lunes, 3 de marzo de 2014

Después de la mina, “nomás nos va a quedar la miseria” en Ixtacamaxtitlán

En este poblado a los pies de la Sierra Norte de Puebla, un proyecto minero poco conocido avanza, a golpe de billetes, entre tierras fértiles y aguas limpias
3 marzo 2014 | María Aranzazú Ayala Martínez | Desinformémonos
Puebla, México.- Cuando llueve, el agua corre limpia hacia abajo del pueblo; ahí los niños se pueden bañar y jugar. Una parte de ese camino da a la casa de la hija de doña Lucía, cerca de la bodega donde los trabajadores de la mina guardan sus materiales. En las últimas lluvias, el agua que escurrió pasó por ahí y cuando se estancó quedó llena de sapos y lagartijas muertas, que con sólo tomar el agua contaminada con los materiales tóxicos que usan en la mina se murieron al instante. Sus cadáveres flotando son un presagio de lo que puede pasarle al resto de los animales y habitantes debido a la contaminación por la explotación de minerales.
En Santa María Sotoltepec, una comunidad de poco más de 700 habitantes, ubicada en la parte baja de la Sierra Norte del estado de Puebla, la minera canadiense Almaden Minerals y su filial mexicana, Gavilán, llevan años haciendo trabajos de exploración en busca de minerales, principalmente oro, del cual están llenos los cerros del lugar. Pero la fase de exploración está a punto de terminar, y lo que viene es la explotación.

El plan es que se haga una mina a cielo abierto, la forma más agresiva de la extracción de metales de la tierra: se arrasa con la capa vegetal, se dinamita la roca para hacer enormes agujeros y después se separan los metales, principalmente el oro, con toneladas de cianuro, dejando reposar la piedra triturada en enormes piscinas que se riegan cada tanto con el material tóxico. Las prácticas a cielo abierto son las que siempre concitan más oposición porque devastan el ecosistema, que tarda décadas en recuperarse, además de envenenar no sólo al medio ambiente, sino a los habitantes de la zona.


Para llegar a Santa María se debe cruzar una parte del estado de Tlaxcala, saliendo desde la capital poblana, y tomar rumbo a la sierra. Entrando al municipio hay un letrero enorme, azul: “Bienvenidos a la Sierra Mágica”, como parte de la campaña publicitaria de turismo para atraer a más visitantes. Pero Ixtaca está todavía en la parte baja de la Sierra Norte, donde no es tan boscoso ni húmedo. Incluso es árida, los cerros se ven de distintos tonos de café y si bien hay árboles, no son los enormes y altísimos guardianes de los bosques, sino más bien matorrales que salpican el paisaje.

Si Ixtacamaxtitlán, la cabecera municipal, es un lugar poco conocido, lo es menos aún Santa María: el centro del pueblo es una suerte de cancha de básquetbol cubierta con un domo de lámina, una tiendita de paredes verdes despintadas por el sol y una iglesia, apenas separada por un camino de piedra donde caben, apretadas, tres camionetas blancas pick-up, que pasan una tras otra rumbo a una de las bodegas de la mina.

Almaden Minerals es dueña de 14 mil hectáreas en todo el municipio –así lo anuncia en su página oficial-, que forman parte del complejo “Tuligtic”, uno de los más grandes de extracción de oro en todo México. Gran parte de la Sierra Norte de Puebla está concesionada a la explotación minera, pero hasta el momento la lucha más sonada es la de los habitantes del municipio de Tetela de Ocampo –colindante con Ixtacamaxtitlán -, en Santa María, y varias comunidades cercanas la explotación está muy cerca de comenzar. O al menos es lo que los opositores temen.

Los empresarios mineros se dieron a la tarea, durante los últimos cinco años, de comprar a los pobladores dándoles trabajo. El señor Pompeyo, uno de los defensores de Santa María, informa que los perforadores ganan hasta 50 mil pesos al menos, y los ayudantes alrededor de 15 mil quincenales. También se llevaron a todos los niños y a sus familiares a tres viajes totalmente pagados, uno a Puebla, otro a Tlaxcala y otro a la Ciudad de México, y en diciembre les dieron piñatas y regalos para sus convivios.

