
MÉXICO, D.F. (Proceso).- La visita de Enrique Peña Nieto y
su familia a la reina Isabel II en Buckingham Palace ofreció una
excelente estampa de la putrefacción de la política nacional. En medio
de una crisis nacional de proporciones históricas, con la violencia
desbordada, la economía en picada y los derechos humanos en vilo, el
inquilino de Los Pinos otorgó a su esposa e hijas unas vacaciones
pagadas en Londres. Se confirmó que Peña Nieto no es en realidad el
primer mandatario del país, sino un simple ornamento que desperdicia
recursos públicos, igual que la misma reina de Inglaterra.
Isabel II ascendió al trono el 6 de febrero de 1952, funge simultáneamente como la gobernadora suprema de la Iglesia de Inglaterra y es el jefe de Estado con más años en el poder del mundo. Representa con todas sus letras el autoritarismo más retrógrado. Con razón Peña Nieto se sentía como en casa durante la cena de gala y lucían tan sonrientes y contentos los integrantes de la comitiva presidencial, que incluía a Gerardo Gutiérrez Candiani, del Consejo Coordinador Empresarial, y a José Antonio Fernández, de FEMSA-Coca-Cola. El Partido Revolucionario Institucional (PRI), fundado en 1946, ha controlado los destinos de la nación mexicana desde hace aún más tiempo que la reina Isabel II. Ambos comparten los mismos valores y prácticas de desprecio hacia el pueblo humilde y de derroche parasitario de los ingresos estatales.
La cobertura mediática lisonjera de la visita “de Estado”
buscó fomentar la perversa fascinación del pueblo mexicano por las
monarquías. Por ejemplo, las reiteradas menciones a la ridícula carroza
del “Jubileo de Diamante” en que se transportaron juntos Peña Nieto e
Isabel II, con un valor de 4.7 millones de dólares y con 260 zafiros y
48 diamantes incrustados, tienen el efecto de que parezcan normales los
gastos insultantes de Peña Nieto, su gabinete y los exgobernadores
priistas en sus residencias de lujo, aviones barrocos, departamentos en
el extranjero y cuentas bancarias en Suiza. Tanto aquellos dispendios de
Peña y sus cómplices como los de la primera dama y sus hijas en
Inglaterra escogiendo entre los vestidos y las joyas más caros del
mundo, para fingir que ellas también son parte de la realeza, deben ser
motivo de indignación, no de celebración.
Lamentablemente, muchos críticos de Peña Nieto han caído
en la misma admiración monárquica. Circulan por las redes sociales
numerosas imágenes y burlas al mandatario mexicano por supuestamente no
estar a la “altura” de la reina Isabel II. Por ejemplo, una imagen
difundida por una destacada crítica del sistema representa a Angélica
Rivera preguntando a la reina Isabel cuál de los contratistas del
gobierno le habrá construido su hermoso castillo, como si las mansiones
de la reina no fueran resultado de siglos de expoliación colonial. Otras
colocan a Peña Nieto en situaciones incómodas exhibiendo su enorme
ignorancia sobre temas básicos en presencia de La Reina, como si la
monarquía inglesa fuera un modelo de sofisticación para un pueblo
mexicano con grandes tradiciones históricas e intelectuales propias.
Si bien las limitaciones culturales e intelectuales de
Peña Nieto y su familia son evidentes, es un error suponer que la
realeza inglesa de alguna manera enarbola principios más elevados. La
monarca de Inglaterra ofreció una cena de gala y apoyó públicamente al
mandatario mexicano precisamente porque comparten los mismos conflictos
de interés y la misma visión autoritaria del poder.
Vale la pena recordar que desde el principio México ha
sido una república. Si bien las fuerzas y las tentaciones monárquicas e
imperiales tuvieron una influencia importante sobre el país durante el
siglo XIX, a partir de la Revolución Mexicana y la Constitución de 1917
el pueblo mexicano se decidió de manera definitiva por una estructura
republicana y democrática para ejercer el poder estatal. Aquella
decisión histórica ha sido traicionada una y otra vez a lo largo del
siglo XX y a principios del actual. Los principales herederos y
responsables de esta traición son quienes hoy se agrupan bajo el escudo
del PRI, partido que, en su insignia, abusa anticonstitucionalmente de
los colores patrios.
Desde el retorno del PRI a Los Pinos en 2012, el proceso
de reinstalación monárquica goza de cabal salud. El Rey Peña pasea por
el mundo supuestamente representando al país, pero el pueblo mexicano
tiene perfectamente claro que el actual ocupante de Los Pinos solamente
defiende los intereses de los más poderosos y ricos de la nación. Urge
recuperar el gran legado de luchas republicanas e igualitarias que han
definido la historia, la soberanía y la identidad mexicanas.
*Este análisis se publicó en la edición 2001 de la revista Proceso que empezó a circular el 8 de marzo.