La Jornada - Editorial
El 19 de septiembre de 1984 La Jornada circuló
por primera vez entre sus lectores. No fue un inicio fluido ni cómodo
porque surgió en un entorno difícil y adverso, en medio de la crisis
económica de esa década y en un entorno institucional asfixiante,
antidemocrático y hostil a toda divergencia. Adicionalmente, el diario
no tenía un respaldo importante de capital: los recursos indispensables
se obtuvieron, fundamentalmente, de la venta de acciones entre la
sociedad y de las aportaciones en obra que realizaron generosamente
muchos artistas plásticos, encabezados por Rufino Tamayo y Francisco
Toledo.
Si los grandes periódicos lo son porque perduran y porque tienen un
carácter y un sello editorial propio y un lectorado leal y crítico, La Jornada cumple con los requisitos, y eso es un éxito y casi un milagro.
Esta publicación surgió sin la bendición de los poderes políticos y
económicos, e incluso con su animadversión, porque el proyecto
informativo que enarbolaba les resultaba incómodo: el periódico
confrontó desde su inicio el proyecto neoliberal que por entonces se
esbozaba apenas y que en el curso de estas tres décadas ha trastocado
profundamente al país. La Jornada cuestionó también desde un
principio al régimen político caracterizado por la cerrazón, la
antidemocracia, la simulación y la represión, y propuso y defendió la
necesaria democratización de las instituciones nacionales; puso énfasis,
asimismo, en la desigualdad social, que ya entonces era alarmante y que
hoy es abismal, y señaló la necesidad de reducirla, por el bien del
país, de la paz y de la gobernabilidad; adicionalmente, el periódico se
manifestó en defensa de la soberanía nacional en un momento en que
empezaba a ser socavada por la globalización económica y por la
debilidad de las autoridades nacionales ante gobiernos y capitales
extranjeros.
Como resultado, el diario ha sido sujeto a constantes campañas de
difamación e incluso a acosos judiciales desde medios informativos
afines al poder y, lo más grave, a un bloqueo de publicidad por parte de
las dependencias oficiales y de las agencias de publicidad. Aunque en
los 30 años siguientes esa circunstancia ha sido superada en alguna
medida, La Jornada no ha recibido nunca las proporciones de
publicidad oficial y privada que ameritarían su circulación, su
influencia y su penetración.
Hasta la fecha, el manejo discrecional y patrimonialista de los
anuncios del sector público sigue siendo una amenaza para la
subsistencia de los medios independientes y, por consiguiente, para la
libertad de expresión y el derecho a la información. El ámbito
institucional no ha comprendido que la comunicación social es una
obligación y que los recursos destinados a ella son dinero público que
debe ser distribuido en forma equitativa y proporcional entre los
medios, al margen de diferencias o de disgustos por sus respectivas
líneas editoriales.
La Jornada no es un periódico opositor a ultranza o crítico a
rajatabla. En su manejo editorial rehuye las estridencias y el
sensacionalismo y busca mantener un equilibrio para dar a conocer todos
los puntos de vista de los involucrados en los temas que cubre; desde
luego, en el vértigo periodístico del día a día resulta particularmente
arduo buscar un equilibrio, y ese esfuerzo cotidiano le ha permitido
ganar la credibilidad que hoy ostenta y el sitial de referencia para
diversos sectores sociales y para las mismas cúpulas institucionales.
Sin embargo, o más bien por eso mismo, este diario sigue siendo incómodo
para los poderes políticos y económicos.
En lo que va del actual sexenio, si bien el sector público no ha
dejado de contratar publicidad en estas páginas, ha retrasado los pagos
más allá de todo plazo razonable, y ello ha colocado a la empresa
editora de La Jornada en dificultades sin precedente. Es un
hecho que la economía en su conjunto pasa por una situación constreñida,
por decir lo menos, pero ello no basta para explicar tales atrasos,
sobre todo a la luz de los abultadísimos gastos publicitarios que el
gobierno federal ha realizado en otras instancias, particularmente en
los medios electrónicos tradicionales, para legitimar el paquete de
reformas estructurales recientemente implantadas.