En la comunidad de La Vega, pegada a Santa María y ubicada entre un laberinto de veredas en los agrestes montes, Gavilán y Almaden dieron 3 mil pesos para la fiesta patronal. Francis, una de las principales opositoras a la mina, ha hablado con decenas de personas para explicarles que cuando terminen los trabajos se van a quedar en la miseria total. Se indigna: “Por 3 mil pesos…”

Hace poco, algunos de los compañeros de Pompeyo, Francis, don Higinio y su esposa doña Lucía, acudieron a un encuentro de resistencia a las mineras. Se sorprendieron al enterarse de que en la minera más grande de oro del país, en Guerrero, la gente ya no sale en la noche. Ya no hay trabajos, pues la explotación arrasó con las tierras de cultivo, y el crimen organizado controla el área; los pobladores no son libres en su propio pueblo. Es otra de las cosas que temen, pues si hasta el momento no han tenido una represión tan fuerte, prevén que la situación se ponga más difícil. En una ocasión, luego de una asamblea con los demás habitantes de Santa María y los trabajadores de la mina, estos se pusieron en su contra y la de un periodista que asistió también. Al salir, dos camionetas de la minera se les cerraron, pero eventualmente se fueron y les permitieron el paso.

En la comunidad no son más de mil personas, y son muchas menos las que están decididas a defender la naturaleza y la salud. Si permiten que la minera destruya todo, se preguntan, ¿qué van a dejarles a sus hijos y a sus nietos? En 2012, durante las campañas para el cambio de presidente municipal, lograron que todos los candidatos firmaran un compromiso (tienen copia del documento y un video de la firma) en respaldo la oposición a la minería a cielo abierto. Aunque el candidato ya ganó y tomó posesión el pasado 15 de febrero, aún no recibe a los habitantes -a quienes les aseguró que estaría de su lado.


“Si nomás con la barrenación se acaba el agua”, cuestiona Francis, “entonces ¿qué pasará si empiezan con la explotación en forma?” En el cerro de El Uno, pegado al cerro de El Caolín, los trabajadores ya tienen establecido una especie de campamento, desde el cual vigilan a los que suben al cerro. “Agárrense, porque éste ya es territorio minero”, lanza Pompeyo. Se ve preocupado; él, Higinio y otro de sus compadres tienen una especie de plan de acción por si los trabajadores suben, para que no vaya a pasar nada. Hay que esconder las cámaras, hay que agacharse detrás de unos magueyes y unos arbustos secos entre los cuales hay escondidas decenas y decenas de placas de concreto con números, junto con listones de colores con letras y números también, marcando los barrenos y lugares donde hay oro, plata y, dicen algunos, hasta uranio.

Las tierras de Santa María Sotoltepec y del resto del municipio son muy fértiles. Ahí se cultiva durazno, manzana, papa, col, cilantro, amaranto, calabaza, maíz y frijol. En una ocasión llovió tanto, cuenta Francis, que el cerro donde está parada quién sabe cómo se llenó tanto de agua que estalló. Explotó la roca y rodó hasta las faldas del monte, asustando a los que tienen sus casas en la ladera y sorprendiendo a todos con el espectáculo de fuegos artificiales de agua y luz, como cascadas que brotaban escupidas desde el corazón de los cerros que ahora quieren dinamitar.

Higinio, Lucía, Francis, Pompeyo y otros vecinos ya hicieron dos caravanas para visitar a varias de las más de 60 comunidades donde hay tierras concesionadas para la explotación minera. Aunque la primera tuvo una gran respuesta, cuando regresaron la gente estaba más cerrada, menos dispuesta a oponerse, porque ya habían ido los trabajadores de la mina a ofrecerles cosas y a convencerlos de que lo mejor es estar con ellos.

Pero aunque les ofrezcan prestaciones y sueldos impensables –incluso muy altos para alguien que vive en la ciudad, los opositores saben que cuando termine la explotación, van a acabar con todo. “A nosotros lo único que nos va a quedar es la miseria”, aseguran.

FOTOS: RAMÓN HERMANN Y MARLENE MARTÍNEZ