martes, 6 de octubre de 2015

Dos aniversarios luctuosos

Una pinta en la marcha conmemorativa por el 2 de octubre. Foto: Benjamin FloresJuan M. Negrete - Proceso
GUADALAJARA, JAL. (Proceso Jalisco).- El 26 de septiembre conmemoramos el primer año de la tragedia de Iguala. Para fortuna de nuestra salud pública, la opinión pública, enterada o desinformada, a favor o en contra, se ha ocupado del tema sin dar tregua. En la vida nacional poco a poco se empieza a convertir ya en un hito la masacre de los chicos normalistas de Ayotzinapa, su desaparición forzosa y la exigencia popular a no ser tirado al basurero. En la historia de los pueblos algunos acontecimientos rompen la inercia y les sirven de fulcro, de
punto de apoyo, de mojón imprescindible a sus referencias fundamentales. El asunto de Ayotzinapa se transforma con celeridad en uno de estos raigones de diseño de nuestra historia mexicana reciente.
Igual pasó con las movilizaciones estudiantiles en 1968. Su cruento colofón fue la noche aciaga del 2 de octubre, referencia ineludible de nuestra historia. Las convulsiones de hace 47 años marcan nuestro horizonte histórico, para bien o para mal. Hay serias diferencias en los detalles particulares de ambos eventos. Pero les cubre el mismo telón de fondo: por un lado la valiente decisión de nuestros jóvenes a marcar un alto a las arbitrariedades del poder establecido y, en contraste, la respuesta airada, intolerante y criminal de los cuestionados. El poder, su brutalidad desplegada y tras el desastre, la impunidad, el aparato de la justicia sometido al servicio de la injusticia.
Podemos pulsar sin embargo una gran diferencia entre aquel y éste. Para el caso de la tragedia de Tlatelolco pasó demasiado tiempo para que la población mexicana conociera los detalles de aquella masacre y los fermentara en su fecundo seno. Aun ahora no tenemos todo el expediente bajo nuestro dominio, pero la responsabilidad de los del poder ha sido dictada y no a su favor. Con el tiempo muchas inteligencias de ese vientre fecundo han venido descorriendo los velos que tendió el poder para ocultarla y desvirtuarla. Gracias a tal corrosión se despejaron los móviles, la dinámica perversa que activaron los centros del poder y la construcción de lo realmente ocurrido entonces.
Ahora no ha sido así. Apenas a un año de los atropellos contra los normalistas de Ayotzinapa, la comuna mexicana y la internacional mantienen izada la bandera de la exigencia por su esclarecimiento y trabajan por descorrer los velos de la infamia. Hay, en el tocadero, una versión fundamental de peritos que contradice la versión oficial del poder. Esto exhibe en toda su desnudez a nuestros gobernantes. El tiempo para ambos eventos los puso en cercanía de aniversario pero se prodigó en la distinción para su reconocimiento comunitario, tanto para aceptarlo como para repugnar de él.
Los manifiestos y pronunciamientos sobre un hecho trascendental en nuestra vida nacional actual han menudeado. Muchos colectivos los toman como bandera. A medio siglo de distancia, no tiene tanto sentido pronunciarse sobre la noche de Tlatelolco. Pero de un asunto vivo, a debate, del cual aún no se dicta la última palabra, sí cuenta fijar postura. Damos paso al pronunciamiento sobre estos hechos que realizó el día del primer aniversario el Colegio Jalisciense de Filosofía, del cual ya hemos reseñado aquí algunas actividades. Este colectivo le dedicó este año todas sus conferencias mensuales al análisis y el desmenuzamiento de las entrañas de nuestra violencia. Va:
A todos los hombres y mujeres
sensibles de la República Mexicana:
A un año de los deleznables acontecimientos perpetrados por la fuerza pública en la humanidad de los estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, es una obligación moral y política que todo mexicano manifieste su indignación ante un hecho criminal que no puede ser pasado por alto.
Ha sido tan recurrente la impunidad de nuestras autoridades, en cúmulos de actuaciones arbitrarias, que el pueblo mexicano corre el grave riesgo de acostumbrarse a estos eventos censurables y, en consecuencia, terminar tomando una postura de indiferencia e insensibilidad ante la maldad de su contenido. No podemos permitirnos semejante declive social, ni en el orden político ni mucho menos en el orden ético de nuestro acontecer cotidiano. No podemos darnos el lujo de que la maldad se banalice al interior de nuestro cuerpo social. Urge poner un alto definitivo a este proceso de degradación.
De acuerdo con esta necesidad, el Colegio Jalisciense de Filosofía, S.C. se pronuncia por un alto definitivo a este tipo de hechos de sangre, ominosos y destructivos. Se adhiere a la exigencia de las familias de las víctimas, que no han claudicado en la búsqueda de los normalistas desaparecidos, para que este hecho contumaz sea plenamente esclarecido y no quede duda de lo que ocurrió en esa noche trágica. La forma como las instancias judiciales del Estado mexicano han actuado no sólo ha sido deficiente sino que muestra en el fondo un profundo desprecio, deshumanizado e insensible, hacia los ciudadanos. Lo único que se ha demandado hasta hoy es la aplicación de la justicia a los responsables de este agravio colectivo.
Si forzáramos un poco más el enjuiciamiento de estos hechos condenables podríamos rozar la calificación de que se trató de un crimen de lesa humanidad, con tintes hasta genocidas, y no nos quedaría lejana la tipificación de que se trata de un proceso de limpieza étnica. De ser este el caso, la gravedad de estos hechos estaría poniendo en duda la credibilidad de nuestro estado de derecho y tendríamos que aceptar lo dicho por muchos analistas: que transitamos por un Estado canalla.
Hasta este momento una gran parte del pueblo mexicano sigue sin obtener respuesta a las muchas interrogantes que le suscitan estos hechos. Es necesario entonces que sean plenamente esclarecidos, para conocer los motivos que están detrás de las desapariciones.
¿Qué móviles generaron tanta sevicia y crueldad en contra de estos muchachos?
¿Cuál es la intencionalidad oculta que atizó semejante barbaridad?
¿A quiénes beneficia que se desborde este encarnizamiento?
De no poner un alto inmediato a estos trances dolorosos, ¿a dónde nos conducirá tanta ceguera?
Los jóvenes del país viven una situación generalizada de consternación, de irisada sensibilidad, de hartazgo de las mentiras oficiales, de un enfado abierto en contra de la violencia y la injusticia inacabable. Hay en la joven generación hasta visos de desesperación. ¿Este es el futuro que les espera? ¿No tenemos una respuesta positiva y alentadora para ellos? Estamos ante un parteaguas fundamental que nos obliga a todos a actuar con claridad y enderezar nuestra aterida nave social, a punto de naufragio.
Atentamente
Guadalajara, Jal., a 26 de septiembre de 2015
La verdad nos hace libres
Colegio Jalisciense de Filosofía, S.C.