Víctor Flores Olea - Opinión
Enrique Peña Nieto
habló en Palacio Nacional sobre la crisis que vive el país, discurso
anunciado y que no pocos interpretaron como la última oportunidad
presidencial para rehacer su régimen en plena caída. Me parace excesiva
la interpretación, porque de un discurso no depende un gobierno, aunque,
es verdad, el propio gobierno lo presentó como un momento que
enfrentaría y tendería a resolver de raíz la muy grave situación por la
que pasamos. A pocas horas de pronunciado el discurso, sin embargo,
parece haber ya un consenso amplio, entre los más variados sectores
sociales, de que las palabras presidenciales se quedaron muy cortas y
muy lejos de las expectativas abiertas por el propio gobierno, sin
acercarse ni remotamente a lo que el país requería de la voz jefe del
Ejecutivo, que no rebasó el tono de su retórica habitual que no convence
y mucho menos a los directamente ofendidos el 26-27 de septiembre en
Iguala, pero tampoco a las decenas de miles de mexicanos que han
protestado y que se sienten sin gobierno ni dirección, no sólo con Peña
Nieto, sino desde hace mucho más tiempo.
La voz presidencial en profundidad resultaba clave en este momento,
pero nuevamente nos quedamos en espera y en el vacío, dando la razón a
los ríos de mexicanos que han desfilado por todo el país expresando su
repudio y desilución por un gobierno que les ha tocado soportar y al que
ya no parecen darle más oportunidades. ¿Entonces se llegó al límite?
¡Un discurso más burocrático que político, mucho más tecnocrático que
de jefe de Estado! En fin, parecería que por ese camino no avanzaremos
más; por el contrario, parecería que las tensiones y contradicciones
aumentarán, y que el país entero, tal como se percibe dentro y fuera de
México, se dirige hacia un punto de choque irreversible y seguramente
cada vez más grave.¿Cómo es posible que por los días mismos del discurso presidencial sobre el estado de derecho fueran secuestrados simples participantes en las manifestaciones enviados rápidamente a penales de alta seguridad? Sin que, por lo demás, hubiera una sola detención de infiltrados y provocadores que participaron en los hechos violentos al finalizar las columnas del 20 de noviembre en el Zócalo. ¿Puede haber confianza social en las autoridades frente a estos hechos? No, al contrario, a los agravios se suman los agravios. Por fortuna, las noticias últimas del sábado 29 de noviembre nos informan que han quedado en libertad los 11 detenidos por irresponsables bandas de policía que no cumplieron con ninguna regla ni protocolo.
Es verdad, después de Iguala el país ya no es el mismo, pero lo malo es que cada vez se deteriora más gravemente y con mayor celeridad, y que no parece haber marcha atrás, porque el señor Presidente ya dijo
que nada lo desviará del modelo de país que quiere para todos los mexicanos.
Lo malo es que ese modelo de país, para decirlo brevemente, no es aceptado ni deseado por la gran mayoría de los mexicanos, sino sólo tal vez por la plutocracia, ya que tal ruta, recorrida desde hace décadas, nos ha llevado a la tragedia. Se trata, como es evidente, de la ruta neoliberal. ¡Se trata, ni más ni menos, de un modelo de economía y de sociedad impuesto por las trasnacionales de la globalización, sobre todo por el liderazgo del Consenso de Washington! Tal es la verdad, confirmada plenamente por la privatización del petróleo y por la jefatura económica y política que ejerce el país del norte, exigiendo entrega total sin ceder un ápice, que lleva al límite la explotación, sin importarle nada que una sociedad de la dimensión de la nuestra pueda estallar a su lado. ¡Para eso sirven las armas de aquí y de allá, seguramente piensan, sin valorar las consecuencias!
Por supuesto, del lado de los opositores –¡que parece ser ya
el país entero!– la situación no es fácil. No sólo por la absurda
decisión, probablemente ya tomada (y anunciada), de también emprender el
camino de la violencia si continuara extremándose la situación y el
reclamo. Oposición que ha de trabajar intensamente, en adelante, también
en la elaboración teórica, y no sólo en el activismo pragmático que
parece por lo pronto dominarla. En realidad, más allá de los conflictos
(de suyo graves) dentro de los partidos de la izquierda, vivimos una
suerte de seria orfandad por lo que hace a la elaboración teórica, no
únicamente de esos partidos o desde esos partidos sino en realidad de la
sociedad en su conjunto, que parecería tener ahora una inclinación
hacia la izquierda, que no acaba de decir su nombre, o digamos cuando
menos hacia una democracia radical.
Opino que en la gravedad que vive el país no son suficientes las
grandes marchas y protestas multitudinarias, plenamente explicables y
justificadas, y también plenamente necesarias en muchos sentidos, sino
que es indispensable la elaboración teórica del ¿qué hacer? y ¿cómo
hacerlo?, y también del ¿hacia dónde vamos y cómo hacerlo? Lo cuál
implica que un cambio de régimen o de sistema político y económico como
el que se apunta en esta protesta se logra sólo en el tiempo y mediante
sucesivos pasos y avances, y también a veces retrocesos.
Por un conjunto de circunstancias afortunadas el levantamiento social
que presenciamos es, sí, de sectores urbanos y juveniles
predominantemente (el hecho de que los secuestrados en Ayozinapa hayan
sido estudiantes), pero también, en su origen (otra vez Ayotzinapa),
campesinos, a los cuales se han sumado grupos obreros (aunque
seguramente siguen siendo minoría). Por tal razón resulta de enorme
importancia que unos y otros se concentren en llamar también a
participar a los obreros ya que, al final del día, pueden ser ellos los
que definan y marquen con su sello el caráctar de esta masiva protesta.
No hay duda que por lo pronto el levantamiento es, digamos,
multiclasista, pero sería muy conveniente la participación acrecentada del proletariado, que sería necesario procurar.