A la par de la descalificación de los opositores, la retórica oficial está empeñada en construir un temprano e injustificado pedestal de pretensiones heroicas para el actual jefe del aparato gubernamental, Enrique Peña Nieto, tal como acaba de hacerlo el secretario de gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, al emparejar en un discurso la intencionalidad política de José María Morelos y Pavón con la de Enrique Peña Nieto, presente en esa suerte de autoelogio del que obviamente no se desmarcó. Siervo de la nación fue el primero, pero aún está por definirse, en un largo trecho a cuyo final apenas podría irse pergeñando un juicio histórico más o menos aceptable, el tipo de servidumbre que habrá prestado el mexiquense y los intereses específicos a los que habrá beneficiado.
No es elegante ni contribuye a la concordia cívica (tan ausente, justo a causa de que una parte de la sociedad tiene consideraciones muy negativas sobre el reformismo peñista) el uso del propio organigrama de élite para el canto de loas al patrón. Elogio en nómina propia suena a vituperio, aún más si el promotor de inciensos discursivos es un político como Osorio Chong, con una hoja de servicios en su entidad, y ahora en Bucareli, cargada de pasajes oscuros que no le conceden la autoridad suficiente para extender permisos circunstanciales de portación de discutibles lauros patrios a quien lo puso en su puesto actual. Corre riesgo el hidalguense de que parezca que busca mantener o acrecentar los afectos de Peña Nieto a partir de lambisconerías, ante la versión de que su contrincante de origen rumbo a 2018, el técnico Luis Videgaray, terminó el ciclo reformista con mejores puntos ante los ojos de Los Pinos, a pesar de los enredos habidos en la miscelánea fiscal.
Es peligroso alentar vanidad y sueños broncíneos en quienes ocupan temporalmente (al menos conforme a la siempre reformable legislación vigente) el máximo cargo de poder público, lo haigan comprado como lo haigan comprado. El presidencialismo mexicano ha conocido excesos en el culto a la personalidad que usualmente se producen en el último tercio de cada sexenio, más de una vez con firmes tentaciones en busca de un segundo periodo. Ahora se ha comenzado con una precocidad e insistencia que pareciera el arranque de una campaña de posicionamiento electoral para 2018, en busca de convencer a base de propaganda con cargo al erario de la necesidad de conservar en el timón al mismo personaje que según esos libretos gubernamentales ha tenido tal valentía, visión, enjundia, heroísmo y talla de estadista que empujó las reformas actuales y por tanto debería merecer un segundo turno para darles continuidad, habida cuenta que, según se ha advertido, los beneficios de lo que ha promovido Peña Nieto no se verán durante el periodo de gobierno que ejerce, sino en el siguiente. Movida la pieza de la relección del texto constitucional, para presidentes municipales y legisladores, nada debería obstar para que extienda sus virtudes a la institución presidencial.
Los altos vuelos y tamaños que la oratoria de casa pretende adjudicar al inquilino actual, Peña Nieto, e incluso las ensoñaciones releccionistas, podrían ser valuadas de mejor manera si en lugar de que los propios interesados lo hicieran casi en familia se pudiera contar con la opinión de la colectividad presuntamente tan beneficiada por esas reformas y políticas. Legisladores federales y estatales se privaron de la oportunidad de conocer de manera directa la opinión muy definida de muchos mexicanos, y el propio Peña Nieto no se ha regalado baños de pueblo en los que de manera abierta se puedan expresar los públicos no controlados a los que supuestamente tanto habrán de ayudar las reformas, sobre todo la energética.
Eso sí, el jefe de la policía y la política, Osorio Chong, ha hecho saber que la tolerancia de este gobierno también tiene dientes, y que aun cuando se “seguirá abierto a escuchar todas las voces que quieran ser parte de la edificación del México de oportunidades” (¿expedirá la administración peñista acreditaciones oficiales de “Voz a favor del México de Oportunidades” para que sólo con ellas se pueda ejercer la crítica y la disidencia?). Pero, advirtió el secretario de gobernación que la tolerancia es gobierno, y tiene límites y firmeza.
También con la vista puesta en 2018, el gobernador de Chiapas, Manuel Velasco Coello, sigue asombrando a buena parte del país con la inundación de material propagandístico a su favor, con su rostro dándose a conocer para lo que se ofrezca más delante, al estilo precoz que caracterizó al propio Enrique Peña Nieto. La imagen del presuntamente presidenciable ha sido puesta en paraderos de autobuses y otros lugares públicos con cargo a publicaciones en cuya portada aparece en pose el joven mandatario, en una coartada flagrante que pretende adjudicar a esas formas empresariales del periodismo la responsabilidad de la precampaña desde el sur. Allá mismo, el propio Velasco parece seguir los pasos de Peña Nieto en cuanto a romances estelares con referencia televisiva, al grado de cerrar recientemente su primer informe de labores con un “¡Te amo, Anahí!” dedicado a su novia que le escuchaba en primera fila (véase la edición mexicana de Hola! http://bit.ly/1cLV8ln).
Con igual pasión pero diferente destinatario, el presidente nacional del PRD, Jesús Zambrano, ha defendido la relación, no consumada en matrimonio político formal, que ha mantenido durante el presente año con el poder peñista. Se ha dicho engañado (aún no se sabe si despechado, acaso todo quede en enojos propiciatorios de dulces reconciliaciones) en el caso de la reforma energética, pero el resto de las andanzas le parecen notablemente positivas. “Contrariamente a lo que se dice, de que el pacto le abrió la puerta a la reforma energética, antes de que ellos quisieran hacer la que tenían pensada, logramos un año de cambios importantes que van a terminar sirviendo al país, quiéranlo o no”, le dijo el sonorense a Daniel Venegas (http://bit.ly/1e4267n). ¡Hasta mañana!
Fuente: La Jornada
Fuente: La Jornada