MÉXICO, D.F. (Proceso).- Los primeros meses del gobierno
de Enrique Peña Nieto (EPN) –e incluso antes, en su periodo como
presidente electo– fueron de reconocimiento, beneficio de la duda y
esperanza de que el rumbo del país habría de ser mejor que con Felipe
Calderón, quien salió mal de su gobierno por su fallida guerra personal
contra el crimen organizado.
Hoy, dos años después, Peña Nieto está en el peor de los mundos, sin visos de que la situación nacional vaya a mejorar. Veamos.
Primero. Altos funcionarios del gobierno creen o quieren
hacer creer que las cosas en México van de maravilla. Arguyen que la
prensa extranjera orquestó una campaña contra el gobierno de Peña Nieto,
sólo ve el vaso medio vacío y no reconoce su esfuerzo por sacar al país
adelante.
Pretenden crear la idea de que en la economía todo iría
muy bien con la gestión de Luis Videgaray, pues se quieren convencer de
que ha hecho lo correcto en los tiempos adecuados. En la lógica de estos
funcionarios, si no se han dado los resultados esperados, eso no es
culpa del secretario de Hacienda; el argumento justificativo es que ha
habido factores externos magnificados por una compleja red de malos
mexicanos en connivencia con la prensa extranjera para dinamitar la
confianza en el país. La economía vive, en gran medida, del factor
subjetivo de la credibilidad, de la certidumbre en el tiempo, y eso se
llama confianza.
En suma, de acuerdo con esa percepción que sale de la
oficina presidencial, las aviesas intenciones y acciones de la prensa
extranjera, junto con los escasos medios mexicanos críticos que no se
suman a “mover a México”, han hecho naufragar “artificialmente” al
gobierno de Peña Nieto en apenas dos años, tiempo récord en la historia
contemporánea del país.
La prensa extranjera aliada, receptora y reproductora de
los mensajes originados por los mexicanos resentidos, siguiendo la misma
versión, por distintas razones, todas ellas ajenas a los mejores
intereses del país, han magnificado lo que sucede. Por ejemplo, se aduce
que Juan Méndez, relator especial de la ONU, se extralimitó al afirmar
que en México las violaciones a los derechos humanos, específicamente la
tortura, son generalizadas. El gobierno mexicano y la Comisión Nacional
de los Derechos Humanos consideran que éstos son eventos aislados y
están debidamente identificados y controlados.
Segundo. Que alguien crea en esta
explicación-justificación de por qué hace agua la estructura
gubernamental por todos lados es una estulticia que no resiste el menor
análisis. ¿Cómo podría explicarse que en los primeros meses del gobierno
la prensa extranjera tratara bien al presidente y poco tiempo después
haya cambiado su percepción? La explicación es muy sencilla. El quid del
asunto es que el propio Peña Nieto se ha convertido en el pasivo
central de su gobierno, por sus propias acciones: Conflictos de interés,
opacidad, impunidad, corrupción, incapacidad política… Lo más reciente:
la ocupación de ostentosas residencias en el sector más exclusivo de
las Lomas de Chapultepec por parte del secretario de Gobernación, Miguel
Ángel Osorio Chong, y su subsecretario Luis Enrique Miranda Nava, y el
desmentido de Osorio que se exhibe a sí mismo porque los reporteros
Jesusa Cervantes y Santiago Igartúa no se fueron con versiones o
rumores, sino con pruebas en la mano, que están a la vista de todos. Eso
se llama cinismo puro y duro.
De esta suerte, no hay ningún complot o red para que Peña
Nieto se encuentre con las peores calificaciones en muchos rubros. Me
queda claro que ese modus operandi está en su propia naturaleza y no
puede ir contra sí mismo. Esa naturaleza contra natura de la democracia
es reportada por la prensa extranjera y los contados medios críticos
mexicanos, entre ellos Proceso, porque es de interés público. No es, por
supuesto, un asunto personal, de empatía o antipatía, sino de actos que
forman una serie continuada en el tiempo, día tras día, que convierten
al gobierno federal en foco de atención mediática recurrente, toda vez
que sus acciones se superan una a la otra en una suerte de concurso para
ver cómo pueden realizarse de la peor manera.
Cuando uno creía que ya había visto todo, Peña Nieto
siempre sorprende con algo más burdo o absurdo, como el nombramiento de
Virgilio Andrade en la Secretaría de la Función Pública, llevado de la
mano de José Antonio Meade y Luis Videgaray para vigilar a sus propios
amigos –a quienes les debe el puesto–, y al jefe de ellos. Eso en sí
mismo ofende la inteligencia de todos. Reconozco la capacidad retórica y
sofista de quienes son capaces de presentar este espectáculo como un
serio instrumento de lucha contra la corrupción.
Tercero. A dos años, la esperanza de que Enrique Peña
Nieto pueda cambiar es como creer que la reforma del sistema educativo
va a funcionar o que desaparecerá la contaminación ambiental del Valle
de México. Lo deseable sería que los grandes segmentos de la población
ejercieran su derecho a decir no, a denunciar, a exigir cuentas. Pero
eso el propio gobierno nos lo ha quitado desde niños con un sistema
educativo acrítico que forma técnicamente pero que evade abordar asuntos
como la justicia social o el reparto equitativo de la riqueza social.
Son algunas islas en el mar de la resignación y de la
derrota anticipada las que luchan por poner un alto a lo que sucede en
México. Qué bueno que eso exista para crear un limitado pero existente
contrapeso social a los actos que se aparten de la ley. También es
positivo que la prensa extranjera, o buena parte de ella, y los medios
independientes mexicanos, no sean refractarios al clima de crisis,
depredación e incertidumbre que impera en todo México. No es, por
supuesto, una solución de fondo, pero sí un dique para que algunos, los
más notorios al menos, de los actos delictivos o ilícitos del gobierno
no se queden sin consecuencias.