Astillero | Julio Hernández López | La Jornada
En cuatro minutos que estuvo fuera de su hábitat, Enrique Peña Nieto se mostró con nitidez como un baldío político incapaz de mencionar tres obras literarias que hubieran influido marcadamente en su vida, y cometió tales errores y actuó de tan deplorable manera que hizo preguntarse a muchos si un personaje con tal incultura e incapacidad escénica puede aspirar a gobernar un país con tantos problemas y tan harto de frivolidad e incompetencia como es México.
Fuera de los estudios televisivos y sin apuntador óptico para enfrentar lo imprevisto (el famoso teleprompter), llevado por una pregunta simple (e incluso amable) hacia zonas ajenas a los discursos redactados por los asesores o las declaraciones dictadas por los estrategas de imagen, Enrique Peña Nieto sufrió para no hundirse totalmente en el ridículo en la Feria Internacional del Libro a la que había llegado este sábado entre mantas, pancartas y porra en las afueras, y élite propicia en el interior del salón donde haría como que presentaba una conferencia en lo que era una partidización arreglada por los hermanos Padilla (que siempre apuestan el capital electoral de la UdeG a varias cartas) para brindarle un escenario privilegiado al virtual candidato priísta que deambula en campaña disfrazada, irónicamente, de actos “académicos” e incluso de “presentación” de un libro de su presunta autoría que ahora será motivo recurrente de recuerdos irónicos por cuanto resultará caricaturesco ver y escuchar al literariamente deshauciado priísta arguyendo que él ha escrito una obra cuando no es capaz siquiera de inventar articuladamente que ha leído otra.
Waterloo intelectual de un personaje largamente acusado de ser un producto de la mercadotecnia, en especial de las artes de inflado sobre pedido que practican las televisoras dominantes, en particular la dirigida por Emilio Azcárraga Jean. De lo estético a lo patético: el figurín de telenovela, el político que, según se ve, dedica más tiempo a la parte externa que a la interna de su testa, exhibió dolorosamente los efectos nocivos de la adoración intensiva del gel. El esculpido copete como exhibición inversamente proporcional a la profundidad y cultivo de lo que está bajo él. La sospecha confirmada de que a Los Pinos puede llegar una versión en tres colores de Ninel Conde o la reformulación capilarmente ventajosa de los famosos traspiés del embotado Vicente Fox. Horas oscuras para el mexiquense que pobló como pocos el espacio libérrimo de Twitter bajo la etiqueta #LibreriaPeñaNieto (de donde se tomó el título de esta columna) que, sin embargo, por la noche fue retirada de esa lista de tópicos importantes, en circunstancias que a muchos pareció censura, pues era evidente la gran cantidad de mensajes depositados en ese casillero, aunque especialistas aseguraron que tales referencias destacadas se definen por el crecimiento del asunto en cita y no por el número de menciones en sí.
Vacilante, atrapado sin salida, emboscado en la inmensidad libresca, Peña Nieto se fue enredando más y más (en http://bit.ly/uBk3D6 puede verse), asiéndose sin esperanza a los pocos recursos de defensa a su desmemoriado alcance: la pronunciación torpe que hizo entender que hablaba de leer “telenovelas” cuando decía “desde novelas”; la Biblia que nomás leyó poquito, a pesar de ser egresado de la opusdeísta Universidad Panamericana; la pifia vicentina respecto a Krauze y Fuentes; el bochorno cuando pedía que le ayudaran a recordar el título de un libro sobre las mentiras de Krauze y alguien sugirió “Pinocho”; la desvalida búsqueda de precisión al preguntar “¿Tomás, Tomasini?”, en angustiada consulta al público burlón para saber el nombre del autor de algún libro que él decía leer; la confesión abierta de que no hay libros que lo hayan “marcado” en su vida y de que “no registra” los títulos de los libros que por lo dicho le dan lo mismo en cuanto a contenido y autores (“¡Oh, no sabía que se llamaba directorio telefónico”!, podría ser una equivocación llevada al absurdo). Y así pretende gobernar a México, aunque ha de reconocerse que su propensión al olvido no es nueva: años atrás no había recordado la causa de la muerte de su primera esposa al ser entrevistado por el periodista de una cadena para hispanohablantes en Estados Unidos, Jorge Ramos.
Mientras tanto, memorioso e implacable, Felipe Calderón daba continuidad a su libreto de desarticulación electoral anunciada. Ayer, en el contexto de la entrada a su sexto y presuntamente último año de gobierno, el promotor de la “guerra” contra el narcotráfico insistió en su tesis de que esas fuerzas atentan contra la democracia, lo que ya se había planteado oficialmente en los discursos del pasado 20 de noviembre y, por lo que se ve, constituye la nueva fase de la turbia campaña bélica que podría desembocar en la alteración profunda o de plano la cancelación de los comicios del año entrante.
A nadie beneficiaría más que al PAN y sus candidatos una arremetida de cárteles del narcotráfico (el principal de los cuales ha sido mencionado con insistencia como beneficiario de las acciones del gobierno calderonista). El partido en el poder federal ni siquiera ha podido definir una candidatura con visos de triunfo y ninguno de los actuales aspirantes parece llenar el ojo del desconfiado ocupante actual de Los Pinos. Según se ven las cosas actualmente, el principal enfilado a la victoria electoral es el literato Peña Nieto y le seguiría en oportunidades de crecimiento el abanderado de las izquierdas, Andrés Manuel López Obrador. En esta columna se ha señalado con insistencia la tentación, al estilo adjudicado a Nerón respecto a Roma, que rondaría Los Pinos ante el riesgo de tener que entregar el poder a otro partido. Ahora Calderón la vuelve postura oficial, así que nadie debe llamarse a sorpresa si el narcotráfico acaba políticamente como empezó: como una forma de manipulación en busca de legitimar o consolidar a una facción en apuros. ¡Hasta mañana!