A su paso, los padres de los 43
estudiantes de Ayotzinapa sólo reciben abrazos. Familias enteras
esperaron la caravana que recorrió el estado de Guerrero y llegó a la
Ciudad de México para ofrecer palabras de aliento a los familiares de
los normalistas, llorar con ellos y marchar y protestar a su lado. La
indignación, lejos de consumirse, creció. Quienes perdieron tanto
aseguran que ya no tienen miedo. Cerrados todos los caminos
institucionales que pacientemente han recorrido, a familiares,
compañeros, amigos, organizaciones solidarias sólo les queda la
movilización y la presión social. Los desaparecidos han prendido la llama de la “revolución del milenio”
Flor Goche - Contralinea
Zihuatanejo, Guerrero. “No vamos a descansar hasta verlos con vida, que estén presentes… Verlos de cerca, de frente y decirles lo mucho que los queremos”. Éstas son las palabras de Melitón Ortega, un padre de familia incompleto.
Mauricio Ortega Valerio, su hijo, no
está. Nada se sabe de él. Ni siquiera había llegado a la madurez cuando
fue extirpado de la tierra de campesinos que lo vio germinar. Un
arranque violento. “El extermino de los pobres”.
Alumno de primer grado de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos, de Ayotzinapa,
Guerrero, Mauricio, cuidador de chivos, ingresó a esta escuela para
evitarse el sufrimiento familiar: la dura vida del campo; las cicatrices
que deja la pobreza. Ser maestro como la vía para afrontar la carencia,
el desempleo, el destino familiar.
Sus padres le sembraron este deseo. “Cuando éramos chamaquitos
a nosotros siempre nos decían los maestros que éramos el futuro de este
pueblo, quienes gobernarían, se organizarían y decidirían cómo quieren
vivir. Y esa lección nosotros se la pasamos a él. Le decíamos: ‘Cuando
tú egreses de ahí [de Ayotzinapa] vas a ser un ciudadano con buenos modales que oriente al pueblo para que ya no viva con tanta injusticia’”, dice Melitón.
Mauricio, el muchacho con el don de
convocatoria, era el único de entre cuatro hermanos que empezaba a
trazarse este camino. Logró acceder a la Normal de Ayotzinapa. Aprobó el
examen de conocimientos, uno de los filtros de ingreso. Su cuna
indígena le sumó puntos.
Los postulados de la Revolución Mexicana
se cristalizaban en Mauricio, originario de Monte Alegre, municipio de
Malinaltepec. El hijo de un campesino que cultiva café, de un indígena
me’phaa; en sus manos juveniles, la posibilidad de ser profesionista.
Pero la noche del 26 de septiembre vino
la tragedia. Mauricio no fue el único al que los policías treparon por
la fuerza a las patrullas pagadas con dinero del pueblo. Otros 42
alumnos de Ayotzinapa
corrieron con la misma suerte. Los jóvenes fueron a Iguala a hacer una
colecta para el sostenimiento de su escuela, actividad que bien podría
evitarse si el gobierno les otorgara los recursos suficientes para
educarse. Los policías los recibieron a balazos. Mataron a tres;
hirieron de gravedad a tres; desaparecieron a 43.
Artesano de la madera, oficio que
aprendió del tío que lo albergó en Ayutla cuando cursaba la secundaria y
el bachillerato, Mauricio fue uno de los muchachos desaparecidos.
Desaparición forzada, un delito de lesa humanidad acuñado por la
Alemania nazi.
Apenas 2 meses atrás, el sueño de una
familia empezaba a concretarse. Que le iba muy bien en la escuela; que
ya empezaba a salir a las comunidades; que se había inscrito en el área
de educación artística, eso fue lo que Mauricio les contó a sus padres
durante su última visita al hogar, 1 semana antes de los hechos de
Iguala.
