Víctor M. Quintana S. - Opinión
Las herramientas del
salinismo-neoliberalismo se están haciendo obsoletas. La reforma
institucional impuesta a sangre y fuego durante los gobiernos de Salinas
y de Zedillo cumplió un papel importante: hacer funcionales nuestras
leyes y nuestras instituciones al nuevo ciclo de expansión del
capitalismo en el campo, ese que Blanca Rubio llama
la nueva fase agroalimentaria global. Con ellas se integró nuestro país al manejo global de los alimentos como commodities. Como importador de cereales, oleaginosas, cárnicos y lácteos a la vez dejaba de ordenar el mercado de alimentos.
Los instrumentos salinistas para lograrlo fueron: la contrarreforma agraria, la apertura comercial, principalmente a través del TLCAN, la política bancaria-financiera que llevó a la quiebra a miles de productores –de ahí nació El Barzón–, la separación de los programas oficiales en programas para los productores de
potencialy los de
bajo potencial, para hacer más productivos y rentables a los primeros (Procampo) y a los segundos condenarlos a las políticas de compensación social (Oportunidades).
Para contener la disidencia y acotar o cooptar a las organizaciones de productores, el salinismo-neoliberalismo creó dos espacios de concertación diferentes: el Consejo Agrario Permanente, para las organizaciones campesinas, y el Consejo Nacional Agropecuario, instancia de los empresarios agrícolas de diversos niveles. En el interior de estos espacios ha tratado el régimen no de debatir lo esencial de sus políticas hacia la agricultura, sino poner una válvula de escape y de procesamiento de los conflictos que surgen con la implementación de sus políticas excluyentes.
Con el avance de la globalización y de los intentos de Estados Unidos y sus aliados, la OTAN y empresas trasnacionales, por mantener un mundo unipolar a toda costa y salvar su hegemonía amenazada, se inicia un nuevo ciclo ya no sólo para mantener y conservar la dominación por medio del control de los alimentos, sino ahora también mediante la utilización de las riquezas naturales, como son los recursos energéticos, los minerales, el agua, como commodities en los mercados financieros globales.
Por eso se hace necesario para el neoliberalismo extractivista un nuevo marco institucional para la explotación económica de los espacios rurales y de dominación de los actores que en ellos operan, cuya lógica de base es la
acumulación por despojo, que conceptualiza David Harvey e ilustra notablemente la declaratoria final de las Jornadas Nacionales en Defensa de la Tierra, el Agua y la Vida, celebradas en Atenco el 16 y 17 de agosto: “El despojo es una realidad cotidiana que padecemos todas y todos: despojo de la tierra, del agua, del aire, de la biodiversidad, de nuestros saberes, del patrimonio familiar y comunitario, de los bienes comunes, de nuestros derechos individuales y colectivos, de nuestros sueños y nuestras esperanzas… Nos despojan los proyectos mineros, las represas, las carreteras y ductos. Nos imponen urbanización desordenada, desarrollos turísticos, privatización de los servicios básicos, se adueñan de la biodiversidad y le ponen precio, comercializan y empobrecen nuestra riqueza cultural. Son los agronegocios, los talamontes, los empresarios turísticos que se adueñan del paisaje, el crimen organizado y el crimen de cuello blanco los responsables de este saqueo”.
Este despojo se hace posible legalmente por las reformas
constitucionales y de leyes secundarias en materia energética y las que
habrá a la Ley de Aguas y a la de Bioseguridad, entre otras. A ellas
corresponderá una nueva forma de dominación política, la que trata de
construir el régimen de Peña Nieto mediante un complejo proceso de
presión-negociación-cooptación, o incluso represión, a los actores del
campo, con las consultas sobre
la reforma para el campo, las mesas de negociación iniciadas el 23 de julio, la apertura de nuevas instituciones como la financiera nacional para el crédito a los pequeños productores, y todas las
acciones para reformar el campo, que implicarán no sólo cambios económico-productivos, sino el establecimiento de nuevas formas de control, de clientelismo, de relación del Estado con los actores rurales. De aquí surgirá lo que de facto suplirá al CAP, al Consejo Nacional Agropecuario, etcétera.
Esta nueva forma de dominación de los espacios rurales, como
proveedores de territorio y de naturaleza crea una coyuntura para la
convergencia de múltiples actores. Ya no sólo las organizaciones
campesinas, sino todas y todos quienes son afectados por el despojo para
la nueva acumulación, los pueblos indios, las comunidades rurales, los
usuarios del agua, los perjudicados por los megaproyectos y en general
todas los grupos y personas afectados por las nuevas formas de saqueo. A
nueva forma de dominación, nuevas formas de resistencia y construcción
de alternativas.
Las organizaciones campesinas han dado un combate importante hasta
ahora, han sido las que más consistentemente han impugnado la reforma
energética. Pero tienen sus limitaciones: hay fisuras entre ellas, luego
tienen que priorizar lo inmediato sobre lo estratégico y hay demandas
que las rebasan, además no pueden representar ellas solas todas las
demandas productivas, ambientales, territoriales, culturales. Por ello
es necesaria una convergencia mucho más amplia para terminar con el
despojo, para rescatar los espacios rurales. Eso se planteó desde las
Jornadas Nacionales en Atenco y es necesario irle dando forma: ¿cómo
construir un espacio de libertad, de comunicación, de lucha conjunta
entre las organizaciones campesinas, las coordinadoras indígenas, las
comunidades, los grupos de autodefensa, las y los impugnadores de los
megaproyectos, las organizaciones derechohumanistas, los colectivos de
periodistas, intelectuales y artistas?
Nadie sobraría acá y algunos harían mucha falta, como el EZLN. El
asunto sería buscar un poder colectivo con capacidad de convocatoria de
toda esta diversidad de actores y con autoridad moral para asegurar la
cohesión en momentos clave. La tarea es muy difícil, pero indispensable
si se quiere trocar el campo de espacio de despojo a espacio de
esperanza.