Nada tiene de modernizadora
Raúl Jiménez Vázquez / Siempre
Los voceros gubernamentales se han dado a
la tarea de repetir el estribillo que dice que la reforma energética
conllevó un cambio de paradigma, significando con ello que se trata de
un cambio con tintes revolucionarios, cosa que sin lugar a dudas es una
desmesura propia de una campaña propagandística.
De entrada, cabe aclarar que en el famoso texto La estructura de las revoluciones científicas Thomas Kuhn señala que el concepto paradigma
connota el conjunto de teorías, leyes, instrumentos y procedimientos
reconocidos y utilizados por una comunidad epistémica a fin de resolver
un universo de problemas.
En la obra Los siete saberes necesarios para la educación del futuro
el pensador francés Edgar Morin afirma que todo modelo constituye una
forma de entender la realidad y que el análisis de sus supuestos es
absolutamente indispensable para discernir cuál es la visión subyacente
en el mismo, lo que reviste una importancia capital ya que ésta
predetermina sus alcances, debilidades, sesgos y limitaciones.
Los supuestos del naciente modelo
energético no han sido explicitados, sin embargo, son perfectamente
derivables de los respectivos documentos parlamentarios y pueden
resumirse en dos enunciados: I) el petróleo y la electricidad no son
recursos estratégicos, sino meras mercancías sujetas a las leyes de
oferta y demanda, y II) por tanto, su explotación debe dejarse en manos
de los mercados, cuya tendencia natural hacia el equilibrio permitirá el
afloramiento de los mejores precios posibles, la maximización de la
eficiencia productiva y la óptima la asignación de los recursos
disponibles.
A la luz de estas premisas se entiende
el porqué dentro de este modelo, de orientación claramente neoliberal,
no están comprendidos aspectos que indiscutiblemente revisten una gran
relevancia para el presente y el futuro de los mexicanos, como son:
proyecto de nación, soberanía nacional, planeación democrática del
desarrollo nacional, seguridad nacional, seguridad energética,
fortalecimiento del mercado interno, impulso a las cadenas industriales,
posicionamiento ante los entornos geopolíticos, defensa del interés
nacional…
En suma, la visión que subyace en el
diseño de la reforma energética es muy limitada y nada tiene de
modernizadora, puesto que su fuente primigenia de inspiración no es otra
que una anacrónica fe fundamentalista en los mercados, dogma
preconizado hace ya varios siglos por el economista inglés Adam Smith.