El tratado sólo protege a empresas, denuncian en EU
David Brooks | Corresponsal | Periódico La Jornada | Martes 31 de diciembre de 2013, p. 4
Al preguntársele a Mark Anderson, estratega sindical que coordinó la respuesta de la central obrera AFL-CIO a las iniciativas de comercio internacional, cómo caracterizaría al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) al marcar su vigésimo aniversario, responde con una imagen: “el incremento enorme de exportaciones agrarias de Estados Unidos a México tuvo el efecto de contribuir a la expulsión de millones de campesinos de sus tierras en México para que acabaran desemplumando pollos en una planta de procesamiento de carne en el este de Tenesi con salarios de miseria, sin derechos ni protecciones porque son indocumentados, todo para beneficiar a las grandes empresas agroindustriales estadunidenses. ¿Es eso el gran éxito del TLCAN?”
Anderson, quien fue el director de asuntos económicos internacionales de la AFL-CIO durante los años del debate sobre el TLCAN, y después dirigente de campañas estratégicas e investigaciones de una agrupación de sindicatos de la rama alimenticia, es ahora un asesor externo del presidente nacional del sindicato nacional siderúrgico USW.
En entrevista con La Jornada, Anderson resume: “en los 20 años en que el TLCAN ha estado en vigor, trabajadores en cada uno de los tres países del acuerdo han atestiguado un incremento significativo en el poder empresarial a expensas de las mayorías. La promesa del TLCAN fue promover el bienestar de los ciudadanos promedio en los tres países al incrementar el comercio. El acuerdo sí tuvo el efecto de incrementar el comercio, pero los beneficios se destinaron completamente al capital, completamente a las empresas.
“En consecuencia tenemos, por lo menos en Estados Unidos, la peor distribución del ingreso que hemos visto en un siglo… y con ello un incremento en el dominio empresarial y un debilitamiento del poder de trabajadores, y estamos sufriendo de todo esto”, afirma.
Señaló que el acuerdo no fue, por sí solo, lo que causó todo esto, “pero aceleró estas tendencias en los tres países”. Afirmó que, por un lado, provocó un incremento de inversión estadunidense en México, pero eso ocasionó, con el traslado de producción industrial al otro lado de la frontera, una enorme pérdida de empleos manufactureros en Estados Unidos. A la vez, subrayó, “para los trabajadores que permanecieron aquí, esto creó más poder para las empresas para suprimir salarios y beneficios; bastaba con amenazar el cierre de plantas aquí y su traslado a México”.
Anderson señaló que el pacto “creó mayores protecciones para las empresas, para su propiedad intelectual, más derechos para violentar normas y regulaciones promulgadas en cada uno de los tres países. En consecuencia, los salarios se han mantenido esencialmente iguales en Estados Unidos durante los pasados 20 años para trabajadores, y la promesa de la prosperidad en México y mejores salarios para trabajadores mexicanos simplemente no se ha dado. La brecha entre los salarios de trabajadores mexicanos y estadunidenses permanece exactamente igual que hace 20 años”.
Recuerda que durante las negociaciones del tratado “me llegó una solicitud. Herminio Blanco, el negociador comercial del gobierno de México, deseaba verme. Me presentó ese argumento común entre los promotores del TLC en esos tiempos: ‘Mark, entiende, tienes que aceptar nuestros productos o aceptar a nuestra gente (los migrantes), esa es tu opción’. Mi respuesta al señor Blanco fue que prefería aceptar a la gente; por lo menos podría intentar sindicalizarla, respuesta que lo incomodó bastante.
“Pero como resultado del TLC acabamos teniendo ambas cosas: un incremento enorme de importaciones desde México, como en el sector automotriz, por ejemplo, y un enorme incremento en migración, porque desplazamos a todos esos campesinos de sus tierras”, señala.
Agrega que 20 años después, para los que promueven el tratado “es cada vez mas difícil defenderlo como modelo de cómo organizar el comercio global ante una realidad para los trabajadores en los tres países que está a 180 grados de lo que ellos afirman, y creo que la gente empieza a verlo”.
Por todo esto, dice, sólo se puede concluir que “alguien está ganando como resultado del tratado, pero no son los trabajadores. Son los administradores y accionistas de las empresas que operan en América del Norte”.
Pero el acuerdo sólo es el inicio de una nueva etapa internacional, indicó Anderson. “Fue un momento definitorio, ya que de muchas maneras estableció el contexto para acuerdos comerciales que lo siguieron, sean los multilaterales de la ronda Uruguay de la Organización Mundial del Comercio o los bilaterales, y ahora con lo de la Asociación Transpacífico”.
¿Y el desafío hoy día para los opositores? Anderson, veterano de múltiples batallas sindicales en el ámbito internacional, responde: “frenar este proceso es necesario, pero es insuficiente para abordar el tipo de problemas que enfrentan los trabajadores de manera cotidiana”. Subrayó que “aun antes de estos acuerdos comerciales ya nos estaban golpeando; los acuerdos sólo empeoran esa situación para los trabajadores y sus sindicatos… y vale señalar que los impactos de estos acuerdos afectan aun a sectores sin relación directa con el comercio, ya que suprimen los niveles de vida de todos”.
Algunos proponen que una vía para los opositores es fortalecer normas internacionales en defensa de los derechos laborales, las convenciones de la Organización Internacional del Trabajo, “pero en la práctica hay una realidad aquí en Estados Unidos: las convenciones de la OIT no tienen ninguna relevancia, ninguna. Pretender otra cosa es absurdo. Tenemos mayor posibilidad de establecer un Estado proletario en Estados Unidos que de ratificar convenciones del OIT”, bromea.
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El maíz mexicano, 20 años después
Fuente: La Jornada
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