Guillermo Almeyra | Opinión-La Jornada
Para algunos que piensan que los trabajadores son una masa inerte, incapaz de crear organizaciones, de pensar y de decidir por su cuenta sobre su propio destino y, por consiguiente, en cada uno de los movimientos que no pueden entender ni mucho menos prever buscan siempre manipuladores o instigadores externos, las autodefensas michoacanas son un bloque único, completamente homogéneo y responden o a una maniobra de Peña Nieto y del general colombiano Naranjo para crear grupos paramilitares
al servicio del Estado y, en particular, de su gobierno, o, peor aún, a la voluntad de los narcos de Jalisco de extender su campo de acción utilizando para ello el engaño a los campesinos michoacanos.
al servicio del Estado y, en particular, de su gobierno, o, peor aún, a la voluntad de los narcos de Jalisco de extender su campo de acción utilizando para ello el engaño a los campesinos michoacanos.
Pero no hay aborto sin embarazo previo. O sea, que las provocaciones y maniobras de quienes quieren pescar en el río revuelto presuponen la existencia de un fuerte movimiento real. Los grandes movimientos sociales nunca nacen puros y, en sus comienzos, pueden sufrir provocaciones: por ejemplo, la revolución rusa de 1905 comenzó con la gran manifestación dirigida por un pope agente de la policía zarista, la cual que pretendía pedirle al zar pan y paz, pero desbordó todos los límites del sistema.
Las autodefensas no existen sólo en Michoacán. También se propagan en Guerrero, donde son mucho más radicales y campesinas y, por tanto, mucho menos susceptibles de cooptación por el Estado. Además, las autodefensas, en general, expresan antes que nada la necesidad de acabar con la violencia, las atrocidades de todo tipo, las exacciones y humillaciones infligidas por los narcos que infiltran a las fuerzas de represión estatal que, supuestamente, “los combaten”. Pero también revelan el hartazgo político y la rabia contra el Estado en zonas rurales duramente golpeadas por la emigración de sus jóvenes, con agricultura y servicios sociales de todo tipo (asistenciales, educativos, sanitarios) desmantelados por las políticas aplicadas por el PRI y el PAN, con la complicidad del PRD.
Las autodefensas son una reacción ante el crimen, pero también una expresión de la necesidad de crear bases semiestatales independientes del Estado del capitalismo, en el cual nadie confía.
Precisamente eso es lo nuevo y lo importante tanto en el intento autonómico de neozapatistas de Chiapas o en el de las policías comunitarias guerrerenses y oaxaqueñas, o en el de las autodefensas de Guerrero y Michocán que, estamos seguros, se extenderán a otras zonas.
Enteras regiones indígenas o campesinas mestizas no sólo rompen con la institucionalidad capitalista y dejan de esperar cambios electorales que nada modifican sino que comienzan a autorganizarse, a resolver sus problemas por su propia cuenta; empiezan a ser el sujeto de su propio destino, construyen las bases de un poder popular y de gobiernos locales democráticos, los fundamentos de otro Estado enfrentado al Estado y al gobierno del capitalismo y de la oligarquía.
El Estado oficial ilegítimo, nacido y reafirmado con el fraude electoral, que pisotea todos los días la Constitución y las leyes, está cada vez más obligado a tratar de igual a igual con un poder popular paralelo, pierde consenso entre los trabajadores y no tiene ya el monopolio de la fuerza, no sólo frente a una rama delincuencial del capitalismo –los narcos– sino también frente a las comunidades rurales armadas.
Las autodefensas de Michoacán no son todas iguales. Es posible que algunas hayan recibido ayuda inicial de los narcos de Jalisco para combatir contra los templarios; es posible que otras sean sensibles a la cooptación por el gobierno que pretende transformarlas en policías rurales, de trágica fama porfiriana. Algunas están encabezadas por cultivadores ricos que temen por su seguridad y sus bienes, y no por campesinos medios, que en una etapa primera son siempre, por su mayor preparación y sus mayores medios, los líderes naturales de sus comunidades.
Pero esa heterogeneidad, al igual que los planes del gobierno y la intervención inevitable en este proceso de algunas manos negras, son cosas secundarias frente al hecho de que vastas zonas rurales del centro de México están escapando gradualmente al control del gobierno central. De ahí la preocupación de Kerry y el Departamento de Estado que, en cambio, aplaudieron y sostuvieron los criminales grupos paramilitares colombianos.
Quizás algunos comandantes de autodefensas michoacanos acepten la cooptación y las propuestas de desarme. Veremos, pues deberán contar con la voluntad de sus bases. Es seguro, en cambio, que ni los guerrerenses ni la mayoría de los campesinos y los pobladores pobres de Michoacán, ni los miembros de la mayoría de las autodefensas michoacanas aceptarán ir a Apatzingan, deponiendo las armas para ser controlados y fichados por el Ejército, que está infiltrado por los narcos, para ser cazados inermes por sus feroces enemigos templarios, que están acorralados.
Para que no se repita la posibilidad de una tragedia igual a la de la Revolución mexicana, cuando los obreros anarquistas y los intelectuales y simpatizantes maderistas calificaban a Zapata de “Atila del Sur” y combatían a los morelianos, los intelectuales democráticos, los grupos de izquierda y los sindicatos combativos deberían buscar enlazar su lucha por los derechos democráticos y la defensa de los bienes comunes con la de las autodefensas y otras autorganizaciones populares. Es de lamentar, en particular, el silencio del EZLN sobre estas y otras cuestiones.
Fuente: La Jornada
Fuente: La Jornada