
GUADALAJARA, JAL. (Proceso Jalisco).- El 26 de septiembre
conmemoramos el primer año de la tragedia de Iguala. Para fortuna de
nuestra salud pública, la opinión pública, enterada o desinformada, a
favor o en contra, se ha ocupado del tema sin dar tregua. En la vida
nacional poco a poco se empieza a convertir ya en un hito la masacre de
los chicos normalistas de Ayotzinapa, su desaparición forzosa y la
exigencia popular a no ser tirado al basurero. En la historia de los
pueblos algunos acontecimientos rompen la inercia y les sirven de
fulcro, de
punto de apoyo, de mojón imprescindible a sus referencias fundamentales. El asunto de Ayotzinapa se transforma con celeridad en uno de estos raigones de diseño de nuestra historia mexicana reciente.
punto de apoyo, de mojón imprescindible a sus referencias fundamentales. El asunto de Ayotzinapa se transforma con celeridad en uno de estos raigones de diseño de nuestra historia mexicana reciente.
Igual
pasó con las movilizaciones estudiantiles en 1968. Su cruento colofón
fue la noche aciaga del 2 de octubre, referencia ineludible de nuestra
historia. Las convulsiones de hace 47 años marcan nuestro horizonte
histórico, para bien o para mal. Hay serias diferencias en los detalles
particulares de ambos eventos. Pero les cubre el mismo telón de fondo:
por un lado la valiente decisión de nuestros jóvenes a marcar un alto a
las arbitrariedades del poder establecido y, en contraste, la respuesta
airada, intolerante y criminal de los cuestionados. El poder, su
brutalidad desplegada y tras el desastre, la impunidad, el aparato de la
justicia sometido al servicio de la injusticia.
Podemos pulsar
sin embargo una gran diferencia entre aquel y éste. Para el caso de la
tragedia de Tlatelolco pasó demasiado tiempo para que la población
mexicana conociera los detalles de aquella masacre y los fermentara en
su fecundo seno. Aun ahora no tenemos todo el expediente bajo nuestro
dominio, pero la responsabilidad de los del poder ha sido dictada y no a
su favor. Con el tiempo muchas inteligencias de ese vientre fecundo han
venido descorriendo los velos que tendió el poder para ocultarla y
desvirtuarla. Gracias a tal corrosión se despejaron los móviles, la
dinámica perversa que activaron los centros del poder y la construcción
de lo realmente ocurrido entonces.
Ahora no ha sido así. Apenas a
un año de los atropellos contra los normalistas de Ayotzinapa, la comuna
mexicana y la internacional mantienen izada la bandera de la exigencia
por su esclarecimiento y trabajan por descorrer los velos de la infamia.
Hay, en el tocadero, una versión fundamental de peritos que contradice
la versión oficial del poder. Esto exhibe en toda su desnudez a nuestros
gobernantes. El tiempo para ambos eventos los puso en cercanía de
aniversario pero se prodigó en la distinción para su reconocimiento
comunitario, tanto para aceptarlo como para repugnar de él.
Los
manifiestos y pronunciamientos sobre un hecho trascendental en nuestra
vida nacional actual han menudeado. Muchos colectivos los toman como
bandera. A medio siglo de distancia, no tiene tanto sentido pronunciarse
sobre la noche de Tlatelolco. Pero de un asunto vivo, a debate, del
cual aún no se dicta la última palabra, sí cuenta fijar postura. Damos
paso al pronunciamiento sobre estos hechos que realizó el día del primer
aniversario el Colegio Jalisciense de Filosofía, del cual ya hemos
reseñado aquí algunas actividades. Este colectivo le dedicó este año
todas sus conferencias mensuales al análisis y el desmenuzamiento de las
entrañas de nuestra violencia. Va:
A todos los hombres y mujeres
sensibles de la República Mexicana:
sensibles de la República Mexicana:
A
un año de los deleznables acontecimientos perpetrados por la fuerza
pública en la humanidad de los estudiantes de la Escuela Normal Rural de
Ayotzinapa, es una obligación moral y política que todo mexicano
manifieste su indignación ante un hecho criminal que no puede ser pasado
por alto.
Ha sido tan recurrente la impunidad de nuestras
autoridades, en cúmulos de actuaciones arbitrarias, que el pueblo
mexicano corre el grave riesgo de acostumbrarse a estos eventos
censurables y, en consecuencia, terminar tomando una postura de
indiferencia e insensibilidad ante la maldad de su contenido. No podemos
permitirnos semejante declive social, ni en el orden político ni mucho
menos en el orden ético de nuestro acontecer cotidiano. No podemos
darnos el lujo de que la maldad se banalice al interior de nuestro
cuerpo social. Urge poner un alto definitivo a este proceso de
degradación.
De acuerdo con esta necesidad, el Colegio Jalisciense
de Filosofía, S.C. se pronuncia por un alto definitivo a este tipo de
hechos de sangre, ominosos y destructivos. Se adhiere a la exigencia de
las familias de las víctimas, que no han claudicado en la búsqueda de
los normalistas desaparecidos, para que este hecho contumaz sea
plenamente esclarecido y no quede duda de lo que ocurrió en esa noche
trágica. La forma como las instancias judiciales del Estado mexicano han
actuado no sólo ha sido deficiente sino que muestra en el fondo un
profundo desprecio, deshumanizado e insensible, hacia los ciudadanos. Lo
único que se ha demandado hasta hoy es la aplicación de la justicia a
los responsables de este agravio colectivo.
Si forzáramos un poco
más el enjuiciamiento de estos hechos condenables podríamos rozar la
calificación de que se trató de un crimen de lesa humanidad, con tintes
hasta genocidas, y no nos quedaría lejana la tipificación de que se
trata de un proceso de limpieza étnica. De ser este el caso, la gravedad
de estos hechos estaría poniendo en duda la credibilidad de nuestro
estado de derecho y tendríamos que aceptar lo dicho por muchos
analistas: que transitamos por un Estado canalla.
Hasta este
momento una gran parte del pueblo mexicano sigue sin obtener respuesta a
las muchas interrogantes que le suscitan estos hechos. Es necesario
entonces que sean plenamente esclarecidos, para conocer los motivos que
están detrás de las desapariciones.
¿Qué móviles generaron tanta sevicia y crueldad en contra de estos muchachos?
¿Cuál es la intencionalidad oculta que atizó semejante barbaridad?
¿A quiénes beneficia que se desborde este encarnizamiento?
De no poner un alto inmediato a estos trances dolorosos, ¿a dónde nos conducirá tanta ceguera?
Los
jóvenes del país viven una situación generalizada de consternación, de
irisada sensibilidad, de hartazgo de las mentiras oficiales, de un
enfado abierto en contra de la violencia y la injusticia inacabable. Hay
en la joven generación hasta visos de desesperación. ¿Este es el futuro
que les espera? ¿No tenemos una respuesta positiva y alentadora para
ellos? Estamos ante un parteaguas fundamental que nos obliga a todos a
actuar con claridad y enderezar nuestra aterida nave social, a punto de
naufragio.
Atentamente
Guadalajara, Jal., a 26 de septiembre de 2015
La verdad nos hace libres
Colegio Jalisciense de Filosofía, S.C.