Bernardo Bátiz V. | La Jornada - Opinion | Sabado 12 de Noviembre 2011
En el mundo, la gente, los marginados, se indignan y protestan contra la desigualdad y la pobreza derivadas del injusto sistema que ya es global; en México también y en el Distrito Federal somos testigos cotidianos de movilizaciones. Los electricistas, los maestros, recientemente los trabajadores de Mexicana de Aviación y hoy, los vecinos del Pedregal de Santo Domingo, contra cobros excesivos y cortes de energía por parte de la CFE.
Protestan por cuotas que de 200 o 300 pesos subieron bruscamente a más de mil y hay casos extremos en esa zona más pobre que media, de varios miles; reclaman la forma unilateral con la que la prestadora del servicio se hace justicia por propia mano, cortando sin más
la luz. Aquí la CFE se topó con una comunidad que no se deja fácilmente, están hechos en la lucha.
Los habitantes de Los Pedregales, de éstos, no los del pretencioso San Ángel, tienen una historia de esfuerzo y trabajo contra la pobreza, contra la incomprensión de autoridades y especialmente contra el rigor de lo inhóspito del suelo en que levantaron sus casas, escuelas e iglesias. Recordemos que Ernesto P. Uruchurtu, el famoso
regente de hierro, que hacía lo que se proponía por las buenas o por las malas, acabó defenestrado en choque con ocupantes de tierra en ese
mal país, como se conocía a esa extensa costra de roca volcánica, que por cierto, cuando estudié la primaria, aparecía inconfundible en los mapas del Distrito Federal, poblada de tarántulas y víboras de cascabel.
Alrededor del pedregal se encontraban los pueblos que aún conservan sus nombres antiquísimos: Los Reyes, las dos Santa Úrsula: Coapa y Xitla, Copilco, el rancho de Carrasco, la Candelaria; eran dueños, por títulos legítimos, documentados en cédulas reales, del pedregal que apenas les permitía tener un poco de ganado caprino y a veces explotar las canteras y hierbas comestibles o medicinales de ese paisaje.
Fue hasta la presión del crecimiento poblacional, por los años 60 del siglo pasado, cuando los sin casa de entonces iniciaron, a veces con la tolerancia de los dueños originales, a veces con su oposición, la invasión de los áridos parajes al abrigo del Ajusco.
La Ciudad Universitaria, con una gran inversión, maquinaria y tecnología, dio el banderazo de salida; si se pueden usar esos terrenos para un campus universitario se pueden usar también para vivir. Empezaron los de lo que hoy es la colonia Ajusco, la Díaz Ordaz y poco después, los aguerridos de Santo Domingo, que el primero de septiembre de 1971, al anochecer, llegaron a su parte de pedregal y sin permiso de nadie, por derecho natural, porque las familias necesitaban techo, se organizaron espontáneamente y ocuparon el espacio.
Eran muchos y estaban decididos, los dirigentes improvisados fueron los más trabajadores, Rafael López Mota, Manuel Romero, sus hijas e hijos, todos contribuían, todos participaban; había que quitar piedras para aplanar el suelo, tapar grietas y barrancas, remover rocas, luego levantar las viviendas para que el campamento se convierta en colonia.
Tiempo después, con el mismo entusiasmo que tuvieron en el impulso inicial trabajaron en abrir cepas para la tubería, tender cables de luz, trazar calles y participar en la construcción de edificios colectivos.
Así que la CFE no topó en blandito. En otras zonas de la ciudad los clasemedieros se quejan y rezongan contra los cobros elevados, pero no hacen nada; aquí están los hijos y los nietos de quienes domaron el
mal paísy que ahora están indignados, como lo estuvieron sus ancestros, no se dejarán atropellar, tienen la experiencia de la lucha colectiva y la organización popular.
Con movilizaciones pero también con recursos legales, acudieron a la Profeco, están listos y organizados para impedir aumentos injustificados y para evitar los cortes de energía arbitrarios, que son verdaderos ejercicios de justicia por propia mano.