Pedro Salmerón Sanginés | Opinión-La Jornada
Los partidarios de la reforma energética prianista nos piden que comparemos, que revisemos los benéficos efectos de la operación de dichas compañías en los países que no han cometido la torpeza de echarlas de su territorio, como hizo el general Cárdenas en 1938. De acuerdo, hagamos un poco de historia. Las grandes compañías petroleras ejercen un poder político y económico inaudito y a escala universal. Tres de esas compañías, la Standard Oil, la Royal Dutch Shell y la Anglo-Iranian, se repartieron el mundo en 1928 y, al parecer, sus herederas continúan ese acuerdo: la Shell mantiene su nombre; la Anglo-Iranian se convirtió en British Petroleum, y complejos procesos de fragmentación y fusión han convertido a la Standard Oil en la ExxonMobil y la Chevron-Texaco.
Estas compañías controlan entre 10 y 15 por ciento de la producción global de crudo, frente a 30 por ciento de las mayores empresas estatales del mundo. Sin embargo, las cuatro gigantescas multinacionales obtienen ganancias muy superiores a las empresas estatales porque se enfocan a la refinación, industrialización y comercialización de derivados del petróleo, negocios mucho más rentables que el de la extracción. En la época en que controlaban la extracción, el petróleo mexicano fue de su propiedad; luego, durante 40 años decidimos con relativa libertad nuestra política petrolera, pero en 1977 hubo un cambio de paradigma que reorientó a Pemex hacia la extracción, lo que, sumado a su descapitalización y sabotaje por los gobiernos neoliberales, hará del negocio petrolero mexicano exactamente lo que necesita el oligopolio mundial: un país exportador de crudo para beneficio de aquellas empresas. Exactamente igual que en el porfiriato.
El oligopolio mundial del petróleo ha financiado golpes de Estado, impuesto monarcas y dictadores e impulsado sus intereses de manera criminal. De una lista muy larga vale recordar el boicot al petróleo mexicano entre 1938 y 1942 (así es: el actual gobierno quiere abrir la puerta a las mismas empresas que hicieron todo lo posible por empujar a sus gobiernos a hacernos la guerra); el bloqueo a Cuba iniciado en 1960 por presiones de la Standard Oil; el golpe de Estado en Uruguay en 1933, que acabó con el intento de control de la refinación de petróleo por el Estado. Este golpe, así como las sucesivas amputaciones de Petrobras, fue precedido por una campaña propagandística orquestada por la Standard Oil y la Shell, cuyo tono y términos son extraordinariamente parecido al que enfilan contra Pemex nuestros gobernantes.
En Argentina el cártel mundial del petróleo financió los golpes militares de 1930, 1943 y 1966, que se dieron con toda oportunidad para evitar leyes que las empresas consideraban nocivas para sus intereses. Y necesitaríamos varios artículos para contar las presiones, mutilaciones y agresiones sistemáticas del oligopolio contra los intentos brasileño y venezolano por controlar y aprovechar en beneficio propio sus riquezas del subsuelo. Además de cuartelazos, la Standard Oil y la Shell provocaron la guerra del Chaco entre Paraguay y Bolivia (1932-1935). Si nos vamos a Medio Oriente la historia es igual de aterradora: guerras, cuartelazos, invasiones y destrucción para que los gobernantes locales se plieguen a los dictados de las cuatro: La gran guerra por la civilización, de Robert Fisk, ilustra con claridad y precisión quiénes están detrás de los genocidios y las catástrofes humanas de Medio Oriente, y por qué las provocan.
Dicen los jilgueros del gobierno que aquí no pasará eso cuando nos entreguemos a las cuatro (o dada su división del mundo, más bien a la ExxonMobil y a la Chevron: la misma Standard Oil que se rebeló contra nuestras leyes en 1927 y 1938), porque serán reguladas y acotadas. Más allá de que jamás nadie ha podido hacer eso (o se les expulsa, o ellas imponen sus reglas), ¿quién las regulará y las acotará?, ¿los mismos que han regulado el monopolio en telefonía y el duopolio televisivo?; ¿los que impiden que nuestro sistema financiero pase por completo a manos extranjeras?, ¿los que acotan y limitan el poder del crimen organizado?, ¿los que estorban que la minería vuelva a ser el negocio más sucio y uno de los más criminales de nuestra historia?
Historia, dirán las derechas entreguistas, esas generosas trasnacionales ya no se portan así. Ideología, dirán, haciendo caso omiso de los hechos. No son verdades, sólo interpretaciones, dirán otra vez mis críticos. Por eso EPN puede mentir impunemente, porque sólo hay una verdad: el dogma de la mano invisible del mercado.