La Jornada - Editorial
La victoria electoral
de Donald Trump anuncia impactos graves y preocupantes en el mundo en
general, pero en el caso de México resultan particularmente severos,
habida cuenta de la retórica racista, específicamente antimexicana, que
fue uno de los arietes de campaña del magnate neoyorquino.
Independientemente de lo que Trump pueda y quiera hacer una vez
instalado en la Casa Blanca, la sola noticia de su triunfo provocó un
derrumbe bursátil y cambiario extremadamente negativo para nuestro país.
No es para menos: sus veladas amenazas de abandonar el Tratado de Libre
Comercio (TLC), su pretensión de gravar las exportaciones mexicanas con
35 por ciento, su plan de confiscar las remesas de los connacionales
para financiar la construcción de la valla fronteriza y su ominosa
advertencia de emprender deportaciones de millones de migrantes
provocarían un cataclismo en la economía y la sociedad mexicanas.
No sería oportuno minimizar la seriedad de la situación; los
señalamientos referidos indican, simplemente, que en el horizonte de
corto plazo no hay catástrofe segura para nuestro país y que la voluntad
de Trump será sólo uno de los factores que determinen el rumbo del
próximo gobierno estadunidense.
Por lo que a México respecta, esta difícil coyuntura debiera
conducir al inmediato abandono de la política económica en curso desde
hace casi tres décadas, que apostó todo a la integración con el vecino
del norte, le entregó la fuerza de trabajo de nuestra población como
insumo de bajo costo y descuidó el fortalecimiento de la producción, la
investigación y el mercado internos. Esa estrategia errónea y trágica
fue acompañada por un torpe achicamiento de las funciones, propiedades y
potestades del Estado y ello se tradujo en una constante cesión de
soberanía, en una creciente dependencia y, como se ha visto ahora, en
una peligrosa vulnerabilidad nacional.
México debe abandonar la absurda idea de depositar sus expectativas
de crecimiento en la economía del país vecino, ir tomando distancia con
respecto al TLC y fijarse como objetivos prioritarios el impulso a un
mercado interno robusto y capaz de dar sustento a la producción propia,
la soberanía alimentaria, la dignificación del campo, la reducción de la
desigualdad social, la redistribución de la riqueza, el rescate de los
recursos naturales entregados al extranjero por la reforma energética y
la consecución de índices de desarrollo humano en lugar de tasas de
competitividad.
Una tarea impostergable es salir en defensa efectiva y resuelta de la
población mexicana que vive y trabaja al otro lado de la frontera, hoy
más amenazada que nunca en sus derechos humanos, su integridad, sus
propiedades y sus familias; cada gesto de debilidad u omisión de las
autoridades mexicanas incrementará el riesgo de que sean víctimas de
atropellos adicionales a los que ya enfrentan de manera regular. Las
instituciones deben estar preparadas para acudir a las instancias
internacionales, si es preciso, para denunciar cualquier maltrato que
sufra un ciudadano mexicano en Estados Unidos.
Finalmente, otra lección que los miembros del grupo gobernante y la
clase política debieran extraer del reciente episodio electoral
estadunidense es que deben evitar toda intromisión en asuntos políticos
de otros países, sobre todo cuando se trata de Estados Unidos, no sólo
porque es una práctica indebida, sino porque a la larga se traduce en
graves daños al país.