Erika Celestino* - Opinión
El movimiento
espontáneo democratizador politécnico ha alcanzado, hasta ahora, cuatro
victorias. 1. Denunciar la tecnificación de su formación educativa; 2.
Cancelar un Nuevo Reglamento (NR) violatorio del derecho de libertad de
expresión y la Carta Magna; 3. Construir formas de auto organización,
germinales pero efectivas, y 4. Poner a debate la autonomía. Es decisivo
percibir que no existe la autonomía sin adjetivo. Pero, como expuse en
el foro público sobre autonomía convocado por la Asamblea General
Politécnica antier, hay que diferenciar la autonomía autoritaria de una
auténticamente democrática.
Es un enorme atraso que en México exista el derecho para elegir Presidente, pero no se pueda ejercer el voto para elegir director general, quien es nombrado por el primero. La comunidad politécnica debería elegir su rector, que es la figura correcta. Sin embargo, se vuelve central identificar en todos sus alcances el proyecto de una autonomía democrática que debería considerar, por principio, tres ejes.
1. Autonomía política democrática. Elegir rector no basta. Pueden integrarse estructuras de poder circulares que, al margen de la comunidad, nombren en su interior sucesores y gestionen los recursos hacia arriba. Es imprescindible que el rector del Instituto Politécnico Nacional sea elegido, desde el principio, con base en una votación universal, libre y secreta ejercida por toda la comunidad. Para que la autonomía sea democrática, los altos cargos del IPN deben ser objeto de votación. Todos los secretarios del instituto, sin excepción, y, muy importante, el abogado general deberían nombrarse por votación secreta y universal.
La autonomía política debe sustentarse en un proyecto de democratización global, no de legitimación de élites bajo la autonomía autoritaria. Esto requiere una elección democrática de directores, subdirectores y jefes de departamentos en las escuelas, que tendría que ser acompañada por la conformación de consejos técnicos paritarios. Los estudiantes politécnicos deben ser reconocidos en su mayoría de edad y tener todos los derechos ciudadanos para votar, ser votados y tener voces con capacidad real de toma de decisión en los consejos técnicos. Debería efectuarse una consulta para elegir entre diversas propuestas de restructuración del consejo general y formalizarse estos cambios en una Nueva Ley Orgánica. La autonomía sólo será tal si se basa en la democratización global de los órganos de decisión del Instituto Politécnico Nacional.
2. Autonomía administrativa democrática. La autonomía permitiría dejar la dependencia respecto de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público y la Secretaría de Educación Pública. Hasta ahora, el IPN no puede autoadministrar sus recursos. Incluso, los autogenerados, se entregan a Hacienda, que define si los regresa o no y cómo. Se debería garantizar que los recursos se canalicen hacia la comunidad para cumplir tres objetivos estratégicos: a) programas de becas, para asegurar que ningún estudiante se quede sin concluir una licenciatura o ingeniería. Nada de salidas laterales, que abandonan al estudiante a su suerte; b) programa de basificación digna a la planta docente. Los profesores deben ser reconocidos por su trabajo y su trayectoria académica. Debe detenerse la política de basificación según criterios discrecionales neoliberales, y c) desarrollo de la infraestructura y equipo del Instituto Politécnico Nacional para asumir una educación de alta calidad.
3. Autonomía educativa nacionalista. Las academias –que
desaparecía el NR, abriendo condiciones para diseño de mecanismos
intencionalmente nada claros de evaluación docente– y los colegios de
profesores deben seguir siendo los órganos de restructuración de los
planes de estudio. Los consejos técnicos paritarios deberán ser los que
los revisan, consultan y, de ser procedente, se aprueban, para luego
pasar al consejo general. Los nuevos planes deberían poner el proyecto
fundacional del IPN a la altura del siglo XXI.
La escisión histórica entre ingenierías y ciencias sociales debería
resolverse. Los economistas y administradores politécnicos del siglo XXI
deben saber de teorías del desarrollo tecnológico y sustentar sus
conocimiento en perspectivas nacionalistas. Los ingenieros deben
desarrollar conocimientos en ciencias sociales que les permiten
identificar los impactos ambientales, sociales y políticos de las
diversas trayectorias posibles de innovación tecnológica. El IPN debe
asumir su compromiso fundacional cardenista: impulsar el desarrollo de
las nuevas tecnologías, pero desde principios nacionalistas.
Los anteriores son los ejes centrales que hemos construido el Grupo
Plural de Profesores, Estudiantes y Egresados Comprometidos con el
Proyecto Fundacional del Instituto Politécnico Nacional. Los ponemos a
debate.
La autonomía constituye el gran pendiente de la historia del IPN,
pero requiere democratización global. Así podrá ponerse nuestro
instituto a la altura de lo que sería un proyecto de autonomía
democrática en el siglo XXI.
*Profesora de la ESE, IPN.