2 enero 2013 | Pedro Zamora Briseño | Proceso
COLIMA, Col. (apro).- Para evitar la depredación de las comunidades y la destrucción del medio ambiente por parte de las trasnacionales mineras que operan en México y América Latina, esas empresas deben ser obligadas a cumplir con las legislaciones de sus países de origen. Así lo propuso el experto brasileño Roberto Guimaraes, investigador de la Comisión Económica de las Naciones Unidas para América Latina y el Caribe (Cepal).
De acuerdo con Guimaraes, las mismas empresas que provocan destrozos ambientales en Argentina, Bolivia, Brasil o México, curiosamente no tienen ningún conflicto en sus países, porque allá sí cumplen con legislaciones muy rigurosas.
El especialista aseguró que parte del problema radica en que las trasnacionales mineras saben muy bien que el sistema de justicia en México y otras naciones latinoamericanas no es el más independiente y las normas no son tan estrictas.
Sin embargo, consideró que estos países no necesitan tener leyes muy duras, sino “simplemente tener una en la que se obligue a cualquier empresa extranjera a cumplir todas las normas sociales, laborales, de seguridad y de ambiente establecidas en sus países de origen”.
Por ejemplo, dijo, quienes quieran explotar una mina en México tendrían que pagar los mismos sueldos que pagan en su país, así como seguir las mismas reglas en todos los aspectos.
Guimaraes, quien estuvo en esta ciudad para impartir un curso y una conferencia, señaló en entrevista con Apro que si bien el fenómeno de la globalización trajo muchos beneficios para todo el planeta, también acarreó numerosas calamidades, entre ellas la mercantilización de la naturaleza.
Bajo esta lógica, añadió, “la ganancia y el resultado de las inversiones valen mucho más que el ser humano y el medio ambiente; se hace una minería depredadora, sin ningún resguardo de las aguas y a costa del daño a los pueblos”.
Señaló que en el mundo hay muchos ejemplos de la actividad minera bien hecha, con menores impactos negativos en la naturaleza. “No es una maldición de Dios que dijo: ‘saben qué, ustedes seres humanos, les voy a dar el oro y el petróleo para que saquen riquezas y destrocen sus países’. No, los daños no son maldición divina, son obra de los seres humanos”.
Subrayó:
“Nadie está en contra de la minería, pero cuando esta actividad se realiza a costa de la salud, o de los ingresos, o de la marginación de las comunidades locales, entonces claro que se tiene que protestar, pero eso no es nada intrínseco a la minería, sino a los empresarios o a los políticos que le dan más importancia al dinero que a las personas”.
Frente a la problemática que viven actualmente los pueblos afectados por la extracción de minerales, el académico sugirió globalizar los conflictos, pues “el mejor detergente contra la minería depredadora es ‘prender la luz’, porque cuanta más gente en Alemania o en Austria sepa lo que está pasando en los países de América Latina, hay más posibilidades de que los movimientos y los pueblos logren acuerdos con condiciones más satisfactorias para ellos y para el medio ambiente”.
Lo mejor, sostuvo, es “forzar a una negociación en serio, en igualdad de poder, no que una minera o un gobierno vengan y aplasten, sino que en igualdad de condiciones los gobiernos, las comunidades y los empresarios encuentren una solución que garantice menor impacto y mejore condiciones de vida en los pueblos; así se logra poner la globalización al servicio del medio ambiente”.
Además de la minería y otros sectores como el cultivo de transgénicos, Roberto Guimaraes ve en la globalización de la actividad turística una de las formas más perversas de la mercantilización de la naturaleza.
“En teoría uno diría que el turismo sería una alternativa más de desarrollo, y muchos incluso dicen que puede ser una excelente palanca para salir de la pobreza; en teoría eso está perfecto, pero en la práctica es una mentira. No hay un caso representativo donde antes había pobreza y mejoró con la llegada del turismo, no, en todas las áreas ha empeorado”.
Consideró que el ejemplo más contundente en México es el del “desastre” en Cancún, cuya población local “está mucho peor que antes de que llegaran los complejos turísticos”.
A juicio de Guimaraes, el sector turístico trasnacional se ha convertido en un enclave que no está en la economía nacional.
“Viene el grupo de afuera, utiliza el paisaje, el territorio, hace que la vida se haga mucho más cara para la población local y no deja nada; el turismo es el ejemplo quizás más novedoso del impacto negativo de la globalización en el medio ambiente. En la mayoría de los lugares ha dejado degradación del entorno, pobreza y marginación”, concluyó.
Fuente: Proceso
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