Pedro Miguel | Opinión-La Jornada
La mala entraña que el michoacano le tiene al gobierno de Venezuela
viene de tiempo atrás. Meses antes de ser impuesto en Los Pinos por una
coalición de poderes fácticos, Calderón ya azuzaba a los representantes de
Washington en contra de Hugo Chávez, como lo documentan los cables del
Departamento de Estado filtrados por Wikileaks. Ya puesto en el cargo,
tuvo que tragarse su antichavismo por la simple razón de que no podía darse el
lujo de sumar al lastre de su ilegitimidad el de los conflictos bilaterales que
le heredó Vicente Fox, entre ellos uno, muy grave, con Venezuela. Sin llegar a
tanto como reparar la relación entre ambos gobiernos, Calderón se contentó con
la normalización mínima indispensable para remontar el estado cercano a la
ruptura en que la había dejado su antecesor.
Concluida la usurpación, el individuo bajó de perfil en los reflectores y se
ausentó del país, no tanto por razones de
seguridad, como se dijo, sino por el repudio social de que es objeto, y se dejó contratar por Harvard. Pero, a menos de un año de haber dejado el cargo, el 21 de octubre del año pasado, cometió un extraño dislate: giró instrucciones al secretario de Relaciones Exteriores de Peña, José Antonio Meade, de que transmitiera (no dijo a quién)
mi más enérgica protestapor el espionaje que la Agencia Nacional de Seguridad de Estados Unidos (NSA) mantuvo sobre la cuenta de correo electrónico de la Presidencia en los tiempos en que él la ostentaba de manera ilegítima.
Se entiende el berrinche porque el fisgoneo no tenía justificación, toda vez
que el propio Calderón, por conducto de García Luna, dio manga ancha a los
servicios de inteligencia del país vecino para que se enteraran de cuanto
quisieran y supervisaran a placer las tripas del gobierno federal. Mucho menos
comprensible, sin embargo, resultó la abrupta irrupción del ex en las
atribuciones de su sucesor, el sedicente constitucional en turno, único
responsable de dar órdenes a la cancillería y a su titular.
Pero no fue un episodio aislado y, a lo que puede verse, Calderón no quedó satisfecho con haber sido una vergüenza para México a lo largo de seis años y pretende seguir siéndolo: a menos de cuatro meses de ese episodio, vuelve a las andadas y, justo en momentos en que el Ministerio venezolano del Exterior afirma que las protestas en contra de Nicolás Maduro fueron fraguadas en México, el michoacano lanzó una andanada tuitera –con munición propia y municiones retuiteadas– en contra del gobierno de Maduro. Lo de menos es el descaro con el que un individuo que alentó una masacre sin precedente en el México contemporáneo se atreva a censurar los encuentros violentos en la nación sudamericana. Colmo de los colmos, el responsable máximo de las masivas violaciones a los derechos humanos entre 2006 y 2012, el artífice de la degradación sufrida por las fuerzas armadas mexicanas a raíz de su utilización estúpida en la
guerracalderonista, difunde los decires de otro señor acerca de
la brutalidad de las fuerzas armadas venezolanas.
Patetismos aparte, en la circunstancia actual el posicionamiento público de Calderón (además de lo que ande haciendo en lo oscurito, que eso también le encanta) ante la crisis política venezolana representa una provocación y un factor de tensión insoslayable en las relaciones bilaterales. Es imposible saber, por ahora, si actúa en sintonía secreta con Peña (al PRIAN siempre le resulta fácil ponerse en sintonía consigo mismo, como lo hizo con motivo de los fraudes de 2006 y 2012) o si se ha propuesto tripular post mortem (en el sentido sexenal) la política exterior mexicana como parte de sus sumisiones a Washington, en el marco de algún negocito privado o, simplemente, por mandato de sus estructuras mentales reaccionarias, entreguistas, antipopulares y violentas. A ver qué hace el peñato con eso.
Ojalá, por el bien de México, de Venezuela y de las relaciones entre los dos gobiernos y los dos pueblos, que Calderón no logre su propósito.
Fuente: La Jornada