A casi 2 meses de ausencia, Melitón envía
este mensaje a su hijo. El mensaje es en plural. Es para los 43 jóvenes
desaparecidos forzadamente a los que este hombre considera ya como a
sus hijos. Quiere que sepan que “los estamos buscando, que estamos
luchando por ellos todo el tiempo: de día y de noche, y hasta las
últimas consecuencias, hasta que aparezcan con vida”.
Detrás de esos rasgos duros, de indígena,
sentencia: “Es mejor que aparezcan con vida; porque si no, vamos a
actuar en contra del gobierno mexicano”.
Caravana en Guerrero: el abrazo del pueblo
La masacre y desaparición forzada de alumnos de Ayotzinapa
llevó a la unidad popular. Un pueblo amalgamado por la tragedia humana.
Una hermandad que las nuevas generaciones jamás habían respirado.
Con la flama de la insurgencia
plantada en el corazón, los estudiantes normalistas y los familiares de
los muchachos detenidos-desaparecidos partieron de Ayotzinapa,
en tres grupos, en lo que denominaron la Brigada Nacional por la
Presentación con Vida de los 43 Normalistas de Ayotzinapa Desaparecidos.
El objetivo de la actividad: brindar
información y recabar propuestas para la elaboración de un plan
unificado de lucha y de acción.
Julio César Ramírez Nava es el joven que a
raíz de la noche trágica de Iguala fue encontrado muerto y desollado.
El rostro despellejado, las cuencas de los ojos vaciadas, el cuerpo
inerte arrojado a la vía pública. En un acto de memoria, la tercera de
las brigadas que inició recorrido el pasado 15 de noviembre fue
bautizada con su nombre.
El contingente, inicialmente a bordo de
dos autobuses, hizo parada en siete puntos de Guerrero (Tlapa, San Luis
Acatlán, Ayutla, Tecoanapa, Zihuatanejo, Atoyac y Acapulco) antes de
arribar a la Ciudad de México.
A su paso, la comunidad Ayotzinapa recibió todo tipo de muestras de afecto: consignas, dinero, víveres, alimentos, abrazos, sonrisas, aplausos, cantos, danzas… Sacerdotes, maestros, indígenas, jubilados, ancianos, comerciantes, amas de casa, estudiantes, niños, policías comunitarios se congregaron en los espacios públicos para aguardar su llegada y, después, marchar a su lado.
“¡Ánimo! ¡Estamos con ustedes! ¡No se desanimen! ¡Échenle ganas!” Palabras de aliento selladas con apapachos.
En Tlapa de Comonfort, los sacerdotes
oficiaron una misa por la presentación con vida de los muchachos. Las
pintorescas calles se cimbraron al compás de nuevas consignas, fruto del
ingenio y la rabia colectivos: “Justicia, justicIa, para los
estudiantes; la cárcel, la cárcel, para los gobernantes”; “Gobierno,
gobierno, gobierno incompetente, que se lleven a tus hijos para que veas
lo que se siente”; “Aquí está su pueblo, aquí está su gente, entrega a
los muchachos, pinche presidente”; “Nos faltan 43 y sobra Peña Nieto”.
Los policías comunitarios vigilaron el
andar de los caminantes, una vez que arribaron a San Luis Acatlán, la
tierra de Genaro Vázquez Rojas, luchador social y guerrillero que en su
formación de maestro pasó por las aulas de la Normal de Ayotzinapa.
Concluido el recorrido, vino la tertulia de tortas y pozole. Esa noche
la caravana pernoctó ahí, en la casa de cultura del pueblo dispuesta
para tal fin. “Le pido a Dios que les quite el cansancio, que tengan
buen viaje y que pronto se haga justicia”, las palabras de hasta pronto
en voz de un profesor del lugar.
El 17 de noviembre, el pueblo de Ayutla ya esperaba a los normalistas y a los padres de familia. En la plaza principal, ubicada entre el ayuntamiento y un mercado popular, todo estaba listo para su llegada: el templete, las sillas, el trovador, el acto de danza regional, los infantes de entre 8 y 10 años de edad que dirigían las consignas.
