sábado, 26 de septiembre de 2015

Pese a décadas de abandono, normales rurales cumplen con llevar educación a los más pobres

Se han convertido en agentes de transformación en sus comunidades: especialistas
Estas escuelas “se han ido extinguiendo por decisión del Estado; son asfixiadas presupuestalmente”
Laura Poy Solano | Periódico La Jornada Sábado 26 de septiembre de 2015, p. 8
A casi un siglo de su fundación, las normales rurales no son una “reliquia del pasado” que se aferran a un proyecto de nación que se extinguió. Sus objetivos, afirman especialistas y egresados de esas instituciones educativas, siguen vigentes: “llevar educación a los pobres del campo, pero también luchar contra la injusticia social y mantener la dignidad de los desposeídos”.

A pesar del persistente abandono presupuestal y de infraestructura, que se ha agudizado desde los años 60 del siglo pasado, su papel ha sido “fundamental no sólo para el sistema educativo, sino para un proyecto de nación que no ha perdido validez. Cumplen con el derecho a la educación para los sectores más empobrecidos y ser agentes de transformación en sus comunidades”, coinciden los expertos.

Tanalís Padilla, experta en el estudio del normalismo rural y profesora en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, destaca que el proceso de consolidación de estas escuelas se inicia con el gobierno del general Lázaro Cárdenas, que orienta y promueve su creación, a fin de cumplir con las promesas de bienestar social, que incluyen educación y reparto agrario.

En las primeras décadas del siglo XX alcanzan su apogeo en número y alumnos atendidos. Suman 16 para 1931, y una década después son más de 40. Se convierten, agrega Padilla, en las únicas instituciones que abren la posibilidad para que los hijos de campesinos e indígenas puedan acceder a la educación y a un desarrollo profesional. Sin embargo, en 1969, durante el gobierno del presidente Gustavo Díaz Ordaz, se cierran 15 de las 29 aún existentes.

César Navarro, historiador y egresado del normalismo rural, afirma que estas casas de estudio “han sido trascendentales en la creación del sistema educativo mexicano” no sólo porque permitieron que jóvenes campesinos e indígenas tuvieran una formación profesional, sino porque hicieron posible el acceso de los sectores más vulnerables a las aulas. Esto, dice, pese a ser las instituciones educativas “más asediadas, precarizadas y prácticamente abandonadas”.

A lo largo de varias décadas, las normales rurales han logrado resistir una marea “conservadora y regresiva” en materia educativa. Ningún conjunto de instituciones ha sido tan vulnerada.

“Se han ido extinguiendo por decisión del Estado. Hoy están al filo de la sobrevivencia en condiciones en las que nunca le sobran recursos, y pese a ello, han logrado formar maestros con un profundo compromiso educativo y con las comunidades.”

Consideró que uno de sus principales desafíos es “garantizar su sobrevivencia, frente a un contexto político adverso, y con una reforma educativa que tiene un objetivo muy claro: acabar con esa forma de ser maestro. Su subsistencia ahora también depende de la defensa que hagamos de ellas como un bien público, invaluable para la educación y para el país”.

Una de las instituciones emblemáticas, aseguran los especialistas, es la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa.

Fundada en 1926 e inaugurada oficialmente el 30 de marzo de 1933, por sus aulas pasaron los luchadores sociales Lucio Cabañas y Othón Salazar, pero también, recuerdan algunos de sus egresados, miles de maestros que “con lo puesto nos fuimos a las comunidades más lejanas no sólo de Guerrero, sino de Oaxaca, Chiapas, Morelos, Veracruz y Puebla”.

Todos, señala el maestro Felipe Ponce, que ingresó a la normal de Ayotzinapa en 1943, “éramos profundamente cardenistas. Creíamos en su proyecto y nos fuimos a construir otro México, misión que está lejos de concluir”. En aquellos años, rememora, la labor docente se hacía bajo un árbol o con techos de palma de ajonjolí y paredes de caña de maíz. “Igual que ahora, porque hay muchas escuelas así, en que las cosas no han cambiado tanto”.

De aquella época recuerda la huelga nacional de 1946, que logró aglutinar a todas las escuelas normales rurales del país.

“Cerramos las escuelas porque las condiciones que enfrentábamos eran malas. Básicamente no teníamos recursos para infraestructura, no existía nada de talleres, laboratorios o insumos para trabajar la tierra. Nos recibían para estudiar, pero la asignación para alimentos era de 80 centavos diarios. No teníamos una plantilla docente completa.

“Egresé prácticamente sin recibir clases de inglés ni de historia, porque nunca llegaron los maestros. Queríamos trabajar la tierra, pero ni arados teníamos”, recuerda.
Graciela Gutiérrez, profesora de la Benemérita Escuela Nacional de Maestros, apunta que las normales rurales han enfrentado varias décadas de abandono financiero. “En general han sido estranguladas presupuestalmente, por lo que la búsqueda de la calidad educativa en la formación inicial del docente se convierte más en un discurso que en un hecho concreto”.

Destaca que en el caso de la normal de Ayotzinapa, cuenta con una “larga historia de resistencia y organización. Tiene vínculos sólidos con la comunidad donde se edificó, en Tixtla, Guerrero, y sus egresados se caracterizan por su profundo compromiso social, sobre todo con las comunidades campesinas e indígenas”.