Cabe preguntarse, en esta circunstancia, si los impagos
mencionados son un mero descuido burocrático o una forma específica de
presión sobre la línea editorial del diario. Sin afán de prejuzgar, hay
un hecho inquietante y grave: el bloqueo de publicidad que la Federación
y los gobiernos estatales han impuesto a la revista Proceso, que es sin duda la publicación política semanal más importante del país y, como La Jornada, un medio que ha destacado por su independencia.
Tal medida constituye una regresión de siete lustros a tiempos de autoritarismo presidencial que se suponía superados:
no pago para que me peguen, explicó José López Portillo cuando impuso el embargo publicitario a Proceso a finales de los años 70 del siglo pasado, en lo que fue una valoración aberrante, tanto porque pretendía reducir la institucionalidad federal a su persona, como porque el erario no era suyo, sino de la nación.
Más grave aún, el intento por someter a un medio con el recurso de
privarlo de la publicidad oficial es una distorsión antidemocrática y
facciosa del espíritu republicano que debiera primar entre los
gobernantes, constituye un ataque directo al derecho de los ciudadanos a
informarse y al de los comunicadores a informar y expresarse, y priva a
las propias autoridades de indicadores e instrumentos para enterarse
del pulso social y del sentir de sus gobernados. Cabe esperar que esas
tentaciones autoritarias sean contenidas y que den paso a una verdadera
comprensión del papel de los medios independientes en una sociedad
moderna: un contrapeso necesario al poder y una vía de expresión a las
causas profundas de la sociedad.
A pesar de las dificultades mencionadas y de muchas otras que han surgido en el camino, La Jornada
llega hoy a sus 30 años de existencia, y a ésta, su edición número 10
mil 822, con el ánimo intacto, la determinación de fidelidad a sus
principios y a su línea editorial, y el propósito de actualizarse en
forma permanente.
El país y el mundo se han transformado y, con ellos, el oficio
periodístico se enfrenta a nuevos desafíos conceptuales, metodológicos,
tecnológicos y organizativos. La revolución digital no sólo cambió
radicalmente la cotidianeidad laboral e los periodistas, sino que los
puso ante experiencias nuevas y fascinantes, pero también ominosas, como
el estremecimiento mundial causado por las acciones de Chelsea Manning,
Julian Assange y Edward Snowden. Este diario ha tenido una
participación directa en esa historia, toda vez que fue seleccionado por
Wikileaks para difundir la porción mexicana de los cables
secretos del Departamento de Estado y que, desde entonces –diciembre de
2010– ha trabajado con esa organización en la difusión de documentos que
los gobernantes pretenden escamotear a la mirada de la opinión pública y
en una lucha por la transparencia que ha impactado profundamente en los
poderes políticos y en las sociedades del mundo.
Una generación creció leyendo estas páginas y otra, con acceso
natural a las redes sociales, empieza a emerger. Para ambas el trabajo
de La Jornada ha sido un referente de importancia y una ventana
al acontecer mundial minimizado, distorsionado o negado por el
periodismo mercantil que no busca informar, sino entretener para, como
objetivo último, lucrar. En contraste, este diario no ha buscado hacer
periodismo para acumular dinero, sino conseguir dinero para hacer
periodismo; su público lo sabe y puede confiar en que esa determinación
no va a verse alterada por presiones externas ni por eventos internos.
Ciertamente, es mucho lo que falta por hacer. Como todo medio impreso tradicional, La Jornada
debe culminar con éxito la incorporación, al proceso de producción
basado en el tiraje en papel, de una lógica de flujo constante orientada
a computadoras y dispositivos.
Mantener y mejorar la calidad de este producto informativo es un
compromiso permanente, y una manera de retribuir y agradecer el
acompañamiento de su público a lo largo de esta aventura que llega hoy a
sus primeros 30 años.