Julio Hernández López - Astillero

Llegada la hora del
cierre, el Teletón no había conseguido la suma de millones de pesos que
se había propuesto. En estricto sentido, fue un fracaso. O, cuando
menos, un notable incumplimiento de la meta establecida. Pero al estilo
del Congreso federal, que a sus conveniencias se concede el establecer
improbables
La edición 2014 del citado Teletón ha sido la más impugnada y
descuadrada. Le faltó su emblemática figura lacrimal, Lucero, ahora
distanciada de las estrellas del canal. Y, ante la pregunta emilista de relojes legislativospara alargar sesiones conflictivas más allá del calendario oficial restrictivo, el Teletón se habilitó una hora y media de recaudación más allá de lo originalmente considerado. Y así, 90 minutos después, se pudo decir, en un ambiente notablemente menos festivo que en todas las ocasiones anteriores, que en tiempos extras se había logrado empatar el marcador monetario deseado.
¿ahora quién podrá salvarnos?, apareció Eugenio Derbez como una especie de filósofo social de peluche que quiso confrontar (presuntamente en serio, queriendo querer) las múltiples y fundadas objeciones al ejercicio televisivo de filantropía fiscal constructora y operadora de centros de atención a discapacitados. Apenas unas semanas atrás había dicho el exitoso cómico de ligerezas que le avergonzaba
tener un país donde ni siquiera tu presidente es capaz de poner orden, (lo que) duele y duele mucho. Pero, lanzado al rescate del Teletitánic, hizo segunda a los aires regañones de una esposa recientemente puesta en pantalla para explicar sus cuentas inmobiliarias alegres y pretendió enfrentar a críticos del sistema, de la televisora regente y del Teletón limpiador de imagen.
La frivolidad farandulera y la cursilería deducible de impuestos no lograron restar responsabilidades al andamiaje de oportunismo asistencialista de Televisa y sus aliados políticos, empresariales y mediáticos. Las Naciones Unidas han objetado ese ejercicio que se escuda tras el dolor y la desgracia (causadas por un sistema que mucho beneficia a la élite de esa televisora cómplice) para quitar a tesorerías públicas, federal y estatales, los recursos públicos que esos gobiernos deberían administrar por sí mismos y no cederlos al poder televisivo para que éste haga caridades con dinero ajeno. El comité de los derechos de las personas con discapacidad de la ONU dijo que le
preocupa que buena parte de los recursos para la rehabilitación de las personas con discapacidad del Estado sean objeto de administración en un ente privado como Teletón. Pero, además de esa sustitución de las obligaciones del Estado, la pantallocracia promueve las donaciones individuales de una sociedad convocada no a pelear contra las causas profundas de la desigualdad, la injusticia y la corrupción, sino al ejercicio volátil de la caridad circunstancial.
Los juegos televisos del hambre consumían buena parte de la atención nacional mientras el drama nacional subía de grado. En Chiapas (donde el gobernador Manuel Velasco prepara su boda de ensueño con Anahí, otra estrella de Televisa que también apareció aportando una cuota a nombre de su fundación caritativa y defendiendo el Teletón), Agustín Gómez Pérez, de 18 años, tomó la determinación de hacerse prender fuego en demanda de la liberación de Florentino Gómez Girón, su tío, pero, sobre todo, dirigente del agrarista Frente Ricardo Flores Magón, al que el gobierno frívolo, despilfarrador y elitista de Velasco hizo encarcelar fabricándole delitos, entre ellos el de abigeato. Tan eficaz fue ese gobierno clasista de Velasco en poner tras las rejas a un líder que le resultaba molesto como lo fue para excarcelarlo de manera relampagueante luego del sacrificio del joven Agustín, que se mantiene a las puertas de la muerte. Mazmorras o libertad a gusto del virrey que se gasta el dinero chiapaneco en promover su figura en el país y el extranjero como presunto aspirante a la Presidencia de la República en 2018.
De Austria llegaron al Fabulador General de la República,
Jesús Murillo Karam, noticias muy propicias para dar carpetazo abierto a
la investigación sobre el destino de los normalistas rurales de
Ayotzinapa. La dosificación de la verdad sobre los 43 ha permitido al
régimen impedir una explosión mayúscula de descontento y le ha dado
tiempo, en un razonamiento macabro, razones de Estado criminal para
tejer una novela negra de la que todo mundo sabe el final pero que ha
permitido a los habitantes de los sótanos político-policiacos (sótanos
que en realidad son la cúpula, ingeniería de política real) esparcir la
versión casi segura de la muerte de los buscados pero, al mismo tiempo,
mantener bajo embargo acciones judiciales específicas en el nivel
nacional y retardar consignaciones ante instancias internacionales. En
esa estrategia de goteo, la identificación de restos como pertenecientes
a uno de los 43, a Alexander Mora Venancio, confirma sin confirmar la
historia murillista de los incinerados en Cocula. En ese contexto, hasta
lo cansado se le quitó al titular de la Procuraduría General de la
República, quien ayer leyó un boletín de prensa ante reporteros, sin
preguntas y respuestas, para rendir un burocrático informe de
actividades recientes.
Pero la desgracia nacional sigue adelante. De 19 años, la enfermera
Erika Kassandra Bravo Caro desapareció días atrás en Uruapan y luego se
le encontró torturada, apuñalada y con el rostro desollado (como sucedió
con Julio César Mondragón en Iguala). Ayer hubo protestas de ciudadanos
conmocionados por ese crimen y hoy se realizará otra en esa ciudad del
Michoacán presuntamente ya controlado por el comisionado Alfredo
Castillo. También hubo protestas públicas, reprimidas por policías
estatales y municipales, luego que la estudiante Liliana Morales Flores,
de 14 años, fue encontrada muerta en Tultitlán, estado de México, tras
haber sido secuestrada el pasado 24 de noviembre en Cuautitlán Izcalli,
en la entidad de alto índice de feminicidios sin justicia alguna.
Y, mientras Mancera ha cambiado de jefe policiaco, pero no de métodos ni espíritu represor, ¡hasta mañana!