CIUDAD DE MÉXICO (apro).- El negocio del insulto ha sido redondo para
Donald Trump. El aspirante republicano ha destinado sólo 10 millones de
dólares para pagar anuncios en medios estadunidenses, pero la atención
que ha generado le ha valido una cobertura mediática equivalente a mil
898 millones de dólares en nueve meses de contienda, según el estudio
realizado por The New York Times a partir de los índices de monitoreo de estudios como Media Quad y SMG Delta.
En otras palabras, el magnate inmobiliario ha pagado sólo 0.5% del valor total de su atención mediática, pero ha logrado llamar la atención con una estrategia muy simple y eficaz en un entorno que privilegia la espectacularidad del mal: elegir un discurso de odio en contra de todo lo que no sea anglosajón, blanco y protestante (wasp), especialmente, en contra de los mexicanos; insultar, denostar y convertir a la violencia verbal en su principal rating; no dejar de responder un solo golpe (verbal o físico) y de esta manera generar una espiral de atención.
No
importa que no hablen bien de él. Lo logrado por Trump demuestra la
perversión de una democracia altamente dependiente del show mediático y
de la estulticia irracional. El show de Trump es como su reality:
provoca para que lo escuchen; contraataca para que lo eleven a
categoría de punto de referencia; simplifica para que lo escuchen las
audiencias precarizadas de la frustración norteamericana; espera con
sadismo que lo amenacen para él elevar el contragolpe.
A Trump no le preocupa que lo comparen con Hitler porque éste es el
tirano más odiado y mediático del siglo veinte. A Trump no le molesta
que Anonymous lo amenace porque está listo para entrar a los trompicones en las redes digitales.
Lo peor que le puede suceder a Trump es que lo ignoren, que a sus
insultos se les devuelva con humor ácido (él nunca se burla de sí mismo)
o que lo comparen con el idiota Zellig, aquel
personaje extraordinario de Woody Allen que se mimetizaba para llamar la
atención, o que apaguen el televisor y las redes cuando se dedica a
denostar a todos.
Los casi 2 mil millones de dólares de cobertura mediática sobre Trump
rebasan al monto de toda la cobertura de los 13 rivales republicanos
(juntos sumaron mil 159 millones de dólares) y es seis veces superior a
la de su más cercano competidor, Ted Cruz.
En contraste, el exaspirante republicano Jeb Bush hizo una pésima
inversión. Gastó 82 millones de dólares en promocionarse (ocho veces más
que Trump), pero recibió una cobertura equivalente a los 224 millones
de dólares (30%), según el mismo estudio. Bush era el preferido de la
élite republicana. Soñaban con una disputa entre las dinastías Bush y
Clinton, y no en la pesadilla de una contienda con una matrix de la violencia verbal.
Del lado demócrata, la ecuación es un poco más equitativa, pero muy
lejos de la atención generada por Trump. Ambos aspirantes, Hillary
Clinton y Bernie Sanders, han invertido 28 millones de dólares, y la
cobertura que han tenido equivale a 746 millones y 321 millones de
dólares, respectivamente.
Ahora que Trump ha señalado a Bernie Sanders como su némesis, su
principal antagonista y el presunto responsable de la “violencia” que se
desató en Chicago y en Carolina del Sur entre adversarios y
simpatizantes del magnate, es muy probable que Sanders eleve su
cobertura mediática. El “beso de la infamia” que Trump le aplica a
Sanders forma parte también de su estrategia de reality show:
quiere debilitar así a Clinton y quizá confrontarse con el aspirante
demócrata que más ha convencido a los jóvenes politizados.
En cualquier circunstancia, Trump está demostrando que la verdadera
crisis de Estados Unidos no ocurrió en Wall Street en 2008, sino en el
seno de un sistema político que privilegia la espectacularidad por
encima de la sustancia, la estridencia más allá de la coherencia y la
descalificación a priori del otro para explotar las frustraciones sociales más profundas.
Trump eligió como punto de ataque a los migrantes mexicanos y se ha
convertido en el adalid de una propuesta medieval para construir un muro
en la frontera entre ambos países que, además, sería levantado con
recursos mexicanos.
Si sólo fuera una broma o un exabrupto, todo quedaría en eso. Trump
ha colocado este sentimiento antimexicano en la agenda de todos los
precandidatos republicanos que compiten con él por demostrar quién es
más xenófobo, ignorante y fundamentalista en sus planteamientos.
Lo peor es que los medios estadunidenses le han dado cobertura a
estos mensajes, más allá de su interés periodístico. De alguna manera
ellos también son corresponsables de este desastre por venir en el
bipartidismo de Estados Unidos.