Javier Flores - Opinión
En estos días se
expresan dos formas distintas de reacción social ante la desaparición de
los estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa. Una de ellas
constituye una forma de protesta espontánea que muestra el gran
descontento que existe en amplios sectores la sociedad mexicana. De
acuerdo con diversas hipótesis que he escuchado de personas muy
calificadas en estos temas, las movilizaciones expresan el hartazgo
social ante la violencia, la corrupción y la impunidad, que
desafortunadamente caracterizan desde hace muchos años a nuestro país.
El detonador ha sido el asesinato de seis personas, tres de ellas
jóvenes normalistas y la desaparición de sus 43 compañeros.
Por otra parte, algunas de estas expresiones han tomado cursos
violentos en algunas estados de la República, particularmente en Oaxaca y
especialmente en Guerrero, entidad en la cual hay muchas razones que
podrían explicarla, pues además de las condiciones socioeconómicas muy
desfavorables de la mayoría de la población, ahí radicaban los jóvenes
asesinados y están los hogares y familias de los estudiantes
desaparecidos. Además de varias acciones pacíficas, han ocurrido en esa
entidad ataques a inmuebles de los partidos políticos y de los gobiernos
municipales y estatales, así como saqueos a comercios.La violencia en el Distrito Federal, en mi opinión, es diferente, pues los grupos que la ejercen en estos días aparecieron antes de los acontecimientos en Iguala (desde el día en el que el licenciado Enrique Peña Nieto asumió la Presidencia de la República). Además han convertido en blanco de sus ataques a la más importante institución de educación superior e investigación del país: la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), donde cotidianamente se forman profesionales, se crean conocimientos tanto en las ciencias como las humanidades y se cultiva con libertad el pensamiento crítico aún frente al poder. Dicho en otras palabras, los grupos que ejercen la violencia tienen aquí una agenda distinta.
En efecto, un vehículo de auxilio de la UNAM fue incendiado por personas con la cara cubierta el pasado 30 de octubre en las afueras de la puerta principal de Ciudad Universitaria. El 5 de noviembre personas encapuchadas prendieron fuego a una unidad del Metrobús y a una estación de este sistema de transporte público frente a la UNAM. El sábado 15 de noviembre, usando como escudo una manifestación pacífica en defensa de la autonomía, un grupo de personas también con el rostro oculto intentó ingresar por la fuerza y tomar la Torre de Rectoría. No lo consiguieron, y hasta el momento de escribir estas líneas se mantienen bloqueando el acceso principal del emblemático edificio.
Hay otra distinción que hay que hacer. La indignación por los
acontecimientos en Guerrero ha hecho surgir un genuino movimiento
estudiantil que crece en las instituciones de educación superior del
país. En la ciudad de México los estudiantes de la UNAM se cuentan entre
los grupos más visibles y participativos. Se expresan dando la cara
exigiendo la aparición con vida de sus compañeros de Ayotzinapa. En las
manifestaciones, los grupos de la UNAM y otras escuelas forman vallas
para evitar ser infiltrados por los grupos violentos. El movimiento
estudiantil que está naciendo no coincide con las prácticas de los
grupos erróneamente llamados
anarquistas.
La demostración más clara de la independencia entre las
movilizaciones de universitarios respecto de las de grupos integrados
por personas que en su mayoría se cubren el rostro, fue la valiente
defensa (pacífica) de la UNAM por los estudiantes enfrentando a quienes
quisieron aprovechar la movilización realizada este domingo para
intentar posesionarse de la Torre de Rectoría. Así, las personas
anónimas que utilizan la violencia actúan a espaldas del más importante
movimiento estudiantil surgido en los años recientes.
Sobre la marcha del domingo hay cosas que decir. Ésta fue motivada
por la agresión ocurrida el día previo por parte de un policía de una
corporación del Distrito Federal, quien disparó un arma de fuego dentro
de las instalaciones de la UNAM hiriendo al menos a una persona. El
agente agresor estaba realizando una diligencia acompañado por un
funcionario de esta universidad quien indebidamente lo autorizó. Esto
pudo haber sido resultado de una tontería de un funcionario menor, o
bien un acto de provocación. Como sea, pudo haber tenido consecuencias
fatales y por lo pronto ya provocó la reacción justificada de los
universitarios que efectuaron la mencionada marcha, al igual que por
parte del rector, José Narro Robles, quien declaró enérgicamente que era
indeseable toda presencia de la policía en la UNAM. No obstante, los
grupos encapuchados pretendieron realizar la mencionada toma de Rectoría y exigir la renuncia del rector.
Hay dos tipos de movilizaciones. Desafortunadamente la que se cubre
el rostro y actúa con violencia, pretende objetivamente desprestigiar un
movimiento estudiantil que nace, además dañar a la UNAM. ¿Dónde se
origina? No lo sabemos todavía, puede ser el resultado de la
desesperación y de la ausencia de canales efectivos para la
participación democrática. O bien ser instrumento de un grupo situado en
alguna esfera del poder político y económico.