martes, 28 de abril de 2015

Autovictimización presidencial

El titular del Ejecutivo, Enrique Peña Nieto. Foto: Miguel DimayugaErnesto Villanueva - Proceso
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Los primeros meses del gobierno de Enrique Peña Nieto (EPN) –e incluso antes, en su periodo como presidente electo– fueron de reconocimiento, beneficio de la duda y esperanza de que el rumbo del país habría de ser mejor que con Felipe Calderón, quien salió mal de su gobierno por su fallida guerra personal contra el crimen organizado.

Hoy, dos años después, Peña Nieto está en el peor de los mundos, sin visos de que la situación nacional vaya a mejorar. Veamos.
Primero. Altos funcionarios del gobierno creen o quieren hacer creer que las cosas en México van de maravilla. Arguyen que la prensa extranjera orquestó una campaña contra el gobierno de Peña Nieto, sólo ve el vaso medio vacío y no reconoce su esfuerzo por sacar al país adelante.
Pretenden crear la idea de que en la economía todo iría muy bien con la gestión de Luis Videgaray, pues se quieren convencer de que ha hecho lo correcto en los tiempos adecuados. En la lógica de estos funcionarios, si no se han dado los resultados esperados, eso no es culpa del secretario de Hacienda; el argumento justificativo es que ha habido factores externos magnificados por una compleja red de malos mexicanos en connivencia con la prensa extranjera para dinamitar la confianza en el país. La economía vive, en gran medida, del factor subjetivo de la credibilidad, de la certidumbre en el tiempo, y eso se llama confianza.
En suma, de acuerdo con esa percepción que sale de la oficina presidencial, las aviesas intenciones y acciones de la prensa extranjera, junto con los escasos medios mexicanos críticos que no se suman a “mover a México”, han hecho naufragar “artificialmente” al gobierno de Peña Nieto en apenas dos años, tiempo récord en la historia contemporánea del país.
La prensa extranjera aliada, receptora y reproductora de los mensajes originados por los mexicanos resentidos, siguiendo la misma versión, por distintas razones, todas ellas ajenas a los mejores intereses del país, han magnificado lo que sucede. Por ejemplo, se aduce que Juan Méndez, relator especial de la ONU, se extralimitó al afirmar que en México las violaciones a los derechos humanos, específicamente la tortura, son generalizadas. El gobierno mexicano y la Comisión Nacional de los Derechos Humanos consideran que éstos son eventos aislados y están debidamente identificados y controlados.
Segundo. Que alguien crea en esta explicación-justificación de por qué hace agua la estructura gubernamental por todos lados es una estulticia que no resiste el menor análisis. ¿Cómo podría explicarse que en los primeros meses del gobierno la prensa extranjera tratara bien al presidente y poco tiempo después haya cambiado su percepción? La explicación es muy sencilla. El quid del asunto es que el propio Peña Nieto se ha convertido en el pasivo central de su gobierno, por sus propias acciones: Conflictos de interés, opacidad, impunidad, corrupción, incapacidad política… Lo más reciente: la ocupación de ostentosas residencias en el sector más exclusivo de las Lomas de Chapultepec por parte del secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, y su subsecretario Luis Enrique Miranda Nava, y el desmentido de Osorio que se exhibe a sí mismo porque los reporteros Jesusa Cervantes y Santiago Igartúa no se fueron con versiones o rumores, sino con pruebas en la mano, que están a la vista de todos. Eso se llama cinismo puro y duro.
De esta suerte, no hay ningún complot o red para que Peña Nieto se encuentre con las peores calificaciones en muchos rubros. Me queda claro que ese modus operandi está en su propia naturaleza y no puede ir contra sí mismo. Esa naturaleza contra natura de la democracia es reportada por la prensa extranjera y los contados medios críticos mexicanos, entre ellos Proceso, porque es de interés público. No es, por supuesto, un asunto personal, de empatía o antipatía, sino de actos que forman una serie continuada en el tiempo, día tras día, que convierten al gobierno federal en foco de atención mediática recurrente, toda vez que sus acciones se superan una a la otra en una suerte de concurso para ver cómo pueden realizarse de la peor manera.
Cuando uno creía que ya había visto todo, Peña Nieto siempre sorprende con algo más burdo o absurdo, como el nombramiento de Virgilio Andrade en la Secretaría de la Función Pública, llevado de la mano de José Antonio Meade y Luis Videgaray para vigilar a sus propios amigos –a quienes les debe el puesto–, y al jefe de ellos. Eso en sí mismo ofende la inteligencia de todos. Reconozco la capacidad retórica y sofista de quienes son capaces de presentar este espectáculo como un serio instrumento de lucha contra la corrupción.
Tercero. A dos años, la esperanza de que Enrique Peña Nieto pueda cambiar es como creer que la reforma del sistema educativo va a funcionar o que desaparecerá la contaminación ambiental del Valle de México. Lo deseable sería que los grandes segmentos de la población ejercieran su derecho a decir no, a denunciar, a exigir cuentas. Pero eso el propio gobierno nos lo ha quitado desde niños con un sistema educativo acrítico que forma técnicamente pero que evade abordar asuntos como la justicia social o el reparto equitativo de la riqueza social.
Son algunas islas en el mar de la resignación y de la derrota anticipada las que luchan por poner un alto a lo que sucede en México. Qué bueno que eso exista para crear un limitado pero existente contrapeso social a los actos que se aparten de la ley. También es positivo que la prensa extranjera, o buena parte de ella, y los medios independientes mexicanos, no sean refractarios al clima de crisis, depredación e incertidumbre que impera en todo México. No es, por supuesto, una solución de fondo, pero sí un dique para que algunos, los más notorios al menos, de los actos delictivos o ilícitos del gobierno no se queden sin consecuencias.