Julio Hernández López / Astillero

Había un tufo de obra
mal puesta. Todo parecía hecho a la carrera, sin la precisión ni el
empaque usuales en los actos del sol sexenal en turno, fuera el que
fuera (por ejemplo, en un momento de la representación casi chusca, los
esfuerzos de los ayudantes militares para someter al orden escenográfico
a la mal portada base de la bandera nacional que se había colocado en
el lugar equivocado, muy rejega esa base, y hubo de ser reubicada a
jalones poco elegantes).
Retrasado estaba Enrique Peña Nieto, pues había convocado en Los Pinos a las doce del día para dar un
mensaje a los medios de comunicacióny ya se había llegado al cuarto antes de la una y apenas comenzaba la escenificación contrahecha, la extraña tragicomedia de pastelazos institucionales organizada para que un patrón expidiera nombramiento de secretario a un subordinado acomodaticio que investigará si el propio dador de favores laborales súper bien pagados (y su esposa, y su secretario de Hacienda, más lo que se vaya acumulando) habría cometido actos irregulares o delictivos a juicio del muy agradecido personaje de rulos atrincherados en abierta guerra de simulación contra la alopecia, desbordado de alegría por la consecución del altísimo cargo al que llegó sin antecedentes de primer nivel más que asesorias y pasos por organigramas menores, de lo cual lo más destacado sería el paso por el Instituto del Fraude Electoral como consejero a cuenta del PRI, copartícipe de hechos como la aprobación del despojo a Andrés Manuel López Obrador en 2006 (¿ahora exculpará a EPN y demás, por un 0.56 por ciento de diferencia?)
Del Estado fallido a la presidencia no solamente comprada sino ahora también grotesca. El ocupante de la silla del poder desgranando un discurso presuntamente doctoral sobre los controles formales y éticos que en su gobierno se aplican para evitar actos de corrupción, aunque el desobediente ojo izquierdo del declarante acompañaba con guiños cuasi delatores las frases claves. El momento cumbre, desde luego, el correspondiente al nuevo conflicto de intereses, hecho y derecho, el de encargar al anhelante Virgilio Andrade Martínez, reconfirmado soldado del PRI, que indague y eventualmente proponga castigos si es que el jefe que lo hace secretario de la Función Pública cometió alguna irregularidad en la adquisición de su casa de Ixtapan de la Sal de parte de un compadre contratista agradecido, o si la esposa del jefe infringió alguna norma legal al recibir la Casa Blanca de Las Lomas de parte de un contratista igualmente muy contento, o si el secretario de Hacienda cometió algún desliz al recibir crédito y trato preferenciales para hacerse de una residencia en Malinalco, también a cuenta del mismo promotor inmobiliario del primer círculo peñista, el contratista Higa.
Peña Nieto diciendo que él no asigna contratos ni decide compras, mientras la Secretaría de Comunicaciones y Transportes sufre ante el Ifai porque no tiene sustento documental de las suspensiones de la licitación para el tren chino, todo decidido en arrebatos verbales por el propio mexiquense que evidentemente sí decidió por sus puras pistolas inmobiliarias cancelar el primer proceso, enseguida de que se conoció el asunto de la blanca casa de las Lomas, y el segundo en el que según eso ya no participarían las firmas quemantes, la Higa tan famosa ahora y la correspondiente al cuñado del lic. Carlos Salinas.
Por cierto, el nuevo paladín en la lucha contra la corrupción,
el antes mencionado Virgilio Andrade Martínez, fue colaborador de Ana
Paula Gerard, entonces funcionaria en Los Pinos con Carlos Salinas de
Gortari y ahora esposa de este mismo. El hermano de Virgilio, Víctor
Manuel, es el titular de la Unidad de Asuntos Jurídicos de la Auditoría
Superior de la Federación de la Cámara de Diputados. Y el papá de ambos,
Virgilio Andrade Palacios, fue parte del equipo jurídico defensor del
gerente sindical petrolero Carlos Romero Deschamps en el caso del Pemexgate.
Los Andrade siempre han tenido lazos muy estrechos con el PRI, con
Roberto Madrazo y Carlos Salinas, desde mucho tiempo atrás, y ahora con
el neosalinismo y neohankismo mexiquense encabezado por Peña Nieto,
quien siendo gobernador encargó en su momento a otro subordinado,
Alfonso Navarrete Prida, que indagara las acusaciones de corrupción
contra el tío de Enrique, Arturo Montiel, al que finalmente se declaró
rechinante de limpio, exento de culpa alguna, ejemplo de honestidad en
el manejo de los recursos públicos estatales.
Creyente de que así podría huir de las apariencias de conflicto de
intereses que acepta que existen pero niega sean ciertas, Peña Nieto se
hunde en peores simulaciones, las de pretender que un personaje sin
cartas de independencia y respeto político y social, abiertamente un
subordinado con especialización en
cumplirleal PRI y a los poderes constituidos, le puede emitir una aceptable carta de liberación de responsabilidades a él, a su esposa y a su secretario de Hacienda. Lo de ayer fue la confirmación escandalosa de que el durmiente de Los Pinos no entiende que no entiende y que todavía peor resulta cuando se esmera en hacer como que sí entendió lo que nomás no entenderá.
Por eso es que no le aplauden más que en audiencias controladas,
manipuladas, presionadas con las dádivas asistenciales o los negocios de
élite por asignar.
Ya sé que no aplauden, dijo ayer a periodistas al final de la penosa restauración de la Secretaría de la Función Pública que mantuvo agonizante a lo largo de este sexenio (mientras todos se servían de la gran mesa de la corrupción), sin cumplirse aún las promesas iniciales de la comisión nacional anticorrupción, vigentes y cabalgantes los fantasmas de las casas adquiridas en conflicto de intereses, designado un personaje menor como funcionario casi carnavalesco (la Secretaría del Aplauso, Saplaus) para atender el tema mayor, definitorio, vital, de la corrupción de los políticos mexicanos, sus familias y sus grupos.
Y, mientras se multiplica, desbordada, la narcoviolencia en la frontera tamaulipeca, ¡hasta mañana!