La estancia ahí fue breve más no por
descortesía, sino por itinerario. Ese mismo día se agendó la visita a
Tecoanapa, hecho consumado unas horas después. Antes, a la altura de
Buenavista, un bloqueo en la carretera sorprendió a los asistentes de la
caravana. Unas 100 personas con cartulinas de colores en las manos les
cerraban el paso con el objetivo de brindarles aliento, agua de sabores y
galletas de coco. Una mujer encorvada, de cabellos blancos, se dirigió a
ellos con el rostro gangrenado de indignación: “Estamos con ustedes, los muchachos desaparecidos podrían ser mis nietos”.
Al cierre de esta edición, la contingentes pernoctaban ya en el ayuntamiento de Zihuatanejo, de donde partiría la siguiente marcha con un mitin de colofón. Un camión más formaba parte de la caravana. Ahí viajaba un grupo de pobladores de Tecoanapa, quE decidió acompañar a los normalistas y padres de familia hasta el último punto del trayecto: el zócalo de la Ciudad de México.
A decir de Melitón Ortega, quien en
asamblea fue designado presidente del comité de padres de familia de los
43 estudiantes desaparecidos, en estos encuentros es oportuno el
llanto. Llorar en colectivo: compartir el dolor que inunda la mente y el
corazón de un pueblo ultrajado.
“Usted me verá muy fuerte, sin
preocupación, pero yo me pongo a llorar con los padres de familia, con
el pueblo. Me contagian y lo hacemos sin pena. Nosotros lloramos con
nuestro pueblo, pero ante el gobierno no vamos a llorar. No nos ponemos
sentimentales en una reunión con las autoridades; al contrario, ahí
soltamos nuestro coraje. En cambio, con el pueblo sí compartimos los
sentimientos y de ahí obtenemos la fuerza con la que hoy nos
mantenemos”, pronuncia.
El hombre –bigote, piel canela,
estructura corpulenta– agrega: “El hecho de ser indígenas no quiere
decir que seamos víctimas de esta agresión tan brutal. Nos parece que
los gobiernos ya no quieren ver a los pobres en este país. Para el
gobierno tener estudiantes pobres en este mundo es un estorbo. Sin
embargo, también nosotros tenemos nuestro derecho: necesitamos una
educación, vivir dignamente. Nadie tiene por qué eliminarnos”.
Ayotzinapa: “el inicio de la revolución del milenio”
La “revolución del milenio” podría estar
iniciando. El pueblo, sacudido por la desaparición forzada y tumultuaria
de 43 de sus hijos y el asesinato de otros tres, despierta. El
despertar emana, lamentablemente, de un hecho del tal calaña. Así es la
historia. La revolución de 1910 estuvo precedida de masacres como la de
los hermanos Serdán.
El
anterior es el balance de un egresado de la normal de Ayozinapa, que
ahora ejerce como profesor. Fue pronunciado durante el acto que anunció
el inicio de la Brigada Nacional por la Presentación con Vida de los 43
Normalistas de Ayotzinapa Desparecidos. Una noche estrellada en la que
la banda de guerra de esa escuela retumbó.
Para Giovani Torres Salgado, sobrino de
Nestora Salgado –comandanta de la policía comunitaria de Olinalá, presa
política en un penal de alta seguridad– ha llegado el momento de hacer
un cambio de raíz y no conformarse con la caída de un alcalde o de un
gobernador.
El joven con botas y sombrero considera
que Ayotzinapa no es problema de Guerrero, sino de todo el país, por lo
que llama a la población a no ser ajena al dolor del otro. “Debemos
unirnos y apoyar porque estamos en el mismo barco todos y necesitamos luchar para que haya un cambio verdadero”.
En el mismo sentido se pronuncia Eder
González Salgado, también sobrino de Nestora: “El paso a seguir es
organizarse y buscar algo mejor que le convenga a la población y no sólo
a unos cuantos, que son los del gobierno. Organizarse, unirnos a este
movimiento y no quedarnos en las casas diciendo que ya hay otros
apoyando”.
Flor Goche, @flor_contra
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Fuente: Contralinea