domingo, 29 de diciembre de 2013

Negación de las diferencias

MÉXICO, DF (Proceso).- El pasado domingo 22 de diciembre, al pronunciar el discurso oficial en la conmemoración del 198 aniversario luctuoso de José María Morelos y Pavón, el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, lució su vena autoritaria y sentenció: "Que nadie se confunda. Tolerancia es gobierno; tolerancia también tiene límites y tolerancia también es firmeza", enviando un claro mensaje del hartazgo (intolerancia) del Gobierno Federal ante la voces que se oponen a las reformas legislativas.
29 diciembre 2013 | Jesús Cantú | Proceso

El orador oficial se valió de un término fundamental en las democracias contemporáneas para darle una connotación totalmente diferente a la que encierra su definición y comprensión conceptual. Basta revisar el Diccionario de la Real Academia Española para evidenciar las contradicciones del secretario: la definición básica del término tolerancia es "respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias".

Antes de la advertencia mencionada, Osorio Chong había señalado: "Este gobierno seguirá abierto a escuchar todas las voces que quieran ser parte de la edificación del México de oportunidades para todos". Pero terminó enviando una advertencia a las voces disidentes, a los grupos u organizaciones que mantienen vigentes sus luchas en contra de las reformas legislativas aprobadas durante el primer año del actual gobierno.

Las contradicciones inician desde el momento en que Osorio Chong delimita qué voces escucharán en el gobierno, es decir, no es un llamado amplio e incluyente, pues en el contexto de su discurso el responsable de la política interior del país deja ver que es su "modelo de país" el único que ellos consideran como válido y, por lo tanto, las voces que se escucharán serán las de quienes se sumen y aporten en este sentido y rumbo, no las de quienes apuesten a un proyecto alternativo, pues para ellos el gobierno sabrá establecer los límites y responderles con firmeza. Así de claro.

Se olvida el titular de Gobernación de que el conflicto y las contradicciones son inherentes a las sociedades modernas, y de que en democracia lo importante es construir las instituciones que permitan resolverlos en forma pacífica, responsable, incluyente y racional. Y en democracia la mayor responsabilidad de abrir esos cauces es de la autoridad y las mayorías, es decir, en este caso del gobierno federal y los grupos que hicieron mayoría en el Legislativo para aprobar las reformas constitucionales y legales.

En democracia, el conflicto, las contradicciones y las diferencias siempre deben verse como una posibilidad real de perfeccionar las instituciones, a partir de un debate abierto, franco y racional que aun cuando no siempre permitirá arribar a consensos y superar las diferencias, siempre hará posible la identificación de deficiencias o áreas de oportunidad y haciendo valer los derechos de las minorías.

LA SOLUCIÓN: EL ANIQUILAMIENTO

En los regímenes autoritarios la solución es el aniquilamiento o sometimiento de la disidencia, la implantación de las soluciones de autoridad con el uso de la fuerza pública y el desconocimiento y vulneración de los derechos de las minorías, las cuales, aun cuando hayan perdido las votaciones, deben tener vías alternativas para hacer valer sus argumentos y posturas.

La democracia reconoce al pluralismo como un bien de la sociedad y, por lo tanto, debe encontrar las fórmulas para preservarlo como tal y, sobre todo, abrirle cauces para expresarse, participar e incluso defenderse de las decisiones mayoritarias. Y el principal obligado de abrir estos cauces y hacerlos respetar es el gobierno.

Antes, en el mismo discurso Osorio Chong, manifestó que al utilizar la política como instrumento para mover al país, Enrique Peña Nieto logró "que del encono se pasara al encuentro; que de la división se pasara al diálogo; que de la confrontación se pasara a la propuesta". Sin embargo, es obvio que esta no es la realidad, que el Pacto por México logró los votos necesarios en el Congreso de la Unión para sacar adelante las reformas, pero no superar el encono, la división y la confrontación.

Particularmente la reforma energética volvió a evidenciar la presencia de dos proyectos antagónicos de nación que han estado presentes abiertamente desde hace poco más de 40 años, a lo largo de los cuales lo único que cambia es la intensidad de sus manifestaciones y beligerancia y, desde luego, la correlación de fuerzas y sus consecuencias.

Dentro de este enfrentamiento hay que incorporar a las guerrillas rural y urbana, a la llamada guerra sucia, a la nacionalización bancaria de López Portillo, a la persecución y asesinato de perredistas particularmente en el gobierno salinista, a las reformas estructurales de los gobiernos de Salinas y Peña Nieto, al alzamiento del EZLN y al conflicto poselectoral del 2006, entre otros. Es decir, la expresión de las diferencias ha sido muy diversa: desde la insurrección y la represión hasta la disputa por las mayorías en las urnas y el Congreso de la Unión.

En estos momentos es importante abrir cauces institucionales para el procesamiento de estas diferencias, y uno de ellos puede ser la consulta popular, vista como un instrumento de control ciudadano de la autoridad, o sea, como una opción que la ciudadanía tiene para ratificar o rectificar las decisiones del Ejecutivo y el Legislativo.

Si en lugar de estos cauces, los grupos disidentes y descontentos con las últimas reformas legislativas lo único que reciben son amenazas y, eventualmente, represión, las consecuencias serán funestas, pues lo único que se conseguirá será incrementar el encono, la división, la confrontación y la polarización, todo lo que, según el discurso de Osorio Chong, se logró superar en el primer año de gobierno.

Así que quien no debe confundirse es el gobierno: lo único que consiguieron fueron los votos necesarios para sacar adelante las llamadas reformas estructurales en el Congreso de la Unión, pero prevalecen las grandes diferencias en la sociedad mexicana, y hasta hoy las más altas figuras del gobierno ni siquiera muestran el deseo de superarlas, pues están tan obcecados con el poder que ni siquiera toman conciencia de ellas.

Fuente: Proceso