidades será
múltiple. Todos querrán culpar al otro y, al mismo tiempo, todos querrán
lavarse las manos.
Difícilmente este contexto podría ser distinto, porque ninguno de los
actores parece esta dispuesto a cambiar. Las elecciones del domingo
podrían ser recordadas no como el gran ejercicio democrático, sino como
la expresión más clara de la crisis estructural que vive el país, con
instituciones y autoridades corrompidas, gobiernos aliados con el crimen
organizado y partidos políticos que ya no representan a la sociedad que
los sigue manteniendo.
Quizá el único ganador claro de esta elección será el abstencionismo,
que se prevé alcance más de 60%, un récord histórico que no sólo
reflejará la apatía ciudadana, sino el hartazgo social frente a un
sistema político y de gobierno en crisis profunda.